UNO vive saturado de tremenda aprehensión pensando cómo viviremos los navarros la próxima fecha del año 2012, quinto centenario del derrumbamiento de nuestro Reino de Navarra. A sangre y fuego fue su liquidación. En la última batalla de Noáin murieron más de 5.000 navarros. Unos celebrarán esta terrible efeméride con la satisfacción de haber sido integrados en España, de forma total. Otros celebrarán compungidos este triste recordatorio. Del glorioso reino nuestro, que no fuimos capaces de defender, no quedan más que tristes migajas, palabras vacías, que no contienen ninguna realidad. Hay gente que se satisface con ellas. No han aspirado más que a servir al terrible dominador y esto les basta y les satisface.
Medran con ello y no aspiran a más. Otros no acaban de aceptar tan terrible suceso y no se les va el ansia y el desasosiego de tan triste pérdida. Aquellos se sienten españoles ante todo, aunque se denominen navarros. Esto satisface suficientemente sus ansias de dominio y su necesidad de sometimiento. No aspiran a más, aunque de boca digan otra cosa. A otros les carcome esta triste realidad que no fueron capaces de defender. Aunque Navarra sea una región rica por hacendosa y bien estructurada, con un haz de gloriosos emigrantes que vinieron aquí a trabajar y a ayudarnos en nuestro desarrollo.
De Navarra no queda políticamente más que la palabra y algún que otro renombre, que no se llena más que con la triste realidad de un estadio de fútbol. ¿Para qué más?
Nada. Somos, en realidad, una provincia cualquiera de la gran patria hispánica, una, grande y libre. Libres serán ellos, que lo que es nosotros, los navarros de verdad, somos sólo unos súbditos sumisos. Por perderlo, lo hemos perdido todo, excepto el nombre, del que algunos se llenan con su sola palabra, porque en realidad no aspiran a nada.
Pero en Navarra aún existe un espíritu, que quizás no sabemos formular y ni en qué puede consistir. Porque ese espíritu de Navarra aún está vivo. Y a pesar de tan larga y ostentosa historia y de palabras sin contenido, aún se mantiene en muchos y de ahí aún se podrá rehabilitar. Si nosotros nos empeñamos, porque aún existen muchos navarros que sueñan con su reino, es lo que tendremos que rehacer si somos lo que decimos ser. Muchos navarros celebramos este quinto centenario de nuestro hundimiento con plena lucidez y con plena determinación de llegar a ser lo que fuimos, un reino de esplendor, capaz de aglutinar aún a todos los navarros, a todos aquellos que
No veremos ya sólo un reino sino una espléndida democracia, nuestra espléndida democracia, esa ley del pueblo que hasta los reyes de aquí tuvieron que jurar, defender y sólo la concedieron a quienes hasta entonces no la poseían.
Nuestro símbolo real y tangente son nuestros infanzones de Obanos, que juraban ser libres, para que su patria Navarra lo fuera también libre. No como ahora somos a pesar de tanto alardear, más que súbditos humildes y sumisos de un señor más poderoso que nosotros.
Yo levanto mi brazo y cierro mi puño por mi Navarra popular y democrática. A quien quiera ayudarnos a resurgir, le pedimos que nos eche una mano, porque hasta en eso mintieron, como si hubiesen sido los españoles los que nos ayudaron a ser libres. Hasta el Papa nos traicionó, excomulgando a nuestros reyes y haciéndonos a nosotros sumisos. Cómo los habremos admitiendo creencias y habiéndose apropiado de nuestros santos. Francisco se fue de aquí alejándose de sus hermanos vencidos y condenados a muerte. No volvió ya a su tierra, ni pisó jamás su suelo. A su padre nos lo arrebataron para enterrarlo donde no supiéramos dónde estaba. Francisco no se llamó nunca navarro.
En nuestro recuerdo del reino nos acompaña nuestro excelso patrono, su madre, la triste María a la que tanto hicieron sufrir los españoles, que vio destruir con su hijo las almenas de su castillo de Javier, a la que le expropiaron de todas sus posesiones, su padre, el hacedor del reino, en paradero desconocido; sus dos hermanos que fueron condenados a muerte por defender el reino hasta el final. Con esta pléyade de recuerdos, celebraremos el quinto centenario de nuestra tragedia. ¡Faltaba más!