El dedo y la Luna

A la hora de observar los hechos, siempre procuro tener presente el viejo proverbio chino: “Cuando el sabio señala la Luna con el dedo, el imbécil se queda mirando el dedo”. Y hoy es un día para tenerlo mucho en cuenta. Las consultas en un octogésimo de poblaciones y a trescientos mil catalanes sobre la independencia de Cataluña no son la Luna: son el dedo. Los votos, la participación, los resultados, son un gesto extraordinariamente importante e insólito que en su segunda edición, el 13 de diciembre, ya convocó la atención de medio mundo. Desde el acierto de Arenys de Munt, con la tercera convocatoria de hoy y la cuarta ya anunciada para el 25 de abril, las consultas representan un cambio de registro de consecuencias todavía imprevisibles en el camino hacia la independencia de Cataluña. Pero atención: lo importante es lo que señalan, no la foto fija que algunos querrían hacer.

La primera consecuencia, y la más importante, de esta constatación es que no sería razonable confundir los resultados de la consulta con la voluntad, o con toda la voluntad política de independencia de los catalanes. Apenas se acaba de arrancar un proceso fundamental para desdramatitzar y descriminalizar la idea de independencia. Se trata, principalmente, de hacer ver a toda la ciudadanía que la pregunta por la independencia es posible y legítima. Que los catalanes se pueden permitir la libertad de pensar en la independencia. Que no tienen que tener miedo de los propios sueños. Que cualquiera se puede dar permiso para imaginar lo que durante tanto de tiempo y para tanta gente ha sido prohibido. Que se ha acabado el tiempo de “ya me gustaría, pero no es posible”, restricción mental que ha sido –y sigue siendo– el verdadero obstáculo para seguir avanzando en el único y genuino camino de la emancipación nacional. En el fondo, las actuales consultas tienen que ser entendidas como un tributo póstumo al impresionante verso de Miquel Martí Pol, aquel “Todo está por hacer, y todo es posible”, que sembró con generosidad y que ahora ha germinado en tantos espíritus. ¡Esta es la auténtica jaculatoria –ahora los multicultis dicen mantra– de las consultas independentistas!

El instrumento simbólico de este desacomplejamiento, de esta liberación de los miedos tan largamente incubados, es la repetición del principal gesto del ritual democrático: un voto depositado en la urna. Se trata, sólo, de una representación, de una simulación. No es, en realidad, un voto en el sentido fuerte de la palabra, porque no tiene poder de coacción. No tiene el aval de quien ostenta la verdadera capacidad de coacción legítima, que es el Estado. Pero, por el hecho de atreverse a repetir el gesto sagrado de la democracia, y cuanto más se haga repitiendo las garantías propias del mecanismo auténtico para evitar que sea un escarnio, más se convierte esta simulación en un verdadero acto subversivo, en un desafío de una gran fuerza rupturista.

Desde esta perspectiva, ya se ve que el resultado en sí mismo no es lo más importante. Las condiciones de las convocatorias no son las mismas, para bien y para mal, de lo que podría ser un verdadero referéndum por la independencia. Los favorables al sí no disponen de los medios y los apoyos que tendrían en un plebiscito formalmente convocado. Pero los defensores del no, lógicamente, tampoco participan en el debate tal como lo harían si fuera de verdad. Y no lo hacen porque a los partidarios del no, de momento, les trae más cuenta refugiarse bajo las faldas del Estado que protege su renuncia. ¡El día que vaya de veras, ya se harán oír suficientemente! Por lo tanto, los resultados no hacen la foto finish del independentismo, sino del estado actual de un proceso de revuelta política en permanente evolución. Y la foto de esta noche saldrá, inevitablemente, borrosa. Vendría bien, por lo tanto, que pase lo que pase, el lunes nadie se confundiera en la valoración de los resultados, empezando por los mismos organizadores.

¿Y qué señalan, pues, las consultas? ¿Dónde está la Luna que el sabio nos quiere hacer descubrir? Pues lo que es fundamental en todo este movimiento es, precisamente, este nuevo despertar nacional tras un largo letargo. La ebullición en todo el país es un hecho del que no es seguro que se tenga aún conciencia suficientemente clara. En parte, porque a los medios de comunicación les falta información. En parte, porque todavía no saben qué valor darle. Pero también porque quienes se dan cuenta de qué va disimulan y esperan que pase la riada o que llegue la oportunidad de pararla. Tal como denunciaba esta semana Vicent Partal en Vilaweb, en Juego sucio, hay indicios serios de que el independentismo será combatido con las peores armas.

Esta revuelta no tiene interlocutores muy definidos y desborda absolutamente las plataformas coordinadoras o a las cabezas más visibles. Los perfiles de los voluntarios y de los asistentes a los actos que estos días se multiplican en todo el país, por otro lado, no son los que conocíamos en estos ambientes: la confluencia de gente joven, mujeres y gente mayor; de profesionales de todos los ámbitos y niveles; la pluralidad de orientaciones ideológicas, hacen pensar que se está formando una nueva corriente central, que ya no pasa por el centro político definido por los partidos clásicos, sino que ha desbordado los cursos habituales y busca nuevos cauces. Quiero decir que el independentismo que llega no tan sólo desplaza el centro del paisaje político de siempre, el que conocíamos hasta ahora, sino que está creando unos nuevos, políticamente vírgenes, y que no sabemos, todavía, quién los poblará.

Una de las principales claves del éxito de las consultas es que se ha producido un cambio radical de la estrategia política que había sido hegemónica en nuestro país, y que consistía en buscar la fuerza en la ambigüedad. Se trataba de utilizar una terminología que no asustara a nadie con el supuesto ingenuo que eso permitiría conseguir grandes mayorías. Expresiones del tipo “soberanía compartida”, “segunda transición” o “derecho a decidir”, obviaban la palabra final y que estaba implícita, la independencia. Pero lo cierto es que la ambigüedad ha sido el gran fracaso de la estrategia de reconstrucción del nacionalismo catalán desde la Transición hasta ahora, abocado a un progresivo desdibujamiento de los horizontes y a la deserción correspondiente por fatiga crónica. Ahora, en cambio, se habla en plata. Ahora todo el mundo entiende de qué se discute, bien sea para ir a favor o en contra. Y la sorpresa es que eso sí que está creando una corriente de opinión central, anchísima y de una gran solidez.

Probablemente, los imbéciles del proverbio chino, mañana estarán discutiendo los porcentajes de participación. Quienes quieran ver la Luna, en cambio, hoy habrán descubierto que este país tiene un nuevo futuro.

 

Publicado por Avui-k argitaratua