Fue una apuesta arriesgada en tiempos difíciles y ya han pasado 40 años. Las ikastolas de Navarra consiguieron romper la vitrina del museo al que estaba condenado el euskera, ofreciendo un sistema educativo que nació del corazón del pueblo navarro.
Un cuatro y un cero. Cuarenta. Mientras que a algunas personas les causa cierto vértigo subir al cuadragésimo escalón de su vida, los fundadores de las ikastolas de Navarra soplan con ilusión las cuarenta velas que adornan su pastel. Y no es para menos. La llama de cada cirio representa un nuevo triunfo de aquellos navarros que hace cuatro décadas decidieron echar un pulso al sistema educativo vigente, que en aquel entonces se levantaba sobre los pilares del catolicismo y patriotismo español. Una apuesta que, durante estas cuatro décadas, ha pintado el cuadro de la sociedad navarra con el pincel del bilingüismo, devolviéndole al euskera el lugar que le pertenece: las calles del viejo reino navarro.
No se pueden desarrollar las líneas de este reportaje sin contar con el testimonio de Irene López-Goñi, prestigiosa doctora en pedagogía y autora de la tesis doctoral Ikastola: un movimiento popular y pedagógico, que alaba el «largo recorrido plagado de trabajo, emoción, sentimiento y buen hacer educativo» de las ikastolas navarras.
Pero este recorrido no se inició hace 40 años, ya que, antes de que estallase la Guerra Civil, hubo un primer intento de sembrar las semillas de la cultura navarra en el campo de la educación, abriendo las primeras escuelas vascas entre 1931 y 1936 en Estella, el valle del Baztan y Pamplona. Los padres de las ikastolas que hoy conocemos arrancaron su andadura bebiendo de diferentes fuentes ligadas al mundo de la educación, que comenzaron a manar una metodología innovadora creada por el médico belga Ovidio Decroly.
Pero las puertas de estos primeros centros levantados sobre los cimientos del nacionalismo vasco fueron cerradas al comenzar la guerra, que destruyó la cosecha cultivada a lo largo de esos cuatro años.
hacia la normalidad La tormenta política consiguió que las tizas de los centros escolares pasaran a hablar únicamente en español; aunque el euskera seguía latiendo en los corazones de los navarros. Es por eso que a mediados de los 60 nació una flor entre las zarzas franquistas, que guardaba entre sus pétalos la idea de crear en Navarra varios centros escolares donde poder aprender el idioma. «Los ciudadanos que dan vida al movimiento de las ikastolas no consentían que el euskera formara parte de un museo y consideraban que había que modernizar la lengua», explica Irene López-Goñi. Asimismo, como todavía la llama que iluminaba las primeras ikastolas del territorio no se había extinguido, «resurgió la idea de crear un nuevo sistema educativo, más plural y abierto», subraya.
Y así fue. Varios grupos de padres y madres de Navarra, arropados por diferentes asociaciones culturales, deportivas y de otros ámbitos, unieron sus fuerzas para ofrecer a sus vástagos la oportunidad que ellos no tuvieron. La opción de crecer en el seno de los valores que hasta la Guerra Civil habían sido transmitidos generación tras generación.
«La Institución Príncipe de Viana, a través de su sección de vascuence, jugó un importante papel en un primer momento», remarca López-Goñi.
En 1965 se abrieron las puertas de la primera ikastola de Pamplona, Nuestra Señora de Ujué, ubicada en la calle Pozoblanco. Ésta nació de la mano de la Asociación de Amigos del País. Cinco años más tarde, este centro se dividió en dos ikastolas: San Fermin, en Cizur Menor, y Paz de Ziganda, en Villava. Junto con estos dos centros educativos de la cuenca de Pamplona, nacieron los de Etxarri Aranatz (el año pasado celebró su 40º aniversario), Olazagutía, Tafalla, Estella, Baztan, Lei-tza y Lekunberri (estos dos últimos pertenecen en la actualidad a la red de centros públicos).
Durante estos 40 años las ikastolas de Navarra han trabajando duramente para cumplir sus objetivos. Comenzaron su andadura en circunstancias muy precarias, pero gracias al calor de los ciudadanos navarros, han conseguido caminar en una misma dirección (hoy en día la familia de las ikastolas está formada por 15 centros). Con el transcurso de los días, las leyes comenzaron a sonreírles y finalmente fueron reconocidas legalmente. Un respaldo que les ha ayudado a cumplir su sueño.