El espíritu de Alejandría

La juventud domina el paisaje alejandrino. El tráfico discurre veloz y con una densidad inacabable. No hay semáforos en esta ciudad que alberga entre cinco y seis millones de egipcios. No hay semáforos. El transporte público apenas existe. Flotas de cientos de furgonetas privadas recogen a cualquiera que levante el brazo. Una libra, unos veinte céntimos de euro, te permiten transitar por la Corniche que se prolonga unos veinte kilómetros.

Andreu Claret, presidente de la Fundación Anna Lindh, lleva casi dos años en Alejandría. Me invita a almorzar en el Club Griego, cerca del castillo y con vistas al que fue célebre Faro de Alejandría, la luz que dio paso a todas las invasiones de la historia. Desde su despacho en la moderna y espectacular Bibliotheca Alexandrina domina la bahía nueva de la ciudad.

Hace unos veinte siglos toda la sabiduría de la antigüedad que reposaba en este privilegiado lugar fue víctima de las llamas. Me cuenta Andreu Claret que 80 millones de egipcios viven en un territorio equivalente a Suiza. Todo es compacto en Alejandría. Las calles, las aglomeraciones humanas, los inexistentes espacios públicos, los barrios destartalados, las aromas orientales y los egipcios que fuman en todas partes despiden una sensación de agobio.

Y, a pesar de ello, Alejandría es la ciudad más moderna y más habitable de Egipto, es la puerta abierta al Mediterráneo, al entendimiento con Occidente. Coincidimos en que la revolución de Nasser en los años cincuenta fue tan populista y tan negativa como la de Perón en Argentina.

Nasser obligó a prácticamente todos los 180.000 extranjeros que residían en esta orilla del Mediterráneo a abandonar el país con la idea de que Egipto era para los egipcios. Residían unos 18.000 judíos en Alejandría en los años cincuenta. Hoy quedan sólo once. Británicos y franceses que controlaban las grandes empresas la abandonaron al ser nacionalizadas.

Alejandría es el contrapeso de El Cairo en todos los sentidos. El poder está en la capital y el talento y la vida más humanizada se encuentran en Alejandría. No hay un solo periódico alejandrino. Sólo se venden los diarios editados en El Cairo. La rivalidad es rotunda, entre una visión más mediterránea y el carácter árabe y burocrático de la capital. Unos diez millones de cristianos coptos, ortodoxos griegos y católicos latinos conviven con apariencias de respeto mutuo aunque las fricciones se saldan con alguna víctima de vez en cuando.

Alejandría no abandona sus aires de antigua grandeza y sabe que ha renacido muchas veces de sus cenizas a lo largo de los siglos. La cuestión es cómo puede recuperar la sombra de lo que fue. Hay demasiada gente, no hay sitio para nada, ni siquiera montañas o montículos en el horizonte. Egipto vive del Nilo y al lado del Nilo.

Fuera, hay desierto, tierras estériles, beduinos que caminan sin rumbo. El agua va a ser el gran problema del futuro a pesar de que el río más largo del mundo se pasee con caudales medios que se convierten en inundaciones fértiles en épocas de lluvias. Pero Egipto no controla el agua que tanto necesita. Hace casi un siglo, cuando Churchill era periodista y escritor, advirtió que se libraría una guerra del agua. No pensaba el joven aventurero británico que de los 19 millones de egipcios se han multiplicado hasta 80.

 

Publicado por La Vanguardia-k argitaratua