Estos días, los medios de comunicación de Madrid no conseguían silenciar los recientes intentos de mejora de calidad política, desde aquella incompleta pero valiente intervención de Juan José Ibarretxe en el Parlamento español, contra vientos y mareas hostiles, tanto en mares ajenos como en los suyos propios.
Empezó manifestándose la izquierda abertzale, que tanto por la voz de partidos organizados como por la sociedad civil cercana a su sensibilidad ha aportado un mensaje concreto que parece enervar a los nacionalistas españoles que, dicho sea de paso, tienen tanto derecho de serlo como los nacionalistas de cualquier colectivo que desee defender lo que cree que es su identidad. Pero resulta que también molesta a algunos nacionalistas vascos que, en pocos días, responden con textos que parecen traducir poca convicción. Reconozco mi subjetividad en esta apreciación.
Una novedad parece dibujarse en el soporte monótono de la política vasca. Si antes los mensajes de autodeterminación se atribuían al mundo nacionalista, ahora una parte de la sociedad civil, no forzosamente nacionalista, reivindica el derecho de elaborar su propio destino, sin injerencias.
Ya no es necesario ser nacionalista para ser soberanista. Ya no es necesario confundir identidad y cultura, y aún menos averiguar la génesis de ocho apellidos, para legitimar las ansias de independencia. El fenómeno de la inmigración, tanto de fuera como de dentro del Estado, no es el único, a pesar de su importancia, que permite caracterizar una sociedad del siglo XXI. Para A. Touraine «cada vez estamos compuestos de fragmentos de identidades diferentes», afirmación muy reductora porque también son los fragmentos de culturas diferentes los que nos componen.
Conviene rehusar la sistemática asimilación entre identidad y cultura, entre sujeto y derechos culturales. Será difícil, para algunos, disociar, en la presente reivindicación de la soberanía, el pasado genético nacionalista del presente identitario y de su característica pluricultural. Si no aceptamos este importante matiz, nuestra aspiración soberanista se alejará.
Antes de vencer es preciso convencer a la mayoría de los ciudadanos de Euskal Herria, sea cual sea su origen, para los que las preocupaciones esenciales actuales son de orden material. Esto no les impedirá apreciar que la aspiración soberanista les conducirá al bienestar cualitativo y cuantitativo que desean. Apreciarán que, junto a una izquierda abertzale hay una derecha abertzale con su acólito el extremo centro, en el mosaico necesario a la democracia.
Los intentos de recuperación de la sociedad del «ari gara» o del «ados» contribuirán a diferenciar claramente los programas correspondientes de gobierno rechazando timos culturales de utilización de expresiones trascendentes como el Contrato Social o el Nuevo Contrato Social. Otro signo de incultura.
Ronda el peligro de atenuar reivindicaciones bajo el pretexto de que la política es el arte de lo posible cuando tendría que ser la manera de hacer posible lo aparentemente imposible.
Los tratados políticos europeos sólo nos dan amplitud de acción, soberanía, en temas inmateriales como educación, identidad, cultura. Ese patrimonio solo podrá ser protegido por electos, realmente locales, que lo puedan palpar en «las entretelas de sus entrañas» (Unamuno).