Deseos cumplidos

Es habitual que por Fin de año expresemos todo tipo de buenos deseos destinados al periodo que estamos a punto de comenzar. A menudo, sin embargo, estos deseos se limitan a delatar las carencias del año anterior, si no es que manifiestan una impotencia crónica para conseguirlos y por lo tanto, año tras año, los repetimos con más resignación que convicción. Pues bien: creo que este año puedo saludar –podemos, si el lector me quiere acompañar– el nuevo año con la satisfacción de partir de unos deseos para el 2009 plenamente cumplidos. Y, por esta razón, en lugar de tener que volver a desear el mismo, nos podemos permitir esperar mucho más del 2010.

Si hacemos memoria, recordaremos que el año 2008, nacionalmente hablando, lo acabamos con un mal gusto de boca, con un malestar profundo y con más lamentaciones que alegrías. Es por esta razón que en mi último artículo del año pasado, Una mirada clara, limpia [19-12-2008, página 24], expresaba el deseo para el 2009 de que dejáramos atrás las quejas y, sin abandonar la necesaria indignación cotidiana, hiciéramos un ejercicio de confianza en nosotros mismos. “Nuestra mayor debilidad es que no nos conocemos suficientemente bien, no reconocemos la fortaleza del país”, decía. “Llevamos la debilidad en la mirada”. Es por eso –añadía– que no sabemos ver que “el país funciona, hace su recorrido, si hace falta se defiende, si conviene ignora la afrenta, y sobre todo busca su propio camino, avanza, suma, crece, estudia, inventa, crea, se arriesga, toma compromisos, sufre por aquello que quiere conseguir y procura ser feliz”.

¿Y qué nos ha dejado el 2009? Pues una profunda recuperación empíricamente demostrable de autoconfianza nacional, expresada en un rebrote de movilización que señala un cambio de fondo en la cultura política del país y que augura grandes transformaciones que empezarán a dar fruto este mismo 2010. Decir que el país se ha levantado en estado de guerra, sería una fanfarronada ridícula. No es eso. Desde mi punto de vista, ya es mucho que el país con conciencia nacional se haya desvelado, que haya considerado que ya bastaba y que se haya decidido a pasar a la acción. Esta movilización es difícil de cuantificar pero ha implicado a muchas organizaciones de la sociedad civil y a miles de catalanes, se ha expresado a varios niveles de compromiso y ha arrastrado desde altas y calculadoras esferas del poder hasta voluntades personales modestas pero indomables.

Y no se trata sólo de las últimas consultas por la independencia de Cataluña, sino también de posiciones osadas –aunque nos parezcan demasiado cortas– de instituciones que practicaban la sumisión sistemática a Madrid como estrategia para conseguir cuatro palmaditas en el hombro y que ya han descubierto su inutilidad. Se trata, también, del sorprendente acuerdo de la prensa catalana de manifestarse como tal haciendo frente al Tribunal Constitucional. Y son los centenares y centenares de encuentros, reuniones, conferencias y cenas para debatir el futuro del país que, como en otros tiempo, se vuelve a discutir después del horario laboral.

De forma que si los deseos para el 2009 se han cumplido con creces, ahora es el momento de tenerlos más y más ambiciosos para el 2010. Y, para empezar, lo que ahora es fundamental es ser capaces de canalizar este desvelo para ejercer toda la fuerza que somos capaces de reunir. Ya he dicho que no creo que estemos ante agua de borrajas, pero en ningún caso tenemos estrategias bien definidas como para garantizar que todo ello no acabe en una gran frustración. De forma que, en primer lugar, sería bueno que el 2010 se caracterizara por la capacidad de concretar objetivos a medio plazo. Desde mi punto de vista, no hay que buscar ningún gran acuerdo nacional para conseguir una “transversalidad” que lo sume todo. La idea de la transversalidad nunca me ha convencido porque suele acabar en un guirigay confuso, que resta más que suma, y que suelen defender quienes desde la debilidad esperan simular una fuerza que no tienen. Y la experiencia muestra que la suma de debilidades no basta, sino que hunde a todo el mundo. Al contrario, hacen falta muchos objetivos simultáneos y que todo el mundo sepa trabajar en el ámbito que le es propio y allá donde tiene solidez. Eso sí, todo el mundo tendría que aprender a actuar con visión estratégica, es decir, sabiendo qué función tiene cada gesto que hace –y en qué momento hay que hacerlo, y antes de qué, y cómo se tiene que evaluar– con relación al objetivo final que se se propone. Ahora mismo no necesitamos movimientos transversales –esto nos frenaría–, sino muchos riachuelos que, haciendo su curso, vayan convergiendo hasta crear una corriente central, un mainstream que dicen en inglés, que cuando sea la hora, ya arrastrará todo lo que recoja.

También es hora de que empiecen a aparecer los nuevos liderazgos de este proceso. Estoy seguro que las personas idóneas están, pero todavía no las conocemos. Tienen entre treinta y cinco y cincuenta y tantos años. Y, siendo cómo son gente profesionalmente muy muy preparada, saben que sin ambición nacional tendrían un futuro bien ridículo en este país. Si son buenos líderes, ya sabrán buscar el consejo que más les convenga entre la gente mayor, y encontrarán la fuerza de la gente más joven. Pero necesitamos ver las primeras caras, que con el tiempo tienen que ser muchas y con virtudes diversas. Hace falta que huyamos de los iluminados, de los resentidos y de los aventureros. Y de las apuestas a un único número.

Ciertamente, el 2010 es el año de la redacción de los primeros proyectos rigurosos que tienen que saber dar respuestas sólidas a las muchas incertidumbres que la confianza en nosotros mismos como país, por ella misma, no resuelve. Se trata de ponerse a hacer el tipo de trabajo que no se hace en la calle sino en al despacho, que no moviliza masas sino inteligencias y que proporciona la credibilidad que ningún porcentaje de participación puede garantizar. Y es que, también se debe decir, la razón no la da sólo un porcentaje de opiniones favorables a un proyecto, sino la capacidad que se demuestre para hacerlo posible y gobernarlo con tino. Si no fuera así, cuando las opiniones animadas se tuvieran que transformar en voluntades políticas responsables, asistiríamos al mayor de los desencantos.

Finalmente, los objetivos claros y a diferentes ritmos e intensidades, la diversidad de nuevos liderazgos ambiciosos y competentes, y los proyectos bien fundamentados en la mucha inteligencia que tiene el país y, si hace falta, yendo a buscar el talento allá donde sea, todo esto, se tiene que desarrollar en un clima positivo, sin precipitaciones y con capacidad para disfrutar plenamente, desde ahora mismo, de saber que tenemos la fortuna personal de ser partícipes. De aquí a un año sabremos, además, si tenemos los deseos bien encarrilados.