Las relaciones chino-americanas vuelven a pasar por horas bajas. China protestó por que el Presidente Barack Obama recibiera al Dalai Lama en
No era de esperar que la situación cobrara ese cariz. Hace un año, el gobierno de Obama hizo importantes esfuerzos para extender la mano a China.
La idea del G2 siempre fue absurda. Europa tiene una economía mayor que los Estados Unidos y que China y la economía del Japón es actualmente del mismo tamaño que la de China. La participación de esos países en la solución de los problemas mundiales será esencial. No obstante, el aumento en el año pasado de la cooperación chino-americana dentro del G20 fue una señal positiva de cooperación bilateral, además de multilateral.
Independientemente de las preocupaciones que susciten los recientes episodios relacionados con el Dalai Lama y Taiwán, es importante observar que el deterioro de las relaciones chino-americanas comenzó ya antes. Muchos congresistas americanos, por ejemplo, se quejan de que la intervención de China en los mercados de divisas para mantener un valor artificialmente bajo del yuan está destruyendo puestos de trabajo americanos.
Otra cuestión fue la decisión de China de no cooperar en la conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático planetario celebrada en Copenhague el año pasado. No sólo opuso resistencia China a las medidas que se habían estado negociando durante el año anterior, sino que, además, la decisión del Primer Ministro Wen Jiabao de enviar a un funcionario de bajo nivel a reunirse con Obama y acusarlo fue absolutamente insultante.
China se comportó de forma semejante cuando los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (más Alemania) se reunieron para examinar la posibilidad de adoptar sanciones contra el Irán por las violaciones de sus obligaciones para con el organismo Internacional de
¿Qué ha sido de aquellas primeras señales prometedoras de cooperación? Dos razones para el cambio de actitud de China –aparentemente incoherentes a primera vista, pero que, en realidad, tal vez se refuercen mutuamente– parecen posibles.
En primer lugar, se espera una transición política en 2012 y, en un período de nacionalismo en aumento, ningún dirigente chino quiere parecer más blando que sus rivales, lo que contribuye a explicar la reciente represión en Tibet y Xingjiang, además de la detención de defensores de los derechos humanos.
Además, China puede estar acercándose a una transición económica. Algunos chinos sostienen que cualquier crecimiento inferior al ocho por ciento sería insuficiente para garantizar la necesaria creación de puestos de trabajo y contener la inestabilidad social, pero, cuando la tasa de ahorro de los Estados Unidos empiece a aumentar, el modelo de crecimiento de China mediante la exportación, que ha fomentado el empleo en este país a costa de los equilibrios comerciales mundiales, puede dejar de ser posible. Si China responde a los ruegos de que revalúe el yuan, puede serle necesario parecer que adopta posiciones firmes respecto de otras cuestiones para apaciguar el sentimiento nacionalista.
La segunda causa de la actitud reciente de China podría ser el ensoberbecimiento y la confianza excesiva. China está orgullosa –y con razón– de su éxito al salir de la recesión mundial con una tasa alta de crecimiento económico. Acusa a los Estados Unidos de haber provocado la recesión y ahora posee unos dos billones de dólares de reservas en divisas.
Muchos chinos creen que eso representa un cambio en el equilibrio de poder mundial y que China debe mostrar menos deferencia con otros países, incluidos los Estados Unidos. Algunos eruditos chinos están escribiendo ahora sobre la decadencia de los Estados Unidos y uno de ellos ha afirmado que en 2000 el poder americano llegó a su culmen.
Esa confianza excesiva en la política exterior, combinada con la inseguridad en los asuntos internos, puede contribuir a explicar el cambio de actitud de China en la última parte de 2009. De ser así, este país está haciendo un cálculo erróneo.
En primer lugar, los Estados Unidos no están en decadencia. Ha habido americanos y extranjeros que han estado prediciendo esa decadencia a lo largo de los años: después de que los soviéticos lanzaran el sputnik en 1957; de nuevo cuando Nixon cerró la ventana del oro en 1971 y cuando en el decenio de 1980 la economía del cinturón industrial americano parecía superada por los manufactureros japoneses, pero, si examinamos la fuerza subyacente de la economía americana, no es de extrañar que el Foro Económico Mundial sitúe a los Estados Unidos en segundo lugar (justo detrás de Suiza) entre los países más competitivos, mientras que China se encuentra unos 30 puestos más abajo.
En segundo lugar, el hecho de que China posea tantos dólares no es una verdadera fuente de poder, porque la interdependencia de la relación económica es simétrica. Cierto es que, si China inundara los mercados mundiales con sus dólares, podría poner de rodillas la economía americana, pero, al hacerlo, se derribaría a sí misma. China no sólo perdería el valor de sus reservas en dólares, sino que, además, sufriría un desempleo importante. Cuando la interdependencia está equilibrada, no constituye una fuente de poder.
En tercer lugar, pese a las quejas chinas, es probable que el dólar siga siendo la más importante moneda de reserva mundial, por la profundidad y la amplitud de los mercados de capitales de los Estados Unidos, que China no puede igualar sin volver convertible el yuan y reformar su sistema bancario.
Por último, China ha calculado mal al violar la sabiduría de Deng Xiaoping, quien aconsejó que China actuara con prudencia y “ocultase su bazas”. Como me dijo recientemente un veterano estadista asiático, Deng nunca habría cometido ese error. Si Deng estuviera al mando en la actualidad, haría volver a China a las relaciones de cooperación con los Estados Unidos que caracterizaron la primera parte de 2009.
Copyright: Project Syndicate, 2010.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
En este enlace puede encontrar un podcast de este artículo: http://media.blubrry.com/ps/media.libsyn.com/media/ps/nye80.mp3
Joseph S. Nye Jr. is Distinguished Service Professor at Harvard’s Kennedy School of Government and author, most recently, of The Powers to Lead.