Encaramado a un andamio, Lluís Lleó va pintando el tragaluz de la puerta del suk El Arwan en los nuevos zocos de Beirut del arquitecto Rafael Moneo y de otros arquitectos internacionales y libaneses colaboradores. El pintor ha empezado a trabajar en su obra por la noche, cuando hay menos gente en este moderno recinto de galerías de paredes de mármol, con negro basalto en los pavimentos, marcos de cobre en escaparates de las lujosas tiendas, en su mayoría aún cerradas, que todavía no ha sido inaugurado.
Lluís Lleó crea, a la intemperie, su pintura al fresco sobre una estructura de acero inoxidable adaptada al tragaluz, alegoría al fondo de corales de una a otra orilla del Mediterráneo. Sus flamígeras estalagmitas ascienden hacia el cielo abierto de la luminaria del zoco.
Durante diez días irá completando este fresco alrededor del tragaluz de dos metros sesenta centímetros de diámetro con otros elementos de su estilo, números, ya sea un código postal, un prefijo de teléfono que identifica una historia, bombillas, una mano, algún rasgo o perfil, siempre de color. Lleó esta percatado de que, al fluir del tiempo, miles de personas cruzarán por debajo de su fresco cuando visiten estos zocos, y que a veces alguien se detendrá para contemplar su obra.
Al pie del andamio, algunos noctámbulos, entre ellos los guardianes de este recinto todavía no completamente acabado – con más de doscientos comercios entre boutiques, joyerías, restaurantes y cafeterías-,observan con curiosidad su trabajo.
Al fondo de los zocos, en dirección al mar, será colocada una escultura de Anis Kappoor, ahora considerado el más destacado escultor internacional. La empresa Solidere, que ha edificado este complejo comercial y lúdico – más adelante deben construirse salas de cine y grandes almacenes-,ha querido contratar descollantes artistas para decorarlo.
Y uno de ellos es el catalán Lluís Lleó. Con su puro encendido, el pintor catalán establecido desde hace veinte años en Nueva York saborea con placer la vida beirutí.
Los nuevos zocos, junto al reconstruido centro de la capital en el que durante quince años se cebó la cruenta guerra, se extienden entre los barrios de Saifi y de Wadi Abu Jamil. Pero aunque los nombres del flamante bazar sean los de antaño, como suk El Tawile, suk El Jamil, suk El Ayass, suk El Arwan, su estilo ha cambiado completamente.
No habrá la algarabía, la muchedumbre de compradores y transeúntes, las tiendecitas angostas de los vendedores populares de especies, de perfumes artesanales, ni los comerciantes de tapices y alfombras cuyo precio es necesario regatear una y mil veces hasta hacerlo asequible a los bolsillos del comprador que espera haberse llevado una ganga.
No habrá esta mezcla de buenos y malos olores de los bazares orientales. Será un zoco exclusivo, sin alma, en el centro de una capital que ha renunciado a su memoria con las obras especulativas de reconstrucción.
Cuando llegué por vez primera a Beirut, cerca de los zocos abovedados y limpios todavía había un viejo mercado con pálpito popular, de puestos de frutas, de reses degolladas y pescado recién traído del vecino puerto. Estos zocos de Solidere se asemejan más aun al americano que a un bazar de Oriente. Son los nuevos zocos del siglo XXI.