El día siguiente del sábado

Umar Farouk Abdulmutallab – el hijo de un banquero nigeriano que intentó hacer volar el vuelo 253 de la compañía North East Airlines el día de Navidad– proviene del Estado de Katsina, en el norte del país. El mismo Estado en que un tribunal local condenó a Amina Lawal, acusada de adulterio, a ser apedreada hasta la muerte el 2002 (el caso causó tanto ruido internacional que la sentencia se conmutó). La conversión de buena parte de aquella zona de África al islam empezó en el siglo XI y de entonces acá los líderes locales han defendido una versión literalista y semifeudal de esta fe. Justamente por esto los británicos, a raíz de la independencia de Nigeria, en 1960, falsificaron el censo de la población antes de las primeras elecciones generales, para asegurar que el norte –jerárquico y conservador– tuviera un peso político predominante frente a los Estados del sur, considerados demasiado izquierdosos (en el segundo volumen de sus memorias –You must siete forth at dawn, 2006– el escritor Wole Soyinka hace una descripción detalladísima de este fraude). En los últimos años, el establecimiento al norte nigeriano de decenas de escuelas islamistas (que no meramente islámicas) –financiadas por la Arabia Saudí y la Irán– ha coincidido con la aparición de la primera generación de jihadistes nigerianos (Abdulmutallab tiene 23 años).

Blissett.

Durante los años 90 unos cuántos centenares de personas en todo el mundo –incluyendo “revolucionarios, poetas, artistas de performance y okupas”, según han afirmado algunas de ellas– utilizaban el nombre de guerra Luther Blissett cada vez que escribían un manifiesto o hacían alguna inocentada. Así mismo, en 1997 organizaron un festival de magia negra en el centro de Italia, tan difundido por los medios de comunicación que sembró el pánico en todo el país, pero que, de hecho, nunca tuvo lugar. O bien en 2007 revelaron el final del último libro de la serie Harry Potter –unas semanas antes de su publicación– enviando un correo en nombre de unos supuestos hackers católicos ofendidos por el contenido del libro por razones doctrinales: la noticia dio la vuelta del mundo hasta que se descubrió que, una vez más, era obra de una pandilla de Luther Blissetts.

Bomba.

No creo que sea excesivo suponer que gente como el señor Abdulmutallab –por cierto, ¿qué hace que todos los que hacen atentados en o con aviones sean hijos de buena casa?– utilizan el nombre de Al-Qaida del mismo modo que los artistas/bromistas de los 90 usaban el de Blissett: para hacer ver que forman parte de una impresionante red mundial cuando en realidad son cuatro (u ocho) gatos no muy bien comunicados. Según el Manifiesto Luther Blissett (1995): “Para ser Luther Blissett sólo hay que adoptar el nombre”. Pues bien, las ventajas de adoptar el de Al-Qaida son mucho más evidentes: si eres un bandolero mauritano, por ejemplo, así puedes aumentar el rescate por los cooperantes que acabas de secuestrar; y si eres un joven sicòtico de Katsina que has intentado asesinar a 278 pasajeros porque sí, puedes protestar solemnemente diciendo que eres un hombre santo. Una performance en toda regla.