A Luis Mari Bandrés, compañero y gran amigo.
Si algo distinguía a Luis Mari Bandrés era precisamente su predilección y esfuerzo por la lengua propia. De ahí la suspicacia que en este ámbito le ocasionaba el gobierno del partido socialista, tan entusiastamente apoyado por el Partido Popular. La historia revela largas décadas de «resistencia» a una política lingüística de auspiciamiento y fomento del euskera, desarrollada dicha política por las instituciones públicas de
Los largos doce años de mandatos del PNV-PSE no eran suficientes en sus logros de cara a la plena cooficialidad lingüística, para ocultar que seguía vigente, según el mencionado dueto, la visión de una lengua favorecida frente a otra postergada, en tanto expresión de una política opositora, defensora de los castellanoparlantes, al parecer oprimidos. El ejemplo de
Y llegó ese gobierno monocolor del PSE y las Bases para el cambio democrático al servicio de la sociedad vasca (sic), en pacto con el PP. Con la limitada experiencia temporal presente, pueden ya avizorarse determinadas deducciones; la primera, que en el espacio de las lenguas, no hay una especial marcha atrás, de forma singular manifestada en los modelos lingüísticos de la enseñanza, como si se mantuviera al euskera en los lindes alcanzados por el pasado inmediato, ni más lejos pero tampoco más cerca. Política de evitar problemas con un mundo tan susceptible y socialmente potente como es el que acoge en sus diversas facetas al entorno euskaldun, pero al mismo tiempo reduciendo al máximo las efectividades de un mayor desarrollo de la lengua propia, impulso postergado a mejores tiempos.
Lo decía claramente un destacado político: la voluntad era configurarse como el justo medio entre los que querían más y los que, sobre todo dentro del partido, querían menos. Luego se asentaba lo existente, aunque viniera de los tan denostados anteriores gobiernos. Bien es cierto que las cautelas existentes en la «política lingüística» en las mencionadas «bases», revelaba un trasfondo de reserva y suspicacia hacia el euskera, confirmada en la resistencia al precedente currículo del bachillerato en su declaración del euskera como lengua principal.
Siempre bajo la mirada del socio popular, muy atento a cualquier expresión social -líneas lingüísticas, profesorado, editoriales, etc.- que propiciara la lengua propia, para saltar encima con todos sus imponentes medios de comunicación. El liberalismo a ultranza preconizado por este partido -y tan sentido en más de una ocasión por el mismo partido socialista- era así la posición preconizada para alcanzar la convivencia de lenguas. Se conformaba de tal manera la fina cuerda del funambulista presta a romperse -en el Parlamento Vasco incluso- a favor del «sacrificado» castellano, insospechada víctima de las asechanzas del nacionalismo vasco.
Sin embargo, también hay signos premonitorios de una futura reacción antieuskera desde estos mismos parámetros: está el vidrioso tema de las subvenciones institucionales, que con la excusa de la recesión económica parece limitarse en sus recortes a redes e instituciones vasquistas; o la interesada adecuación de los modelos lingüísticos. Está, de todos modos, el gran tema-testigo de un futuro inmediato: el diario Egunkaria y su duro contencioso con la denominada «Justicia». Demasiado importante la experiencia del, a la sazón, único periódico en lengua vasca, para dejarlo a la ventolera destructiva de los de siempre. En este sentido, cabe destacar las lamentables declaraciones en el momento del cierre de Egunkaria del entonces portavoz del PSE y hoy consejero de Interior y hombre fuerte del gobierno López, Rodolfo Ares, en el sentido de: «Tendrán razones y pruebas suficientes para actuar como han actuado» -se supone que
José Manuel Castells, Xabier Ezeizabarrena, Joxerramon Bengoetxea, Pedro Ibarra y Jon Gurutz Olaskoaga
* Profesores de