Thomas Jefferson no se lo creería si viviera. La empresa propietaria de Los Angeles Times y The Chicago Tribune, dos catedrales de papel, se ha declarado en bancarrota; el Philadelphia Inquirer, también. The Seattle Post-Intelligencer y el Christian Science Monitor han cerrado sus ediciones de papel. Y la empresa de The New York Times ha anunciado ahora que está amenazado The Boston Globe, también de su propiedad. Jefferson, tercer presidente de Estados Unidos, escribió en una carta fechada en 1787: «…si tuviera que decidir si debemos tener un gobierno sin periódicos, o periódicos sin un gobierno, yo no dudaría en preferir esto último».
Los primeros diarios modernos nacieron con el apoyo de los políticos. Eran los tiempos, en el siglo XIX, en que se decía que la prensa debía formar. Los conservadores tenían su diario; los liberales, el suyo. Pero el adoctrinamiento se acabó cuando un redactor de sucesos se inventó la prensa popular. Y como no hay mal que por bien no venga, la prensa popular o sensacionalista, con su éxito, obligó a la prensa de opinión a cambiar. Así empezó una era en la que la prensa debía informar, que no es poco.
Las reglas del juego cambiaron entonces. Los ingresos de los diarios procederían de la publicidad de las empresas que querían vender sus productos. Y el precio del ejemplar se convirtió en una pequeña fracción del dinero que cuesta la información. Pero este modelo ha entrado en crisis y, para los apocalípticos, anuncia un mundo sin diarios.
Nunca se había leído tanto como hasta ahora. ¿Dónde está, entonces, el problema? Resulta que donde se leen más historias periodísticas es en internet, pero lo chocante es que la mayoría de las informaciones sigue procediendo de los diarios de papel. Alex S. Jones, director del Shorenstein Center de la Universidad de Harvard, lo ha cuantificado: «Casi el 85% de las noticias que se leen las generan los diarios». Es más, si los ciudadanos se personaran en las tertulias radiofónicas, podrían comprobar cómo el primer alimento de cada día de todo tertuliano es simplemente papel.
¿Dónde, entonces, puede estar la salida del túnel? Propuestas no faltan. Una de las más socorridas es la que invita a una integración con internet. Es lógico. internet es un medio extraordinario de comunicación. Pero el problema, según The Economist, es que la mayoría no ha sabido dar con un modelo de negocio on line que sea rentable. Y los responsables de Time también se lamentan del volcado gratuito de contenidos en internet. «Es económicamente autodestructivo», ha afirmado Henry Luce, miembro de la familia fundadora del semanario.
Otros consideran que la salvación está en las fundaciones, pero la fundación que mantenía al Christian Science Monitor ya se ha cansado de poner la otra mejilla. También hay quienes apuntan a la tecnología, que permite pagar peajes reducidos por leer on line (PayPal); pero el micropago parece que no da resultado. Y no faltan los que proponen regresar a los orígenes. El presidente francés, Nicolas Sarkozy, ha lanzado la idea de regalar a los jóvenes que cumplan dieciocho años una suscripción anual del diario que prefieran. ¿Volveremos a la dependencia de los partidos políticos? En 1971, en Suecia se acordó que los subsidios estatales fueran distribuidos por un comité independiente. El problema fue dar con un comité independiente.
¿Dónde está, pues, la solución? En el papel de la prensa, donde la procesión va por dentro. El cine, que históricamente ha tenido debilidad por el viejo periodismo escrito, lo ha subrayado ahora con una película, La sombra del poder, de Kevin Macdonald. Los diarios de papel son necesarios en democracia. ¿Qué blog puede invertir en dos reporteros para que investiguen durante meses el maltrato que recibían los veteranos de Iraq? The Washington Post lo ha hecho. Macdonald ha dicho lo mismo al confrontar en su película a los blogueros, «que tratan sobre rumorología y opiniones», con el viejo periodismo escrito.
La London School of Economics demostró hace años que, cuando los desastres naturales, los gobiernos regionales de India socorren más a las víctimas de los estados donde las tiradas de los diarios son más altas. Matthew Gentkow, de la Universidad de Chicago, explicó que la televisión fue culpable a partir de 1940 de la caída de la participación electoral en Estados Unidos. Y David Simon, alma de la serie The wire, dice ahora que el cierre de diarios «puede desembocar en una ola de corrupción sin precedentes». ¿Seguirá siendo clave la web, es decir, el viejo término que en inglés también designa a la banda de papel que corre por la prensa impresora?