La falsa ruta

La experiencia de haber coordinado el referéndum sobre la independencia de Cataluña en Osona, donde el 42% de los 120.000 ciudadanos con derecho a voto lo han ejercido, a pesar de haberse organizado sin ningún apoyo institucional ni recursos públicos, bajo la constante vigilancia y boicot de los gobiernos español y catalán, y del PSC, con el silencio de los medios españolistas y/o controlados por el PSC, contando con la única fuerza del pueblo, desde la base y con la base, acumula tantas emociones y reflexiones, tantos y tan variados sentimientos, que hacen difícil describirlos en un solo artículo. Hemos sido capaces de hacerlo porque no sabíamos que era imposible, como a menudo se ha dicho de los autores de la independencia de los Estados Unidos de América, y porque no hemos hecho caso de los sabiondos, de los sensatos, y de los que todo se lo adaptan para justificar el inmovilismo. Hemos confiado en el pueblo, y el resultado es espléndido. Es esta la primera lección que las más de 2.000 personas que hemos trabajado voluntaria y gratuitamente hemos aprendido: sin la confianza del pueblo, sin la colaboración de todo el mundo, nada es posible. Hace falta organización, hay que saber qué quieres y no desfallecer nunca, hay que trabajar mucho y más, pero nada de esto importa si no confías en el pueblo, si no te ganas su confianza dándola por supuesta.

Hoy, sin embargo, hace falta hablar también de los razonamientos y criterios que resultan de esta experiencia, y de múltiples meditaciones sobre la trayectoria de la Nación. Los que hemos tenido o tenemos en la vida pública catalana, en cualquiera de sus aspectos: social, político, cultural, etc., una representación más o menos cualificada y notoria, tenemos la obligación de hablar claramente y con toda franqueza, de proclamar la verdad que resulta de la experiencia de más de un siglo de catalanismo autonomista.

Las conclusiones de la trayectoria nacional y política de Cataluña desde los últimos decenios del siglo XIX hasta el presente 2010 pueden resumirse en esta opinión: Cataluña ha seguido una falsa ruta y ha llegado en gran parte a ser víctima de su propia ceguera. Esta falsa ruta ha sido el autonomismo, la búsqueda del autogobierno por vía de la unión a o con España.

Mientras el catalanismo se emperraba, de Almirall a Carod, de Prat de la Riba a Maragall, de Macià a Pujol, de Cambó a Porcioles, en conseguir el autogobierno dentro del Estado español, nación tras nación en Europa y en el mundo lograban la independencia. Más de 150 Estados de los que hay ahora en el mundo no existían cuando empezó la falsa ruta del autonomismo catalanista, la gran mayoría de los Estados en Europa se han creado mientras en Cataluña no hemos hecho más que caer una y otra vez en la trampa española.

Quizá era inevitable la falsa ruta cuando la respuesta española a las reclamaciones catalanas era la represión policial y militar, la dictadura anticatalana que cerraba una y otra vez cualquier avance: Primo de Rivera disuelve la Mancomunidad, la República disuelve el Parlamento y enchirona el gobierno, Franco disuelve la Generalitat y asesina al presidente, y todos se emperran en asimilar a los catalanes, convertirlos en españoles, y hacer efectivo el principio de las nacionalidades enunciado por Mazzini: en cada Estado, una nación. Nunca osaron los catalanes asumir mayoritariamente el principio «a cada Nación, un Estado», pero esto no ha impedido que los españoles hayan querido siempre y trabajado para conseguir nuestra desaparición como pueblo, hacer de su Estado lo que siempre han proclamado sus Constituciones: el Estado de la Nación española, indisoluble e indivisible.

Por primera vez, en una democracia consolidada donde no son posibles para España ni los golpes de estado, ni las dictaduras, ni la represión violenta de la voluntad mayoritaria de los catalanes, el contador está a cero, y todo depende de nosotros. Cataluña será lo que la mayoría de los catalanes queramos, si votamos la independencia la tendremos. Si somos parte del Estado español, Cataluña será lo que la mayoría de los españoles quieran. Nadie es capaz de defender a estas alturas que para los catalanes es mejor ser una comunidad autónoma española que tener un Estado propio independiente, que nos es más favorable perder más de 22.000 millones de euros cada año en beneficio de España que quedárnoslos, aunque consigamos en España alguna de las reivindicaciones saldadas en fracaso durante los últimos lustros. Ni tenemos Estatuto, que rechazado por el PP y cepillado por el PSOE será castrado física y químicamente por su terminador, el Tribunal Constitucional español; ni gestionamos puertos y aeropuertos; ni estamos presentes en las mesas de mando de la Unión Europea; ni nuestros coches llevan nuestras matrículas; ni tenemos selecciones deportivas internacionalmente reconocidas; ni nuestra lengua tiene protección ni estatal ni europea; ni rebajamos un expolio fiscal que crece cada año; ni construimos las infraestructuras que necesitamos. La carencia de independencia no es ya sólo una cuestión de dignidad, hace tiempo que nos lleva a una decadencia acelerada hacia la provincia marginal.

Hoy, el autonomismo es un cadáver, porque España lo ha matado. Hacía falta el acuerdo español para hacerlo viable, y se ha terminado por siempre jamás. A la mano extendida han respondido mordiendo, la colaboración en beneficio de los intereses españoles no ha merecido más que insultos, la pedagogía con España ha tenido como resultado que cada vez nos desprecien y odien más. Hemos superado, catalanes y españoles, el punto de no retorno: más y más españoles están hartos de unos catalanes que les impiden contemplarse en un Estado propio y homogéneo, que les hacen perder energías y autoestima; más y más catalanes concluyen que en España no hay nada a hacer, y la única solución viable es la independencia; y unos y otros no tenemos desde hace tiempo ningún otro proyecto compartido más que el hacernos mutuamente mal. Todo el mundo ve normal en España que los impuestos de los catalanes se usen para comprar colecciones catalanas y llevárselas a España; todo el mundo ve normal en Cataluña que el Estado español expolie a Cataluña.

Es la hora del divorcio y la independencia, que a diferencia del matrimonio y la federación, que necesitan el consentimiento de dos partes, sólo necesita la voluntad de una de las partes. Lo será por la parte catalana, ejerciendo el derecho democrático del voto que nadie puede impedir, ni siquiera cuando se organiza privadamente como en los actuales referéndums, donde cerca de 200.000 catalanes han votado independencia. Si queremos y votamos, podemos.

 

Noticia publicada al diario Avui, página 16. Viernes, 8 de enero del 2010