Va a resultar que sí, que al final hay posibles comparaciones entre Catalunya y el País Vasco. Incluso ahora las están haciendo aquellos que, con una susceptibilidad digna de ser estudiada, a la menor ocasión reprochan al nacionalismo catalán estar demasiado atento a los avatares del caso vasco. A mí siempre me han interesado tales comparaciones, cosa que no supone ni encandilamiento alguno, ni simplificación de las diferencias. Porque lo cierto es que sí: el País Vasco es una nación -como Catalunya- dentro del actual marco constitucional español, con una fuerte y mayoritaria voluntad de afirmación nacional reflejada en su estructura de partidos radicalmente distinta de la española -como aquí-, contra la que luchan los partidos nacionalistas españoles con la firme voluntad de borrar tal hegemonía, batalla también bien conocida en nuestro país. Por si cabía alguna duda, la reciente campaña electoral ha puesto las cosas en claro y los analistas políticos que han adoptado un punto de vista español -la mayoría- así lo han confirmado. La insistencia en dividir el mundo político vasco entre «nacionalistas» (vascos) y «constitucionalistas» (es decir, nacionalistas españoles), incluso por encima de la clásica división entre derechas e izquierdas, es la prueba del nueve. Y en este combate estamos también los catalanes, afortunadamente con algunas complejidades de más que los vascos y con algunas simplificaciones de menos.
La terminología política usada para describir la campaña y los resultados es de una claridad meridiana. Escribir que «por primera vez habrá un lehendakari no nacionalista», en referencia a Patxi López, es tanto como aceptar un punto de vista que, no por estar interiorizado por la propia política vasca víctima de su dependencia estructural, deja de ser externo a la realidad nacional vasca. En una situación de verdadero reconocimiento de un modelo político plurinacional en España, lo vasco, en el País Vasco, debería ser simplemente nacional. En cambio, la voluntad de disminuir o disolver tal especificidad dentro de lo español, como la que confiesan el PP o el PSE-PSOE, debería considerarse nacionalista. Desde Catalunya, la terminología usada para describir la política vasca aún introduce más complejidades si no es que se está dispuesto a caer en las dos perspectivas locales, vasca o española, ambas ajenas a la propia. Leer y oír como ciertos periodistas dan carta de naturaleza informativa a la categoría ideológica «partidos constitucionalistas», indica su alto nivel de inconciencia, frivolidad o partidismo. No les voy a marear con ello, pero en un discurso político catalán que asumiera la realidad estatutaria actual, es decir, que somos una nación distinta de la de unos y otros, la batalla política central en el País Vasco se debería narrar como el combate entre dos proyectos nacionales -nacionalistas- distintos.
Los resultados vascos parecen claros aunque sea por el hecho de forzar una realidad compleja a un molde que la simplifica. El PSE-PSOE, que ciertamente no es un partido nacionalista vasco y sí nacionalista español, ha hecho un tal avance que, junto con el PP y quizás los de Rosa Díez -que en su traspaso del PSOE al PP se pasó algunos pueblos y acabó fundando su propio partido-, podría gobernar Euskadi.
¿A qué se debe esta circunstancia? En primer lugar y muy por encima de todo, a la estupidez política de ETA, principal factor de división y polarización política entre dos nacionalismos opuestos. En segundo lugar, la división al 50% se debe a la eliminación de la izquierda independentista radical, que ha dejado a por lo menos un 10% de la población sin representación. En tercer lugar, el sistema electoral introduce un equilibrio en escaños entre las tres provincias que da valores muy distintos entre votos: un alavés vale, a efectos electorales, casi como cuatro vizcaínos. En cuarto lugar, la polarización se debe a la presión de la política estatal bipartidista que, a través de las hegemonías mediáticas, inevitablemente tiñe aquella realidad social compleja. En quinto lugar, hay que achacar la bipolarización a los errores estratégicos del PNV. Si en política lo que vale es lo que sirve, está claro que los desafíos soberanistas han sido un fiasco electoral. Y a todo eso, añádanle la tontería inexplicable de EA, que en coalición con el PNV habría salvado los muebles del tripartito anterior.
De todas maneras, para bien y para mal de todos, la victoria del PSE-PSOE es pírrica. Gobernar en minoría con el apoyo del PP y un PNV incordiando en Madrid no es lo mismo que lo del tripartito catalán, donde por lo menos existe coalición de gobierno y una adscripción ideológica formal parecida. Además, CiU en Madrid, con Duran, tiene unas formas más educadas con el PSOE. Si el PNV no gobierna, en las Cortes se van a enterar. Ya ven: para eso sirven las comparaciones. Para darse cuenta de que no es lo mismo López que Montilla, o el PNV y CiU. Y, sobre todo, que no es lo mismo el PSE que el PSC, y que si López obedece, aun podríamos ver a un gobierno de coalición sociovasquista. Podemos comparar y creo que el análisis exige comparar. Pero no, no es lo mismo. Euskadi no es Catalunya, y cualquier gobierno de López, nunca será el de Montilla.