De vez en cuando, todavía, algún policía o algún guardia civil, en Gandia, en Mallorca o en Barcelona, se molesta porque un ciudadano le habla en la lengua del país y no en la suya castellana, y lo lleva con más menos violencia a la comisaría. La lengua y la fuerza armada, o la fuerza y la lengua, que no se acaba nunca. Hace pocos días, por otro lado, uno de los dirigentes valencianos (pasado previamente por el PP), de ese partido que se llama de progreso y democracia, más conocido como el partido de Rosa Díez (primera de lista del PSOE al Parlamento Europeo hace pocos años, cosa que ya muchos olvidan), declaraba que la función principal de su partido era la defensa del castellano que, según ella, está perseguido en esta Comunidad (que a menudo ya no es ni valenciana). Válgame Dios, y todos los santos. Perseguido. Supongo que a golpes de porra policial o con los tanques de la base de Bétera, si es que todavía hay y no se han enmohecido. Curiosamente, entre las muchas reivindicaciones y legislaciones que el Parlamento de Cataluña ha elaborado para defender la pobre lengua catalana de la real y eficacísima presión cotidiana que ejerce el español, no hay ninguna sobre las fuerzas armadas. Fuera, quizás, de los señores y señoras «mossos» de las escuadras locales, armados con porras y pistolas y otros inventos. «Mossos» que, por otra parte, cuando les escucho hablar entre ellos en las calles de Barcelona suelen hablar castellano: no sé qué criterios de lengua se aplican en la escuela donde los eligen y los forman. Pero los militares, ah los militares, con graduación o sin ella, de los ejércitos de tierra, mar y aire, desde los generales a los soldados rasos, no se supone, ni supone nadie, de Montilla a Mas a Puigcercós a Carretero, que en Cataluña tengan que emplear para nada el catalán, ni una palabra. Cosa muy alarmante, porque ahora supongan ustedes que pasado mañana los referéndums por la independencia se hacen masivos, imparables, definitivos, y la independencia llega y les pilla con los calzones por tierra y sin una simple compañía o batallón que hable el idioma del país independiente. ¿Y que haría un país europeo independiente, sin tropa propia? Si hablamos, más o menos en paralelo, de lengua y de soberanía (para no hablar sólo de corridas de toros o corridas de bueyes), hay que tener muy presente que, queramos o no queramos, soberanía quiere decir tropa, barcos y aviones, y cosas de ese estilo, que me parece que no están previstas en los referéndums municipales. Por ejemplo: ¿cuando se puede hablar de la soberanía de un idioma en su territorio, sea o no sea este un territorio soberano? Si imaginamos la pregunta, podemos imaginar la respuesta.
Transferimos el campo habitual de aplicación de los conceptos, y ya está hecho: una lengua tiene soberanía cuando es lengua de un ejército regular. Si puede ser, con banda, himnos y marchas para animar las fiestas. Una lengua con soberanía, pues, es la que puede usar un oficial para dar las órdenes habituales, media vuelta, derecha, izquierda, presenten armas, marchen, y cosas de este estilo. Aunque sea un poco de soberanía compartida, sólo en algún regimiento, en algún trozo de territorio, en alguna ocasión. Como por ejemplo cuando, hace algunos años, asistí al cambio de la guardia ante la ciudadela de Quebec. Me parece que ya lo había explicado en algún lugar. La guardia, tal como corresponde a un dominio ritual de Su Majestad Británica, iba vestida igual que la que hace de atracción turística en el palacio de Buckingham: pantalón negro, guerrera roja y gran morrión peludo. Era una guardia perfectamente colonial, si ustedes quieren, símbolo de una soberanía real histórica y remota. Pero los gritos de mando eran en francés, demi-tour à droite, en avant, etcétera. Era la simultaneidad de dos órdenes de preeminencia: el uniforme de la guardia, símbolo de una reina distante, y la lengua oficial, efecto de la ley que otorga al francés la presencia preminente en su territorio. Aproximadamente como si la guardia de