Más acá del Estado de las Autonomías

El impacto de los referéndum independentistas en Catalunya, las tensiones en torno al Estatut y los pánicos morales de la derechona españolista (“España se está deshilachando”, Aznar dixit) nos recuerdan que el Estado de las Autonomías no está “bien atado”. Paralelamente, el cinturón de castidad de la lucha armada parece cercano a romperse. Se abren así escenarios políticos inéditos que conviene abordar desde los movimientos de base.

 

De un tiempo a esta parte asistimos a acontecimientos importantes que –a falta de desarrollos concluyentes– podemos aventurar como síntomas de un cambio de tendencia en el conflicto nacional. El desplazamiento del epicentro del conflicto de Euskal Herria a Catalunya, las consultas soberanistas del independentismo catalán y la redefinición actual de la estrategia abertzale han puesto de relieve un cambio de escenario que no es sino el reflejo de una transformación mucho más profunda y lenta, a saber: el paso de la política de partido a la política de movimiento. Así, el agotamiento de las estrategias del nacionalismo vasco –visible en el regreso a las armas de ETA, en el fracaso del Plan Ibarretxe y en la conquista del poder por el nacionalismo español gracias a la política de la excepción– contrasta con la creatividad reciente del catalanismo.

 

Del partido al movimiento

No es casual que esté siendo en el nacionalismo catalán y no en el nacionalismo vasco donde, sintomáticamente, más haya progresado el tránsito a la política de movimiento. Consideremos algunos de los desarrollos más recientes de la política catalana.

En primer lugar, la reforma del Estatut –claro ejemplo de la política de partido– arroja un preocupante déficit de legitimidad, visible en todos los indicadores electorales posibles: menor participación (del 59,70% al 48,85%), menor porcentaje de partidarios del ‘sí’ (del 88,15% al 73,24%), mayor porcentaje de partidarios del ‘no’ (del 7,76% al 20,57%), mayor porcentaje de voto en blanco (del 3,55% al 5,29%) y mayor porcentaje de voto nulo (del 0,48 al 0,90%). Por si fuera poco, en un notable ejercicio de razón cínica, medios y partidos han limitado la lectura de resultados a tildar a la ciudadanía de desafecta al régimen, entonando falsas asunciones de responsabilidad por la baja participación.

En contraposición a la reforma estatutaria nos encontramos con las movilizaciones catalanistas de los últimos tiempos. Buen ejemplo de la política de movimiento, la Plataforma pel Dret de Decidir (PDD) convocó el 18-F de 2006 bajo el lema “Som una nació i tenim el dret de decidir” y obtuvo uno de los mayores respaldos sociales que se recuerda. Y no sólo seis meses antes de la votación del Estatut, sino también más adelante, con motivo de las movilizaciones por las infraestructuras. Más recientemente, buena parte de las redes sociales que sostenían la PDD se han organizado en otras plataformas para lanzar el proceso de consultas sobre la independencia. Algo falla, pues, en la política de partidos y algo funciona en la política del movimiento.

Junto al fortalecimiento de la autonomía ha progresado también un importante giro en el discurso político, ajeno a la habitual etnificación de la política de los nacionalismos sin Estado. Además de ampliar el derecho de ciudad a los jóvenes de más de 16 a 18 años, las convocatorias por la independencia han incluido en sus censos a los ‘nouvinguts’. Ciertamente, los detractores del catalanismo podrían aducir que este giro en el discurso es oportunista. Preferiríamos, no obstante, leer la tendencia de modo distinto, en la convicción de que el giro todavía no se ha consolidado y dista mucho de erradicar las viejas inercias y lógicas identitarias, todo lo cual no impide que estemos hablando de una transformación bien real y que alcanza a integrar a quienes quedan fuera de las concepciones aristocráticas –por restrictivas– de la ciudadanía.

Llegado este punto, el contraste entre la política de partido y la política de movimiento se hace cada vez más evidente. Nótese, si no, la gran diferencia que hay entre las lógicas políticas de las consultas, por una parte, y del caso de Vic y el empadronamiento de los migrantes, por otra. Mientras que en el primer caso, los partidos nacionalistas fueron subsumidos en la lógica constituyente de una nueva ciudadanía, subordinándose a los procesos asamblearios de ésta, en el segundo caso nos encontramos con una lógica de la representación en la que Esquerra o CiU se dejan arrastrar y construyen sus propios discursos en la explotación electoralista de la xenofobia de los grandes medios.

 

De vuelta a Euskal Herria

Para acabar de completar el complejo panorama de estos últimos tiempos, hemos de volver la vista sobre los desarrollos recientes de la política vasca. Tras la conquista electoral-judicial del poder por el nacionalismo español, se ha abierto un escenario político inédito marcado por el paso del PNV a la oposición y el debate interno de la izquierda abertzale. Atrás ha quedado la etapa del Plan Ibarretxe y del fin de la tregua de ETA. Por delante parece inaugurarse una etapa de mayor calado del que quieren reconocer los partidarios de la estrategia de la tensión y la nueva cultura de la emer- gencia. En este sentido, los pasos dados por la izquierda abertzale con su debate estratégico contrastan con las campañas mediáticas lanzadas desde Interior por el ministro Rubalcaba sobre una acción inminente de ETA o las más recientes insinuaciones sobre la búsqueda de financiación del grupo armado en el narcotráfico. Y aunque puntualmente comienzan a escucharse comentarios mínimamente críticos como las declaraciones del presidente del PSE, Jesús Eguiguren, por desgracia voces así son un epifenómeno.

De hecho, la falta de una iniciativa política valiente y rompedora sigue al orden del día, tal y como se demuestra en la reciente polémica en el jucio de Otegui. El impresentable trato dispensado por la juez Murillo a un Otegui en huelga de hambre e incriminado con unas pruebas cuyo significado el propio tribunal admite desconocer por falta de una traducción, entra ya directamente en el terreno de lo kafkiano y evidencia de todo punto el vergonzoso nivel de degradación en que ha caído el sistema judicial por culpa de la nueva cultura de la emergencia y el excepcionalismo del soberano español. Y a pesar de ello –o quien sabe si gracias a ello–, parece que el giro estratégico de la izquierda abertzale está progresando y puede realmente culminar en la ruptura con el modo de movilización centralizado propio de la lucha armada fordista de base nacional –el llamado MNLV.

Con todo, queda por verificar si este giro conlleva el cambio de gramática política que demanda el conflicto vasco. Paradójicamente, los independentistas catalanes han estado mirando hacia Euskal Herria para poder encontrar un exterior constitutivo de su identidad y, sin embargo, las cosas apuntan más bien a que, en toda la inevitable asimetría de cada nación, sea el nacionalismo vasco el que haya de mirar hacia los desarrollos más originales y recientes del catalanismo si finalmente desea convertirse en un actor capaz de catalizar la ruptura constituyente de estos días y plantear, también él, el debate sobre el derecho a decidir.

 

Raimundo Viejo Viñas. Activista y miembro del Institut de Govern i Polítiques Publiques (IGOP)

 

Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/Mas-aca-del-Estado-de-las.html