El futuro de Sudán pende de un hilo. Las elecciones nacionales están programadas para abril. Un referéndum sobre el régimen del sur del país está previsto para 2011. Ambos fueron componentes esenciales del Acuerdo General de Paz de 2005, que puso fin a veinte años de guerra civil entre el norte y el sur.
Las dos votaciones ofrecen verdaderas promesas. No obstante, también generan incertidumbre. Los líderes políticos de Sudán están dando marcha atrás en los compromisos adoptados en el acuerdo de paz. La cooperación y el consenso son difíciles de alcanzar. La terrible tragedia de la región de Darfur al oeste del país no cesa.
Fue el apoyo de la comunidad internacional el que ayudó a los partidos sudaneses a reunirse en 2005. Muchos países clave de África y Occidente fueron garantes del acuerdo. Sudán necesita ahora urgentemente los mismos esfuerzos.
Con el apoyo internacional adecuado, Sudán podría avanzar decididamente hacia la paz y la democracia en los próximos meses. Si la comunidad internacional no puede encarar el desafío, los conflictos y las tensiones que ya han cobrado cientos de miles de vidas continuarán y empeorarán. No nos atreveremos a dejar que esto suceda.
Desde que Nelson Mandela creó un grupo de líderes mundiales para formar «The Elders», nosotros, los miembros de dicho grupo, nos hemos enfocado en la difícil situación de Sudán. Elegimos al país para hacer nuestra primera visita como grupo, y en los dos últimos años hemos vigilado muy de cerca la catástrofe humanitaria en Darfur y otras partes del país.
Durante nuestra visita de 2007, nos reunimos con líderes políticos y de la sociedad civil de todo el país, así como con representantes de los organismos de las Naciones Unidas,
Escuchamos historias personales de desesperación, dolor y angustia inimaginables. Claramente, la violencia, los desplazamientos, los abusos de derechos humanos y la pobreza han causado un enorme daño. Sudán ha sido devastado durante décadas por amargos conflictos arraigados en la pobreza extrema, las luchas por los recursos y las tensione étnicas y religiosas.
No obstante, a pesar de la injusticia y la maldad generalizada, también encontramos una gran resistencia y optimismo. Al igual que la gente de todo el mundo, los sudaneses tienen la determinación de construir una mejor vida para sus hijos y nietos. Desean la paz, la estabilidad y tener una voz en la configuración del futuro de su país. Quieren oportunidades económicas y educativas para salir junto con sus familias de la pobreza.
Hasta ahora, estas esperanzas se han frustrado. Esto no es sólo una tragedia para el pueblo de Sudán que durante tanto tiempo ha sufrido, sino también está teniendo un impacto dañino en toda la región y el resto del mundo. Después de todo, Sudán no es un país pequeño e insignificante; es el décimo más grande –el más grande de África y del mundo árabe. Tiene una posición central en nuestro continente, hace frontera al norte con Egipto y al sur con Kenia, así como con otros siete países.
Desde 2003, las peleas han desplazado a dos de los 40 millones de sudaneses y un número significativo de personas se ha visto obligado a refugiarse en países vecinos. Además, los flujos de refugiados no son la única forma de inestabilidad que se ha extendido más allá de las fronteras. No es necesario que recordemos la amenaza que plantea para la seguridad internacional los Estados fallidos.
Si bien el pueblo sudanés puede ser uno de las más pobres del mundo, su país tiene vastas riquezas naturales, incluidos el petróleo y los metales preciosos. Estos recursos, desarrollados apropiadamente en un país estable y seguro con líderes que rindan cuentas y con una buena gobernanza, podrían usarse para mejorar los estándares de vida y hacer frente a los numerosos desafíos de Sudán.
Sin embargo, son pocas las esperanzas de que esto suceda si las personas y los líderes del norte y sur de Sudán no se unen y ponen en aplicación plena el Acuerdo General de Paz. En efecto, a menos que se establezcan las bases adecuadas para las próximas elecciones y el referéndum, Sudán se enfrentará a peligros aún mayores.
Como primer paso hay que garantizar unas elecciones libres, abiertas e incluyentes. Todos los pueblos y regiones del país deben participar, incluidos los desplazados internos y los ciudadanos de las regiones de Darfur controladas por los rebeldes.
Además, es esencial que los observadores internacionales tengan pleno acceso y sin trabas a las elecciones para vigilar las que se realizarán el próximo año, así como el referéndum de 2011. Sólo entonces el pueblo sudanés tendrá confianza en los resultados, sentando así las bases para el desarrollo de una verdadera democracia y reforma. De otro modo, hay un peligro real de que las elecciones aumenten las tensiones y la violencia en vez de reducirlas.
Estas elecciones, aunque son de vital importancia, no son los únicos desafíos que Sudán y su pueblo encaran. Los complejos e interrelacionados problemas del país no pueden abordarse de manera poco sistemática. Tampoco los programas diferentes de los países individuales y las organizaciones regionales pueden ayudar a Sudán a superar sus problemas. Sus esfuerzos pueden estar bien intencionados, pero, sin una mejor coordinación, serán ineficaces.
Necesitamos urgentemente que la comunidad internacional ponga en marcha una estrategia clara, coherente y global para las elecciones, el referéndum y más. En particular, debe de haber un apoyo regional e internacional mucho mayor a los esfuerzos encaminados a preparar el terreno para un acuerdo con la ayuda de mediadores en Darfur, y para resolver los conflictos pendientes entre los líderes del norte y el sur en torno a los preparativos de las elecciones, el referéndum y otros aspectos clave del acuerdo de paz. De forma más general, la comunidad internacional –y las naciones africanas en particular- deben anteponer las necesidades del pueblo sudanés a los intereses de sus líderes.
La puerta hacia un mejor futuro en Sudán sigue abierta. No obstante, el éxito dependerá de mantener el calendario de avances establecido en el Acuerdo General de Paz. Esta oportunidad se perderá si no hay acciones rápidas y enérgicas de la comunidad internacional –en especial aquéllos que garantizan el acuerdo de paz- para asegurarse de que se cumplan las promesas. Las consecuencias podrían ser desastrosas. El tiempo se acaba rápidamente.
Copyright: Project Syndicate, 2010.
Traducción de Kena Nequiz
Lakhdar Brahimi is a former foreign minister of Algeria and United Nations special envoy.