Partitocracia

«Odio todo lo que huele a partido, a escuela o a secta, porque nunca he podido persuadirme que no sea un necio el hombre que profesa íntegras todas las doctrinas de un partido, secta o escuela y rechaza las demás».

D. Miguel de Unamuno

 

NADIE en su sano sentido democrático puede opinar que los partidos políticos son innecesarios, so pena de caer en el terror del partido único, tal y como pretendieron el franquismo y sus adláteres. Pensamos que su persistencia es un valor democrático insoslayable, sin que por ello les libre de crítica, tal y como hizo notar, con su fiereza y versatilidad habituales, el ilustre rector de Salamanca.

Este entorno crítico nos lleva a escribir sobre una cierta degeneración de esos mismos partidos en la palpitante actualidad. Necesarios sí son, pero sus formas operativas muchas veces resultan deleznables. Algunas las exponemos a continuación.

Hemos asistido impertérritos a la emergencia y consolidación (en mayor medida cuando los partidos son de gran entidad cuantitativa), de una casta cerrada situada en cubículos del poder que van desde el pequeño municipio a la instancia central; con una profesionalización de la vida política que obliga a sus miembros a jugarse su futuro a una sola carta, la que les ofrece su propio partido. La tragedia de encontrarse al cabo de muchos lustros, sin arte ni beneficio, al perder la confianza de su núcleo dirigente, no es precisamente de recibo ni inhabitual. La reconversión se hace particularmente dura y difícil.

Partidos que exigen una fidelidad a rajatabla, estableciendo la posibilidad de un expediente (sanción, suspensión o expulsión) ante la mínima disidencia expresada en votos o declaraciones adversas a la línea oficial. La disciplina cuartelaria se impone de tal modo con una natural secuela: el «papagayismo» o la reproducción mimética y acrítica desde la base de lo que se dice en las alturas; incluso tratando de adivinar la dirección de ese soplo «divino», de no cantar expresamente. El ejemplo del dirigente que ante una pregunta determinada contesta literalmente con lo manifestado por un dirigente superior es una muestra propia de ese pajarraco llamado papagayo.

Una rastrera secuela más: el supremo dirigente se empeña en utilizar esdrújulas en sus intervenciones orales; pues bien, dirigentes subordinados se vuelven «esdrujulistas» con auténtica pasión. Desaparición así de la conciencia individual suplida por la uniformidad y cohesión como cualidades del grupo. Prima el ordeno y mando y su ejecución fulminante, aunque la opinión de casi toda la base territorial de ese partido se manifieste en contra. El supuesto mismo en Navarra, con la abierta disidencia entre el PSOE de Ferraz y el PSN, resulta ciertamente ilustrativo.

Esa casta profesionalizada mira con particular agrado la obtención de un botín configurado en un sin número de cargos a disposición del ganador o ganadores en los eventos electorales. No volveremos a tratar de tragedias cuando el vaivén electoral desposee a la tribu, secta o partido de sus gabelas correspondientes. De todos modos, como es fácil de comprobar, entre las huestes del partido ganador no hay paro. Para colmo, en la España del nuevo milenio y en zonas muy concretas, pero ciertamente amplias, se ha desatado, con particular virulencia, el fenómeno maldito de la corrupción.

Es como si a la limpieza de la Transición y de los años de la puesta en marcha de la democracia -con algunos atisbos derivados de la irregular sustentación de los partidos -, le haya sucedido la ciénaga de una inmisericorde corrupción, con el juego hábil de las comisiones -personales naturalmente- y otras zarandajas de lucro. España en este ámbito se sitúa en un puesto de cabecera, por encima de las habituales repúblicas bananeras.

El diagnóstico es duro y el afrontamiento difícil. No tenemos la panacea para reconvertir en buenas asociaciones a unos partidos políticos plenos de lacras. Pero algún bálsamo de Fierabrás habrá que ensayar, o al menos proponer para avanzar en un espacio de espíritus libres en pueblos igualmente libres.

Tal vez sea muy sencillo decirlo, pero tremendamente difícil plasmarlo. Parece oportuno avanzar por esta vía, en una desprofesionalización de la política, que sin perder toda raíz profesional, permita a los políticos su pronta readaptación social, para lo que no les faltarán oportunidades.

En este sentido, cabría destacar que, por ejemplo, en Francia los cuadros de los partidos políticos, de un signo o de otro, provienen básicamente de las llamadas Grandes Ecoles, Escuelas Públicas Superiores, a las que se accede por oposición y que desde el siglo XVIII nutren a las elites francesas, tanto de la economía, la industria, la alta Administración del Estado y la política, permitiendo ello la movilidad de la política a estos otros ámbitos.

Está claro que sin entrar en comparaciones que siempre son odiosas, no es ésta la situación en nuestro país. Pero también hay que decir que lejos de mejorar, la situación va empeorando. No hay más que comparar aquel primer Gobierno Vasco después de la Transición liderado por Garaikoetxea y formado por un brillantísimo equipo, muchos de cuyos miembros son referentes en nuestra sociedad después de abandonada la política, con el actual Gobierno Vasco. Incluso comparándolo con el último Gobierno, el lehendakari Ibarretxe ha abandonado tranquilamente la política profesional, insertándose sin mayor problema en una nueva faceta de la vida profesional. ¿Cree el amable lector que lo mismo podremos decir del actual lehendakari López?

Por concluir, una limitación de periodo de gobierno en la instancia correspondiente, nunca más allá de la decena de años o dos legislaturas, sería lo mínimo a considerar. Y sobre todo y ante todo, aceptando que el interés general, o el bien común, no es un atributo propio, sino el objetivo a perseguir y alcanzar, nunca con exclusión del prójimo. Volvamos, en este aspecto, a la referencia de D. Miguel

 

*José Manuel Castells, Pedro Ibarra, Joxerramon Bengoetxea y Jon Gurutz Olaskoaga.  Profesores de la UPV-EHU

Publicado por Noticias de Gipuzkoa-k argitaratua