Judas

(A los 34 jóvenes vascos arrestados en la madrugada del 24 de noviembre por los esbirros de la Monarquía Bananera)

Este personaje bíblico me tiene fascinado desde niño. Y fue hace años cuando el famoso exegeta protestante y conocido profesor de Gotinga, Gerd Lüdemann, me descubrió, con su escrupuloso trabajo que, en contra de lo afirmado y sostenido por los cuatro Evangelios de que “Judas entregó a Jesús a la dirección judía”, la versión más antigua y límpida sobre este hecho se encuentra no en ellos sino en una carta de Pablo, concretamente en 1Cor. 11,23-25. Y la primera formulación, que no era histórica sino teológica, adquirió doble forma: Dios entregó a su hijo a la muerte o Jesús se entregó a sí mismo por nuestros pecados. No fue Judas. En la primera tradición cristiana no hay mención alguna a Judas como traidor. Fue bastante más tarde cuando tejieron la historieta y se inventaron la novelita del Judas, que entrega a Jesús por unas monedas, luego se arrepiente, compra un campo, se suicida, revienta o se hincha. Es, por tanto, uno de los muchos cuentos bíblicos, que siguen pululando en nuestros días con consentimiento de los comerciales de Dios. Pero no deja de ser curioso por qué el mochuelo recae en Judas y no en otro apóstol. El autor reconoce que los judíos muy pronto, por aquello de crucificar a Jesús, adquirieron pésima fama entre los cristianos. Por tanto nadie mejor para simbolizar la entrega y traición de Jesús que Judas de Keriot, de Judea/judíos, y para más inri ponen en boca de Jesús una maldición, que ha pesado como plomo plomizo, o en frase de Borges como huésped de fuego que no se apaga, tanto en la historia novelada bíblica de Judas como en la historia de los judíos: “ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido! Después y todo Judas Keriot (Iscariote) era el único de los doce que no era de Galilea.

Pero hay otro detalle, que me enseñó el profesor Gerd Lüdemann: la persecución de la palabra exacta. En griego entregar se dice paradidômi y traicionar prodidômi, pues bien a pesar de que sólo en un pasaje del Nuevo Testamento, Lc. 6, 16, se dice que Judas fue un prodotês, un traidor, la maldita novelita montada en torno a Judas, de tanto insistir desde el púlpito, con el paso del tiempo se ha convertido traidor en su estigma. Me recuerda la frase falsamente atribuida a Göbbels de que una mentira repetida mil veces termina siendo verdad. Digo falsa porque mucho antes corría este eslogan por las redacciones inglesas en la Primera Guerra Mundial. A pesar de todo, son muchos los autores, que a lo largo de la historia han sabido rescatar al personaje vilipendiado por la teología oficial de la Iglesia y burlarse de la maldición histórica.

Y traigo el recuerdo de Borges en su última versión del fantástico cuento de Tres versiones de Judas: “… Dios, arguye Nils Runeberg, se rebajó a ser hombre para la redención del género humano; cabe conjeturar que fue perfecto el sacrificio obrado por él, no invalidado o atenuado por omisiones. Limitar lo que padeció a la agonía de una tarde en la cruz es blasfematorio. Afirmar que fue hombre y que fue incapaz de pecado encierra contradicción; los atributos de impecacabilitas y de humanitas no son compatibles. Kemnitz admite que el Redentor pudo sentir fatiga, frío, turbación, hambre y sed; también cabe admitir que pudo pecar y perderse. El famoso texto Brotará como como raíz de tierra sedienta; no hay buen parecer en él, ni hermosura; despreciado y el último de los hombres; varón de dolores, experimentado en quebrantos (Isaías 53, 2-3), es para muchos una previsión del crucificado, en la hora de su muerte; para algunos (verbigracia, Hans Lassen Martensen), una refutación de la hermosura que el consenso vulgar atribuye a Cristo; para Runeberg, la puntual profecía no de un momento sino de todo el atroz porvenir, en el tiempo y en la eternidad, del Verbo hecho carne. Dios totalmente se hizo hombre hasta la infamia, hombre hasta la reprobación y el abismo. Para salvarnos, pudo elegir cualquiera de los destinos que traman la perpleja red de la historia; pudo ser Alejandro o Pitágoras o Rurik o Jesús; eligió un ínfimo destino: fue Judas”.

Es el delito de sentirse vasco en el estado español.