Este país de tantos nombres posee un solo pacto indisoluble, titulado nada menos que Bases para el cambio democrático al servicio de la sociedad vasca y firmado, como es notorio, por el PSE-PSOE y por el PP. Pacto interesante que supone la reedición corregida y aumentada del que a principios de la década firmaron, en nombre de los mismos partidos, Mayor Oreja y Redondo Terreros. Por fin, pese a su discreto silencio presente, estos dos personajes tan representativos del nacionalismo español en nuestro país han visto su sueño cumplido ocho años después del primer intento. Nada nuevo bajo el sol, si no es que esta vez el pacto ha llegado a buen puerto gracias a una hábil política electoral de camuflaje («Nunca firmaremos dicho pacto»), y porqué no decirlo, de ilegalizaciones, disoluciones y demás ralea.
Así, se ha formado, según sus mentores, un «oasis» vasco, referido se entiende a la feroz guerra estatal del PSOE y PP, fiel demostración de la prevalencia de la cuestión nacional sobre otras materias susceptibles de suscitar discrepancias, existentes visiblemente en el dueto de partidos citado.
Pero el «arreglo» en la comunidad autónoma y en la foral navarra (con la leve variación de UPN por el PP), parece trascender del momento concreto y prolongarse al futuro evento electoral foral y municipal. Nunca tantos medios apoyan con tanta firmeza una propuesta de gobierno, como es fácil de comprobar con asomarse a la prensa, radio o televisión, propia o ajena. Luego el barco avanza en el proceloso mar con el viento de popa. El pacto les resultará previsiblemente fructífero.
Ante esta situación, ¿qué hace el resto partitario, especialmente el de obediencia vasca? Fácil sería responder que lo que puede, vista la fuerza mediática del bloque de poder, capaz por sí mismo de transformar un tonto de capirote en una eminencia aspirante a un premio Nóbel. Lo que no se pierden en este espacio abertzale son los hábitos que transcurren desde el puro testimonialismo en el interior de una resistencia a ultranza, pasando por la invectiva y denigración sistemática del vecino, y acabando, no como el rosario de la aurora, pero sí en un ámbito tenso y cargado de suspicacias. Situación que responde a los diferentes intereses de clase (en el espacio vasco sí existe izquierda y derecha), de partido -siempre por encima de los intereses generales- o de grupúsculo.
El contraste es manifiesto: paz y armonía en el bando español; disgregación y desunión en la familia abertzale. El porvenir -ya presente- de las elecciones forales y municipales revelará que los pactos entre diferentes, pero coincidentes en el objetivo nacionalitario español, harán más profundo el surco distintivo ya existente, a mayor gloria del espacio electoral -hoy por hoy minoritario- del PP y PSOE. En este contexto, el no dejar caer las diputaciones y ayuntamientos en manos del frente español se antoja como objetivo prioritario de los partidos vasquistas.
Fácil es contraatacar señalando, como no deja de ser cierto, que el actual Gobierno Vasco socialista es el más identitario de la historia, con su ardua defensa de la nación española, la bandera -la rojigualda monárquica-, el idioma propio -el castellano prioritariamente- o la Guardia Civil considerada como «la Benemérita» – incluidos Tejero o Galindo-. Sin embargo, esperamos que este sombrío panorama haga recapacitar a los partidos de obediencia vasca, modificando cuanto haga falta sus estrategias, ejerciendo una oposición frontal, uniéndose en lo fundamental para trabajar juntos, en las instituciones y en la sociedad, por nuestra visión de un País Vasco plural y tolerante, por nuestro sentido de la democracia, la solidaridad y la justicia social, y por nuestra legítima aspiración a la libre decisión y a tener un lugar propio y digno en el entramado institucional europeo. Mucho más teniendo en cuenta que la opción vasquista sigue siendo mayoritaria en el país y que sólo la profunda desunión, falta de estrategias claras, la falta de criterio y coraje ante el bombardeo mediático que ha hecho asumir parcialmente al vasquismo postulados inadmisibles desde un punto de vista, no sólo vasco sino también democrático, y el uso y abuso de la Ley de Partidos distorsionando el mapa electoral, es lo que ha permitido hacerse con el gobierno al frente español.
Y si la unidad abertzale, por el motivo que sea, es difícil de alcanzar, el mínimo para empezar sería el establecimiento -formal o informal- de un acuerdo de no agresión y de autodefensa de todos los partidos vasquistas. Acuerdo que no tiene porqué eliminar la discrepancia, siempre que se formule con desmarque absoluto, en todos los foros -ayuntamientos, Juntas Generales y Parlamento-, de los frentistas del PSOE y PP. ¿Es esto posible? O preferiremos, de no hacerlo, hundirnos con la nave cantando himnos patrióticos; postura tan ética como estética, pero que nos llevará inexorablemente a las catacumbas, lugar donde no sólo hace mucho frío sino que puede suponer además la mortaja para las aspiraciones de autogobierno de este pueblo, así como de sus seculares señas de identidad.
* Profesores de la UPV-EHU
José Manuel Castells, Joxerramon Bengoetxea y Jon Gurutz Olaskoaga