Plinio el Viejo fue un gran naturalista. Uno de los primeros en interesarse por la península Ibérica, además. En realidad, era un militar, y un almirante, que ejerció de procurador de
Plinio no era un científico. La ciencia nació milenio y medio más tarde, de la mano de Galileo y de otros como él. La ciencia trata de comprender, más que de describir. Es un método basado en la verificación o desestimación experimental de una hipótesis por la que no siente prejuicio ideológico alguno. La ciencia duda y concluye; las creencias afirman y presuponen. La ciencia genera conocimiento, no valida creencias. Plinio era un admirable naturalista pre-científico, que describía sin interpretar o interpretando desde el prejuicio.
Este proceder descriptivo ha llegado hasta nuestros días. Se llama naturalismo. Nada que objetar. Desde hace cinco siglos coexiste con la interpretación científica de la realidad natural, que es otra cosa. Se llama ecología. La utilización con fines sociales y políticos de algunas conclusiones provisionales de la ecología –las conclusiones científicas nunca son definitivas– es la base conceptual del ecologismo sostenibilista. Pero también hay un ecologismo que arranca del naturalismo precientífico. Lógicamente, es una creencia fundamentalista. O sea, que tenemos un problema: ¿Plinio o Galileo?
¿Heráclito o Lenin?
Contrariamente a otros filósofos presocráticos que le habían precedido, Heráclito no creía que la naturaleza estuviera formada por una sustancia última e inmutable. Al contrario, defendía que todo experimentaba un cambio continuo. Para Heráclito, todo se encontraba en «estado de flujo», como resume su famoso aforismo: «Todo fluye («panta rei», en griego), nada permanece quieto».
También es conocida su afirmación de que una persona no puede bañarse dos veces en el mismo río, ya que, al estar todo sometido a un cambio permanente, ni el río ni la persona serán los mismos en el segundo baño. «Cruzamos y no cruzamos los mismos ríos, somos y no somos», sostenía. Son conceptos bien modernos. De hecho, Heráclito fue un protocientífico, que es bien distinto de ser un precientífico, como Plinio.
Por todo ello, al recibir este Primero de Mayo la convocatoria de un grupo que dice querer explicarnos la democracia a la luz de las ideas de Lenin, pienso que tales personas ignoran la existencia de Heráclito. La democracia no es la erupción del Vesubio explicada desde el apriorismo. Es un sistema para ordenar la vida compartida que aprende de sus propios errores. Lenin hizo aportaciones capitales al pensamiento moderno –o, al menos, a las ideologías contemporáneas–, pero es inútil tratar de construir el siglo XXI mediante sus conceptos del siglo XIX: panta rei. Tampoco construiremos el sostenibilismo a partir del ecologismo fundamentalista. Sobran Plinios, faltan Galileos. Entre los ecologistas y entre los políticos.