La bióloga Deborah Gordon ha popularizado la frase: “Las hormigas no son inteligentes, pero el hormiguero sí”. Una hormiga aislada no puede hacer gran cosa; pero una colonia es capaz de resolver con prontitud y eficacia problemas bastante complicados, como hallar el mejor camino a una fuente de alimentos u organizar la defensa de su territorio ante un súbito ataque; de la colaboración de miles de individuos surge lo que se ha denominado “inteligencia de enjambre”.
Un gran número de elementos simples que interactúan entre sí y con su entorno siguiendo unas reglas muy sencillas pueden mostrar un comportamiento colectivo sorprendentemente complejo. Los insectos sociales son el paradigma de la inteligencia de enjambre (de ahí su nombre); pero la naturaleza nos ofrece otros muchos ejemplos, como los desplazamientos de ciertos rebaños, bandadas de aves o bancos de peces. Por no hablar del propio cerebro, que, en cierto modo, es un enjambre de neuronas.
La idea no es del todo nueva. Hace más de cien años, el dramaturgo y ensayista belga Maurice Maeterlinck escribió un delicioso libro titulado La vida de las abejas, al que seguirían La vida de las termitas y La vida de las hormigas, y a pesar de tratarse de textos más literarios que científicos, encontramos en ellos párrafos tan perspicaces como el siguiente: “El hormiguero debe ser considerado como un individuo único, cuyas células (al contrario que las nuestras) no están aglomeradas, sino disociadas, diseminadas, exteriorizadas, sin dejar de estar sometidas, a pesar de su aparente independencia, a la misma ley central”. Seguramente la doctora Gordon solo estaría en desacuerdo con la última palabra, pues la “ley” del hormiguero no es central: es el resultado autorregulado, pero no planificado, de la estrecha y continua interacción de miles de hormigas. La ley del hormiguero es lo que hoy denominamos una propiedad emergente.
La narrativa también ha anticipado la noción de inteligencia de enjambre. En su memorable novela Ven y enloquece, escrita a mediados del siglo pasado, Fredric Brown cuenta la historia de un periodista que finge creer que es Napoleón para ingresar en un manicomio, con objeto de llevar a cabo una investigación… que lo lleva a descubrir que él es realmente Napoleón y que los seres humanos no son más que peones de una complejísima partida de ajedrez espacio-temporal que tres superinteligencias planetarias –
* Carlo Frabetti. Escritor y matemático