La crisis Haidar: gana Rabat

Si hubiera que desentrañar los motivos que movieron a los Gobiernos de Francia y EEUU (que junto con España gestionaron el acuerdo con Marruecos, para que Aminatu Haidar pudiera regresar a su patria), bastaría con averiguar cómo considera cada uno de ellos que el Magreb podrá enfrentarse en mejores condiciones a la creciente marea del terrorismo islámico: ¿en la inestable situación actual?, ¿con un Sahara Occidental independiente?, ¿o incorporado definitivamente a Marruecos?

Ésa ha sido precisamente la baza que ha jugado el Rey Mohamed, ganando en último término la partida. Gracias a su supuesta y muy valorada cualidad de bastión irreducible frente al terrorismo vinculado a Al Qaeda -como el que en Mauritania ha secuestrado a tres cooperantes catalanes-, se viene transigiendo con la prolongada ocupación ilegal y violenta del Sahara Occidental por el Gobierno de Rabat y la represión que sufren sus ciudadanos, con la obstrucción sistemática de las resoluciones de Naciones Unidas que tienden a encontrar una solución definitiva al conflicto y con la violación de los derechos humanos de la población marroquí, apenas oculta tras un frustrado intento de lavar la imagen de la medieval monarquía que rige el país.

Seamos realistas: ni España, que arrastra la responsabilidad histórica del abandono en que dejó sumido al pueblo saharaui; ni Francia, cuya sombra sigue proyectándose sobre el norte de África; ni EEUU, cuyas perspectivas son más amplias y mayor su escala de preocupaciones, manifiestan una inquietud suficiente por la suerte del pueblo saharaui como para permitirles forzar una solución justa a este viejo y enconado problema. El temor a una propagación del integrismo islámico de base terrorista por la orilla meridional del Mediterráneo, que permitiera a Al Qaeda hacer ondear sus banderas simbólicas desde Indonesia al Atlántico, es superior a cualquier otra consideración de orden legal o moral o simplemente de justicia internacional. No se puede negar que se trata de una percepción justificable, dada la situación creada por la paranoia de Bush que, echando gasolina sobre el fuego por él encendido, tanto ha excitado en todo el mundo la violenta rebelión de los extremismos más fanáticos entre los seguidores de la religión de Mahoma.

De momento, pues, gana Rabat. Los tres comunicados oficiales, emitidos por Francia, EEUU y España, a exigencia de Marruecos como condición para formalizar el acuerdo, suponen para el monarca marroquí un nuevo espaldarazo a sus reivindicaciones. Aunque alguien opine que el texto formulado por España sólo tenía como objetivo dar una salida a la “crisis Haidar”, el reconocimiento oficial -llámese constatación o como se prefiera- de que “la ley marroquí se aplica en el territorio del Sahara Occidental”, permite al Rey Mohamed dar un paso más en sus designios de englobar al Sahara Occidental en su reino. Constatar algo básicamente ilegal, sin manifestar inmediatamente el rechazo a lo constatado, es aprobarlo tácitamente. Eso ha hecho España, y justo es admitir que el pueblo saharaui tiene derecho a sentirse de nuevo traicionado por la que fue potencia colonizadora.

Al lado de esto, las alabanzas a la monarquía alauí vertidas en dicho texto (donde se alude al “compromiso [del monarca marroquí] con la democracia y la consolidación del Estado de Derecho”) no pasan de ser una muestra más de lo que hay que aceptar cuando no se es ni se ejerce de superpotencia mundial. Digamos, en honor a la verdad, que el texto francés tampoco le va mucho a la zaga en lo relativo al “espíritu de apertura y generosidad” del monarca. El documento de EEUU, por su parte, sin escatimar las usuales alabanzas, “subraya la urgencia de encontrar una solución definitiva al conflicto” dentro del ámbito de Naciones Unidas, apuntando hacia un referéndum del que estamos casi seguros que nunca tendrá lugar sino en los exactos términos (censo electoral y otras condiciones) que acepte Rabat, y eso, para ganarlo.

En este mar de turbias aguas resalta, obligadamente, el valor personal y la entrega de quien, arriesgando la vida, se erigió en portavoz de su pueblo y consiguió que el enquistado conflicto del Sahara Occidental saltara a todos los medios de comunicación y fuera de nuevo recordado por la opinión pública. Está por ver, no obstante, el efecto que pueda alcanzarse a corto plazo en la promoción de la causa saharaui, ya que de sobra es conocido el peso de las poderosas “razones de Estado” que rigen los destinos de la humanidad, y la “constatación” -esta vez sí- de que ningún parecido existe entre la India que Gandhi movilizó y liberó mediante la acción no violenta y el Sahara Occidental, donde el ánimo firme y templado de una mujer ha vuelto a llenar de esperanza los corazones de muchos saharauis.

Publicado por Estrella digital-k argitaratua