La carta de Etiopía

Hace veinte años, Etiopía era un campo de batalla de la Guerra Fría. En el mapa ideológico del mundo, era territorio soviético, una tierra de hambruna, dictadura y guerra civil. Pero, con el derrocamiento de la dictadura marxista-leninista de Mengistu Haile Mariam en 1991, Etiopía inició un proceso de transformación. Hoy, se ubica entre las cinco economías de más rápido crecimiento del mundo, y es un bastión de estabilidad regional.

Esa estabilidad es relevante, porque el Cuerno de África se está convirtiendo, una vez más, en un dolor de cabeza para la seguridad. Si la región ha de estabilizare, Etiopía necesitará desempeñar un papel clave. De hecho, se lo debería considerar un socio estratégico indispensable para quienes, en la comunidad internacional, quieren impedir que todo el este de África sucumba en el caos.

Por otra parte, la anarquía interminable de la vecina Somalia, los desafíos regionales que enfrenta Etiopía y su primer ministro de larga data en funciones, Meles Zenawi, resultan amedrentadores. El país sigue estando en pie de guerra con Eritrea por el disputado poblado fronterizo de Badme. El acuerdo de paz entre el gobierno y el ex SPLM rebelde se está desovillando a toda marcha en el vecino Sudán, donde un referendo programado en el sur en enero de 2011 sobre sucesión e independencia –parte del acuerdo de paz de 2005- puede dar pie a un retorno a una guerra declarada.

Más al sur, Kenia aún padece las heridas producidas por las secuelas de la violencia postelectoral, y su proceso de revisión constitucional podría derivar en un mayor derramamiento de sangre. Es más, la proximidad de Etiopía con Yemen, un país arrasado por los combates donde se congregan los jihadistas violentos, justo del otro lado del Mar Rojo, está complicando la política exterior del país debido a su esfuerzo por mantener a Somalia fuera del control islamista.

A pesar de estos múltiples problemas –o quizá debido a ellos-, Etiopía tiene la oportunidad de surgir como el líder regional indiscutido. Se proyecta que el rápido crecimiento de la población lo colocará entre los diez estados más populosos del mundo para mediados de siglo. Aunque sin salida al mar, en términos comparativos, Etiopía cuenta con mayores recursos naturales, para no hablar de sus tierras fértiles, que atrajeron una inversión significativa de parte de Arabia Saudita, entre otros. Una resolución final a la prolongada disputa con Egipto por las aguas del Nilo Azul –que nace en Etiopía- parece vislumbrarse en el horizonte y esto podría tener un impacto importante en el crecimiento económico.

Sin embargo, a pesar del progreso de Etiopía, la comunidad internacional (especialmente Occidente) se ha mostrado reacia a considerar al país un socio estratégico. Por supuesto, Etiopía tiene sus problemas, pero se los debería considerar en un contexto africano. La situación de derechos humanos sin duda podría mejorar –en particular, el trato al líder político opositor Birtukan Mideksa-, pero el régimen de Isaias Afwerki en la vecina Eritrea es muchísimo peor.

La coalición gobernante del país, el Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope, domina el paisaje político -¿pero quién puede culpar a los etíopes, rodeados de potenciales enemigos, por darle prioridad a la estabilidad y al orden por sobre el desarrollo democrático al estilo occidental? Los líderes occidentales no pueden denunciar a Zenawi y al mismo tiempo alabar a Vladimir Putin por su interés en llevar la modernización a la gobernancia de Rusia.

Es más, el presidente Yoweri Museveni de Uganda ha creado lo que representa un estado unipartidario durante sus 24 años en el poder; sin embargo, en Occidente lo celebran como uno de los líderes visionarios de África. Parece que Etiopía, la mayoría de las veces, es víctima de una doble moral diplomática.

Si Zenawi logra aferrarse al poder en las elecciones parlamentarias a celebrarse en mayo, el mundo debería esperar que la estabilidad que generó eche raíces más profundas. Ahora bien, que la estabilidad se propague por toda la región es otra cuestión. Es por eso que, más allá del resultado electoral, Etiopía necesita un respaldo internacional.

Es interesante contrastar las probables consecuencias de la elección en Etiopía con las esperadas repercusiones de la elección presidencial programada en Sudán más o menos para la misma época. Si Omar al-Bashir retiene la presidencia de Sudán, como se espera, se sentirá envalentonado para aumentar su hostilidad hacia las regiones alborotadas del país. Su campaña sangrienta en Darfur –no haría falta recordárselo al mundo- ya ha llevado a la sentencia de la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad.

Sin duda, Bashir también intentará impedir que la región rica en petróleo de Sudán del Sur declare la independencia. El pueblo de Sudán del Sur, en su mayoría cristiano o animista, probablemente favorezca la secesión –sobre todo por el recuerdo de décadas de guerra y la imposición profundamente rechazada de la ley de la Sharia por parte del gobierno de Bashir en Kartum.

Muchos hoy creen que Bashir intentará impedir que el referendo tenga lugar, o utilizar su resultado como un pretexto para volver a la guerra con el Sur –con consecuencias devastadoras en todo el Cuerno de África-. La diplomacia de Etiopía será vital para minimizar la potencial propagación de este tipo de violencia, pero Etiopía puede desempeñar este papel sólo si recibe un fuerte respaldo estratégico de Occidente.

Las rivalidades regionales y la historia pasada implican que Etiopía tiene pocos aliados naturales en la región. Un aliado podría ser Somaliland, el ex protectorado británico, que se separó de Somalia en 1991 y se encuentra al noreste de Etiopía.

Somaliland es, al igual que Etiopía, relativamente estable, progresa económicamente y es un estado seguro. También tiene una extensa costa y un puerto de aguas profundas, Berbera, que podría contribuir a que Etiopía, un estado sin salida al mar, generase incluso más crecimiento económico. El Islam moderado que se practica en Somaliland no podría estar más alejado de la barbarie de Al-Shabab en Somalia. Si Etiopía reconociera a Somaliland como un estado soberano, otros países de la Unión Africana quizás hicieran lo mismo –y así, tal vez, también lo hicieran Estados Unidos y los estados miembro de la UE que cada vez se desesperan más por recomponer a Somalia.

El liderazgo de Etiopía en todo el Cuerno de África podría generar un cambio duradero en una parte del mundo que, en general, siempre fue ignorada. Es hora de darle a Etiopía las herramientas diplomáticas que necesita.

Copyright Project Syndicate 2010

Charles Tannock is ECR Foreign Affairs Spokesman in the European Parliament.