La lección de Claude Lévi-Strauss

El filósofo y antropólogo francés revolucionó la historia de las ciencias sociales y sus modelos interpretativos. Sus análisis utilizan la geología, el psicoanálisis freudiano, el marxismo y el estructuralismo

El pasado 30 de octubre Claude Lévi-Strauss fallecía en París a la edad de 100 años. Filósofo y etnógrafo a un tiempo, es hoy un referente intelectual indispensable a la hora de pensar las relaciones entre el hombre y la sociedad, la naturaleza y la cultura, y el complejo sistema de elementos que se articulan en los diferentes modelos mitológicos que han ocupado una parte central de sus estudios. Mitos, costumbres, artes, lenguas, reglas de parentesco, religiones, instituciones, etcétera, todo le atraía al joven etnógrafo que decidirá dedicar su vida al estudio de las formas de la cultura.

Tristes Tropiques, de 1955, recogerá lo que él mismo calificó como «la experiencia más importante» de su vida. Un viaje -«cuando ya era imposible viajar»- que le precipitará en un universo nuevo del que se sentirá pronto no sólo atraído sino incluso atrapado. Herramientas, objetos, formas de alimentación, música, danza, rituales mágicos… pasarán pronto a formar parte de una nueva constelación humana de la que se reconocerá como su cartógrafo.

El joven estudiante que atraviesa el Atlántico en 1935 camino de Brasil ha elegido ya sus afinidades intelectuales. La geología, porque nadie mejor que ella narra el tiempo de la tierra. Sigmund Freud, tal cual lo leía el joven Lévi-Strauss, que excava en las ruinas del paisaje psíquico cuyas leyes intenta establecer. Y Karl Marx, que lee a los 17 años, y que se le presenta como el constructor de modelos sociales, aptos para la comprensión de la historia. Geología, psicoanálisis, marxismo: «Los tres demuestran que comprender consiste en reducir un tipo de realidad a otra; que la realidad más verdadera no es siempre la más evidente o explícita».

Ahora tendrá ante sus ojos, a lo largo de los viajes etnográficos por las tribus indígenas del Mato Grosso y de la Amazonia entre 1935 y 1939, un mundo nuevo de formas culturales que recorrerá con particular ansiedad. Todo le resultaba fascinante entre los caduveos, bororos, nambikwaras y tupi-kawahibs, sobre los que construirá las bases de lo que más tarde llamará pensée sauvage, al tiempo que trazará ya la estructura de su pensamiento. «En la América indígena he amado el reflejo, aunque fuera fugitivo, de una época en la que la especie se adaptaba a las condiciones de su universo y en la que persistía una relación adecuada entre la libertad y sus signos». Ya entonces la secreta atracción por los ideales utópicos de su autor preferido, Rousseau.

Y tras el breve regreso a Francia de nuevo los años de Nueva York, de 1941 a 1944, «un periodo de excitación intelectual intensa». Ahí se encuentran los exiliados como André Bretón, Max Ernst, Tanguy, Masson… o los frankfurtianos de la New School for Social Research junto a los grandes nombres de la antropología americana como Alfred Kroeber, Franz Boas, Ralph Linton o Ruth Benedict. Y, finalmente, el encuentro decisivo con Roman Jakobson de quien reconocerá una deuda intelectual. «Yo hacía ya estructuralismo sin saberlo. Jakobson me ha revelado la existencia de un corpus de doctrina ya constituido», escribirá años más tarde recordando la estancia y encuentro neoyorquinos.

En efecto, el estructuralismo era, para él ante todo, una estrategia para escapar de la obsesión por la identidad. Contra el existencialismo de Sartre, Lévi-Strauss declara la guerra al «sujeto»: «Este insoportable niño caprichoso que ha ocupado tanto tiempo la escena filosófica, impidiendo un trabajo serio al reclamar todas las atenciones». Más allá de las apariencias y formas sensibles, se organiza el trabajo de un desciframiento de aquellas estructuras que se hallan en la base de toda forma cultural. En el fondo, «je suis peut-être un kantien vulgaire», ironizaba en plena refriega intelectual.

Las Structures élémentaires de la parenté, que leerá en 1949 como trabajo de tesis, marcan un camino apasionado por establecer la lógica de las relaciones que rigen las formas de la cultura y sus determinaciones naturales. Desde un extraño regard éloigné penetraba su obra en los diferentes sistemas que Tristes Tropiques habían ya señalado. La lección inaugural en el Collège de France, sin duda uno de sus textos fundamentales, nos introducirá, no sin polémica, en el universo de órdenes y clasificaciones que orientan las formas mentales de los pueblos sin máquinas ni escritura.

La relación que se nos oculta -de la misma forma que lo hacen las máscaras en su afirmar y negar- es propiamente el objeto del inmenso trabajo de Mythologies, distribuido en cuatro volúmenes de 1964 a 1971: Le cru et le cuit, Du miel aux cendres, L’origine des manières de table, L’Homme nu, y que recogen 113 relatos de mitos que cifran, en su conjunto, la historia más variada jamás contada. En el juego del aparecer y desaparecer se va iluminando la lógica de procesos culturales irrepetibles que dan cuenta de la historia humana, tal como afirma en La voie des masques, de 1979.

En los sistemas mitológicos que Lévi-Strauss identifica en sus análisis opera una lógica que establece el orden de las estructuras y las formas de la vida y la cultura. Para ello es necesario recorrer el largo viaje que va de lo sensible a lo inteligible, siguiendo un camino de relaciones e inferencias, con clara intención constructiva que dará lugar a la configuración de un sentido que escapaba a las lecturas de la antropología clásica.

La mirada puede detenerse en un tatuaje o en el rostro de una joven caduveo o en el ritmo de una danza bororó. Lo que importa, dice Lévi-Strauss, es llegar a la comprensión de aquellos signos que esconden su verdad, como en el caso de la piel de la joven caduveo, teñida de azul, sobre la que se recortan entre geometría y arabescos los principios sociales de jerarquía y reciprocidad. Aparecen así nuevos niveles de significado que dan lugar a un relato que la antropología sostiene con su ejercicio iluminando desde los signos la verdadera historia humana.

Recorrer esta historia sólo es posible siguiendo la guía de una mirada que ha revolucionado la historia de las ciencias sociales y de sus modelos interpretativos. Me refiero a una larga polémica a lo largo de la cual los presupuestos historiográficos han sufrido un amplio y contrastado debate. Los contextos epistemológicos son hoy otros y una aproximación a las tesis de Lévi-Strauss, a sus métodos y a sus modelos de interpretación, tienen para nosotros una actualidad indiscutible. Más allá de los territorios tradicionales de los estudios antropológicos se abre desde su propia obra un nuevo espacio de curiosidades y problemas nuevos. Una mirada como la suya, atenta a identificar las relaciones que atraviesan igualmente la pintura, la música, la literatura y las artes en general. Con sutilidad proustiana volverá a mirar a Poussin, a escuchar a Rameau, a leer a Diderot como variaciones de un mismo ejercicio.

No es otro el propósito de Regarder, écouter, lire, de 1994, con el que cierra la selección de textos para el reciente volumen de la Pléiade. Ocasión que de nuevo pone en escena la intención que ha dirigido su propia experiencia intelectual. Una historia que va desde Tristes Tropiques a este último ejercicio de lectura e interpretación comparativas, de quien se ha definido como un «humaniste modeste», siendo, en verdad para nosotros, uno de nuestros maestros.

Francisco Jarauta es catedrático de Filosofía de la Universidad de Murcia.

Publicado por El País-k argitaratua