Pasteur

Louis Pasteur, hijo de un curtidor del Franco Condado, era un discreto profesor de química. Se formó en la por entonces generalizada creencia de que las fermentaciones eran de carácter químico. Pero sus experimentos le indicaron que no. A contracorriente, demostró que tenían naturaleza biológica. Revolucionó el empírico mundo de la enología haciendo ver que el mosto se convertía en vino por obra de una levadura microscópica. El mismo organismo producía cerveza a partir de cebada macerada, wort de whisky a partir de cereales malteados y pan a partir de harina amasada en agua.

Pasteur también se percató de que la leche devenía queso por mecanismos parecidos causados por otros microbios, concretamente bacterias y hongos varios. Había microbios por todas partes haciendo de todo. En 1862 descubrió que pequeños choques térmicos mataban a los microorganismos sin estropear el producto. Esa técnica, ampliamente usada, se llama, claro, pasteurización.

Todos estos sorprendentes descubrimientos desbordaron el ámbito alimentario. Afectaron también a la medicina. Y cómo. Pasteur demostró que muchas enfermedades eran obra de microbios, sobre todo bacterias. Constató las reacciones inmunitarias y concibió la astucia de la vacunación. Pasaron años hasta que los quimioterápicos primero y los antibióticos después permitieron combatir eficazmente a los microorganismos patógenos, pero la medicina dio un vuelco irreversible desde el descubrimiento del origen alóctono y biológico de las enfermedades infecciosas. Irreversible y positivo, pero no exento de problemas procesales.

Bernard

A partir de Pasteur, el médico de enfermos comenzó a ser desplazado por el médico de enfermedades. Más que los tuberculosos, interesaba la tuberculosis. Quedaba en cierto modo descolgada, así, la línea iniciada por el gran fisiólogo Claude Bernard, colega de Pasteur y coinventor del proceso de pasteurización. Bernard era un hombre huraño y emocionalmente inestable. Cometió errores de apreciación y se hizo malquerer, pero creó la medicina experimental y aclaró muchos procesos fisiológicos. Para él, la enfermedad no se entendía si no se comprendía al enfermo.

Los antibióticos, la cirugía y las modernas técnicas diagnósticas han escorado a la medicina convencional alopática. Ya no se palpa al enfermo, ni se le ausculta. Sobre todo, no se le escucha. A fondo, quiero decir. Se le muestrea y se le receta. O se le opera. De ahí el interés creciente por las llamadas medicinas alternativas, que a veces son prácticas empíricas más o menos eficaces, a veces mera palabrería, más raramente paradigmas médicos distintos, pero científicamente rigurosos. Es una pena, porque la confusión dificulta la emergencia de una medicina para enfermos ajustada a los tiempos modernos.

Ocurre lo propio con el sostenibilismo, que viene a ser una manera bernardiana de mejorar la aproximación pasteuriana al sistema productivo y socioambiental. El interés de las personas se ve desplazado por la pretendida eficacia de los procesos económicos. Se combaten las crisis económicas a golpe de receta bancaria, prescindiendo de la ciudadanía. Se pretende erradicar las enfermedades financieras al margen de la salud socioeconómica, arteramente equiparada al crecimiento. Jamás supimos tanto. Nunca sacamos tan mal partido del saber.

Publicado por El Periodico de Catalunya-k argitaratua