Las dramáticas informaciones y estremecedoras imágenes de Puerto Príncipe nos recuerdan que la Tierra, tantas veces madre que nos alimenta, nos facilita aire puro y nos proporciona un clima adecuado, entre otros muchos servicios, actúa en ocasiones también como una terrible e inmisericorde madrastra. Hay gente que estos días me pregunta, a veces ingenuamente y otras con intención acusadora o con sentimiento de culpa, si catástrofes como la de Haití constituyen una venganza de la Tierra contra los humanos que la estamos dañando. Digámoslo con toda claridad. No. Por un lado, a la Tierra no le importa lo que hagamos con ella (iba a escribir que no le da frío ni calor, pero precisamente frío o calor sí que puede darle; es mejor decir que la Tierra ni siente ni padece). Por otro lado, que usemos a menudo las metáforas de la madre, o incluso de la madrastra, no debe hacernos olvidar que el nuestro es sólo un pequeño planeta más, por supuesto carente de cualquier tipo de intenciones o personalidad. No inventemos dioses.
En sus 4.500 millones de años de vida, la Tierra ha pasado por muchas situaciones, ha sido de muchas maneras diferentes. Erupciones volcánicas, bombardeos de asteroides, terremotos, radiaciones, fueron en otras épocas mucho más frecuentes que hoy, y por entonces no había seres humanos de quienes vengarse. Durante gran parte de la existencia del planeta, en la atmósfera debió faltar el oxígeno y en la estratosfera el ozono, de manera que animales como nosotros no podían vivir aquí. Y no pasaba nada. La vida es un milagro contra corriente y los seres vivos, “así tomados de uno en uno”, como escribía José Agustín Goytisolo, somos muy poca cosa en relación a las poderosas fuerzas telúricas. Pero la vida en su conjunto es resistente. Al igual que la mayoría de las especies que han existido alguna vez, los humanos pasaremos, pero durante millones de años la vida permanecerá.
Lo que para la corteza terrestre ha sido un pequeño reajuste “rutinario”, por decirlo de algún modo, para nosotros humanos se ha transformado en un inmenso, dolorosísimo drama. No se trata de un castigo, pero podemos apreciarlo como lección de humildad. Según la Biblia, Yahvé ordenó a los primeros padres dominar y someter la Tierra, y con no poca frecuencia pensamos que lo hemos conseguido. No es cierto. Seguimos, y seguiremos, dependiendo de ella más que a la inversa.
Miguel Delibes De Castro
* Profesor de investigación del CSIC
Publicado por Público-k argitaratua