Se cumplen 200 años de la primera Constitución de las Españas y las Indias, aprobada por las Cortes en 1808, basada en un pacto entre el Rey y el pueblo y que por primera vez estableció el poder legislativo de las Cortes, responsabilidad de los ministros, el Poder Judicial independiente y los juicios públicos, derechos de acusados y condenados, la supresión de aduanas interiores, una Hacienda pública separada de la Corona e igualdad contributiva, la promoción de los funcionarios por mérito y capacidad, igualdad ante la Ley, las libertades personales y de imprenta, inviolabilidad del domicilio, y la abolición de la tortura. Esta magna obra de los ilustrados, de liquidación del absolutismo e inicio de la larga marcha hacia la democracia, estuvo vigente seis años, excepto en Catalunya, que se integró en Francia en 1812, al mismo tiempo que una asamblea insurrecta aprobó ilegalmente en Cádiz la segunda Constitución. Mañana celebrarán los españoles el inicio de su revuelta terrorista y reaccionaria contra el orden constitucional, de frailes bandoleros como los talibanes y con su mismo programa oscurantista, que aprovechó la victoria británica para, al grito de «¡Vivan las cadenas!», restablecer la Inquisición, abolir toda Constitución y ocupar Catalunya. Ocultarán también mañana, como siempre hacen, sus legítimos Rey y Constitución de la época. Curioso nacionalismo paleto el de los españoles, cuya xenofobia no ceja hasta ocultar lo mejor de su pasado, su primera Constitución liberal.