Corberó en Beirut

Estoy convencido que Beirut es una ciudad propicia a los buenos encuentros. Conversando en un restaurante del reconstruido centro de la capital, no solo recuerda su a mistad con Dalí, que fue su primer cliente en Nueva York, con Gala, sino su estancia en Madrid, en cuyo edificio tenía como vecinos a Camilo José Cela y a César Gonzalez Ruano, que vivía con muchas estrecheces económicas.

Corberó es un conversador cosmopolita y divertido, con una memoria a flor de piel. Hablamos de Xavier Rubert de Ventós, de aquel magnífico libro que publicó muy joven, el «Arte ensimismado», sobre el que escribí un articulo en «Destino», y del crítico de «La Vanguardia» Juan Cortés, uno de los primeros que en la década de los sesenta valoró su obra.

En la reseña biográfica de uno de los libros con imágenes de sus esculturas, me llama la a tención que estudió en el Instituto Técnico Eulalia y en el Colegio de la Salle Bosanova, casi en los mismos años que yo. Fue voluntario en una base del Ejército del Aire -asegura con ironía- en la que no había ningún avión.

Xavier Corberó en la ancha acera de los flamantes zocos de Bab Edris, donde al fin ha colocado a sus criaturas basálticas, me las señala con ternura. «Mira esta es la dama que se va al hipódromo pero que todavía no acaba de despegarse de las lujosas tiendas del bazar. ¿No lo ves? Es el policia que observa con la mirada sesgada al «quinqui» que esta a su lado». «Al tocar con su varita mágica esta escena de quince personajes pétreos, este conjunto escultórico hecho del material de las antiguas obras egipcias, aunque como ha escrito Robert Hughes «no se había considerado nunca el basalto como la materia primaria del escultor por ser demasiado dura y difícil de esculpir»-estos seres periféricos, primigenios, toscos, entrañables, se han puesto a vivir en medio de las céntricas calles de Beirut.

Para un artista de la piedra, de esta piedra arrancada de su cantera de Castellflorit de la Roca, en la Garrocha, que había conocido de niño, cabe a la que se construyó un habitáculo para alimentar su emoción ante el prodigio y esfuerzo de extraer los fragmentos, que a veces pesan varias toneladas, es un gozo compartir su comunión con los ciudadanos de esta capital mediterránea de vida apasionada, cosmopolita, arriesgada e incierta.

A Corberó no le gusta que sus criaturas que a veces pueden semejar estatuas de la Isla de Pascua, a menhires, o totems, se ahoguen en museos o recintos cerrados por elegantes y prestigiosos que sean. Como ha escrito Daniel Giralt Miracle, nuestro artista «tiene una decidida vocación por la escultura pública ya esté integrada en la arquitectura o bien forme parte de los paisajes urbanos. De aquí que este objeto escultórico deba cambiar de escala, deba ser capaz de dialogar con las dimensiones de las urbes modernas, con calles, plazas, parques, jardines.

Entre sus quince obras incrustadas en Beirut hay creaciones que pesan una o dos toneladas y otras siete, con sus cabezas unidas a los troncos por hierros interiores, penetrantes, de dos toneladas. Ha sido un trabajo laborioso colocarlos transportarlos con las grúas en estos días calurosos. Echado sobre la acera, empuñando un mazo, el escultor tuvo que pulir y ajustar sus bases, limpiarlas de la tierra que se había pegado.

Las esculturas estaban en Beirut desde hacia un año pero el encargo para la realización de la obra se remonta al 2008 cuando Nasser Chammas director de la poderosa empresa Solidere, que asumió las controvertidas obras de la polémica reconstrucción de la capital le encomendó el trabajo. Corberó dará vida a otros cinco corpulentos fragmentos de esta lava petrificada, para agregarlos a lo que ha llamado con cierta nostalgia «El paseo del hipódromo», la escena escultórica de los visitantes del zoco.

Para corroborar su realidad -la escultura es una realidad, la pintura es una imagen, gusta repetir Corberó-, ha decidido añadir a la figura de la dama que no se libera de la tentación de las compras un bolso de moda, amarrado a sus pies.

Los nuevos zocos junto al reconstruido centro de la capital en el que durante quince años se cebó la cruenta guerra, se extienden entre los barrios de Saifi hasta el de Wadi Abu Jmil. Pero aunque los nombres del flamante bazar sean los de antaño, su estilo ha cambiado completamente. No habrá la algarabía, la muchedumbre de compradores y transeúntes, las tiendecitas angostas de los vendedores populares de especias,de perfumes artesanales ni los comerciantes de tapices y alfombras cuyo precio había que regatear. No habrá esta mezcla de buenos y malos olores de los bazares orientales.

Cuando llegué por vez primera a Beirut cerca de los zocos abovedados y limpios todavía existía un pequeño mercado con pálpito popular de puestos de frutas, de reses degolladas y pescado recién traído del vecino puerto. Estos zocos de Solidere se asemejan más a un americano «mall» que a un bazar de Oriente. Son los nuevos zocos del siglo XXI. La dirección de Solidere ha contratado a grandes artistas españoles internacionales, como Moneo, LLuis LLeó, para realizar esta obra de renovación.

Corberó que ya viaja a la ciudad donde reside su hija desde hace tiempo, tiene nuevos proyectos libaneses. Es otro enamorado de Beirut. Estoy seguro que en Beirut se estimulan su emoción y su capacidad de sorprender. Uno de los creadores que mas esculturas ha sembrado por las ciudades de todo el mundo, ya ha derramado también aquí su tesoro energético de sus basálticas esculturas. Al que fue juvenil amigo de Dalí, originariamente tan marcado por el surrealismo, no le pudo pasar desapercibida la soterrada carga surrealista de esta ciudad que no cesa de contarse cada día a si misma, ante el asombro del mundo.

Publicado por La Vanguardia-k argitaratua