ESTAMOS en un momento histórico crucial en el que tocamos con los dedos la existencia de una civilización única para toda la humanidad que acogerá bajo sus alas la yuxtaposición de sistemas políticos, religiones, culturas y tradiciones. La nueva civilización única que se avecina no es mejor que la pluralidad de las anteriores, porque no ha sabido superar las diferencias entre países ricos y pobres, la desigualdad de las clases sociales ni la ausencia de una justicia social. Más aún, en esta nueva civilización única toda violencia no estatal viene considerada como terrorismo. Sin embargo, en esta única civilización el referente de la identidad será arrebatada a los estados pero no tendrá más remedio que reconocer aquellos elementos que no se pueden nivelar ni suprimir como son la diversidad de lenguas, religiones, culturas y valores cuyos depositarios son los respectivos pueblos.
En estas circunstancias, Nicolas Sarkozy acaba de lanzar un gran debate nacional sobre la identidad francesa. La pregunta clave es ésta: ¿para usted en qué consiste ser francés? El objetivo es descubrir, aprender y estimular lo intrínsecamente galo en un país con el 13% de inmigrantes.
Ya varios franceses se habían preguntado por la identidad francesa. El historiador Ernest Renan reflexionaba sobre la identidad nacional después de la derrota de Francia en la guerra franco-prusiana de 1871 y definió a la nación como un alma conformada de dos partes. Una parte, la rica herencia de los recuerdos, está arraigada en el pasado, mientras que la otra, que se relaciona con el presente y la búsqueda del camino hacia el futuro, consiste en la voluntad común de los ciudadanos de construir juntos su vida pública. «
La nación, con Victor Hugo, se puede definir como una pirámide en la que la fraternidad es la base y el progreso es la cúspide o meta. Y, continuaba, «no se pueden debilitar los valores y las instituciones que permiten operar la alquimia entre nuestras acciones individuales y nuestro destino colectivo como son la familia, la escuela, el trabajo, la cultura, el movimiento asociativo sindical o político que cohesionan la colectividad nacional».
La historia de la nación francesa es verdaderamente tortuosa ya que está llena de guerras intestinas principalmente contra Córcega, Bretaña y Normandía y de guerras de religión para hacer entrar en razón a los hugonotes, a los ilustrados y a los descreídos.
Volviendo al día de hoy, se ha comprometido a llevar adelante esta encuesta el ministro de Inmigración e Identidad nacional, Eric Besson. Ha invitado a responder a dicha encuesta a las fuerzas vivas del país, a los miembros de asociaciones ciudadanas y patrióticas, a representantes de los sindicatos y de la patronal y a profesores y padres de alumnos de toda Francia. Más aún, ha habilitado una página de internet para que todo el que quiera con nombre real o seudónimo responda a la pregunta crucial y aporte sugerencias encaminadas a afirmar la identidad nacional. Además, anunciaba que el próximo 4 de diciembre habrá un debate solemne donde el presidente de
Para Besson, la identidad nacional es un concepto espiritual basado en una historia y un conjunto de valores comunes. Algunos de estos valores están arraigados en una especie de cristianismo secular y otros en las creencias revolucionarias de
Por otra parte, prosigue el ministro, «el problema del vínculo entre la identidad nacional y el pluralismo cultural está surgiendo ahora de manera casi igual en Inglaterra, Holanda y Dinamarca», países que a diferencia de Francia, adoptaron desde hace mucho una política de multiculturalismo. En EE.UU., un país con una inmigración enorme, las comunidades pueden construir una fuerte identidad cultural y un patriotismo profundamente arraigado. Y aunque Francia también se ha construido con oleadas sucesivas de inmigrantes, sin embargo, la integración francesa no se basa en la asimilación sino en un deseo de promover la homogeneidad, la nación unificada, como única e indivisible. «El debate nos va a permitir intentar definir lo que retenemos de nuestro pasado, porque somos herederos de un patrimonio rico, nuestros valores de hoy -libertad, igualdad y fraternidad–, pero también igualdad hombre-mujer, laicidad y lo que será nuestro futuro común», explica el ministro de Inmigración, Eric Besson.
El 5 de noviembre, aceptaba el reto Xavier Darcos, ministro francés de Trabajo, quien afirmaba que la nación no es una entidad abstracta, distante y fría, guardiana imperiosa del tiempo pasado y de nuestras tradiciones, sino que es una identidad colectiva que trasciende la persona y en la que cada uno de los franceses es una encarnación singular y un espejo que refleja la escena de todo el cuadro. Según el ministro Darcos, hay una coincidencia entre identidad nacional e identidad individual, «porque la identidad nacional es también la nuestra si se tiene la libertad y la responsabilidad de definir lo que ella debe ser». No es ninguna paradoja el reclamar a la vez la toma en consideración de las corporaciones actuales y de los valores universales forjados en la ilustración.
En este momento de crisis tan profunda, el mayor peligro estriba en que cada uno se contente con su sueldo y su pensión mensual. En los barrios y aún en las familias existe la tentación de que no se puede uno fiar más que de los propios recursos. Nada sería tan trágico como el dejar crecer el abismo que separa nuestros ideales lo mismo que los discursos políticos de las dificultades cotidianas.
Los partidos políticos franceses creen que es necesaria esta puesta en común. Así Ségolène Royal ha pedido a sus compañeros del Partido Socialista que no se hurten al debate y que den su opinión. Además, el 60% de los franceses aprueba el debate según Le Parisien. Por su parte, el diputado de UMP Christian Vaneste afirma que la identidad nacional no es un debate nauseabundo sino una evidencia que se acepta o se rechaza. Francia tiene una identidad fuerte marcada por la geografía. Y además de esta geografía, dos realidades dan contenido a esta identidad: una cultura propia apoyada en una lengua y una historia que se confunde con la aventura común de una nación con conciencia de sí misma y con la voluntad de irradiar su mensaje más allá de su entorno.
Prosigue el diputado afirmando que la emigración no puede ser considerada como una amenaza a la identidad. El mestizaje cultural no destruye los caracteres propios de nuestra nación. En la medida en que uno es consciente de su identidad, de las riquezas de su cultura y del carácter histórico de su nación, podrá dialogar con los recién llegados, interesándose y participando con interés de las otras culturas e historias. Así, cada emigrante se convierte en un instrumento enriquecedor de la cultura e historia nacionales y por estas razones la identidad tiene conciencia de su evolución. Por lo tanto, necesitamos de intelectuales, políticos y docentes que tengan confianza en el destino de la nación que conducen y representan.
Por su parte, Eric Besson afirma que la nación francesa se ha ido amasando a través de los siglos, por la acogida e integración de personas de origen extranjero. Por lo tanto, este debate promovido sobre la identidad nacional ayudará a valorar la aportación de la emigración a la misma identidad nacional y enseñará las formas de hacer participar de los valores de la identidad nacional a los que vengan y se asienten en el territorio nacional. Habrá que ayudar a que los emigrantes que se asienten en el territorio adquieran un mayor nivel en la práctica de la lengua francesa y en el conocimiento de los valores de
Francia ha marcado la forma de asentar su identidad en una próxima civilización única. Y nos han señalado el camino a otros pueblos.