Tanto como se ha querido reflejar Cataluña en Francia, y ahora resulta que son los franceses los que imitan a los catalanes. O al menos lo parece, en vista del estridente debate público que tienen abierto los vecinos de arriba entorno a una pregunta que por aquí nos resulta enormemente familiar: ¿qué significa ser francés hoy en día? Los catalanes hace trescientos años (como mínimo) que nos preguntamos qué significa ser catalán, y la única conclusión es que de momento no tenemos una respuesta, pero dedicamos un gran dispendio de energía a pelearnos mientras la buscamos. Después de tanta grandeur cómo han llegado a gastar, sería divertido ver a los franceses sucumbir al síndrome de la escisión interna que tantas alegrías procura al catalanismo.
Pero no va por aquí la cosa, porque en Francia, quien impulsa el debate sobre la identidad nacional es el mismo Estado. Sarkozy y el primer ministro François Fillon se han propuesto que los ciudadanos de
El tercer objetivo va directamente ligado a otro debate que causa furor entre los parlamentarios franceses, y que no es sino el de la prohibición (o no) del uso de la burca y otros retales. Los extremos de la discusión se encuentran entre los partidarios de prohibir incluso el uso del pañuelo en la cabeza (quizás, como dice un amigo mío, tendrían que prohibir también los hábitos de monja) y la postura resumida con claridad diáfana por el popular humorista Djamel Debbouze: que no vengan a tocarnos los cojones con esta mierda; Francia tiene una nueva cara, se asemeja mucho a la mía, y esto tiene que empezar a entrar dentro de la cabeza de todo el mundo. Me gusta citarlo porque encuentro una reminiscencia de aquella frase del añorado Pepe Rubianes que le costó una serie de dolores de cabeza con los fachas.
Con respecto al primer objetivo, el de divulgar los valores de
En resumen, Sarkozy, que ya sabemos que no está para novelas, ha decidido dejar atrás el llamado nacionalismo banal y se ha abocado a una campaña muy bestia de exaltación patriótica: todavía encuentra escasos el 74% de los franceses que se declaran «orgullosos» de serlo, según las encuestas que maneja el gobierno. Definitivamente, aunque lo pueda parecer en el enunciado, el debate francés sobre la identidad tiene poco que ver con el que se mantiene en Cataluña. Se asemeja mucho más al de España, que desde que Aznar se puso a ello, ha recuperado un orgullo patrio que tumba de espaldas. En