‘Excusatio non petita…’

Zapatero y Rajoy insisten, obsesivamente, en afirmar que la independencia de Kosovo no tiene nada que ver con Catalunya y el País Vasco. Y, punto y seguido, el Gobierno español asegura que no va a reconocer al nuevo país porque la decisión se ha tomado de manera unilateral, actitud que Rajoy aplaude, aunque habría preferido lo contrario…, para poder sacar tajada electoral. Por supuesto, no tengo ninguna duda de que la posición tomada por el Gobierno español y que lo sitúa fuera del grupo de los países serios -Reino Unido, Francia, Alemania y hasta veinte estados europeos, además de Estados Unidos- sí tiene que ver con el paralelismo que pueda establecerse con las aspiraciones independentistas de estas dos naciones ibéricas, ahora bajo dominio español. Un paralelismo que no sólo han establecido malintencionadamente países contrarios a la independencia de Kosovo, como Rusia, sino que es azuzado desde los medios de comunicación españoles con motivos poco o muy electoralistas como un espantajo a favor del afianzamiento del nacionalismo español, unitarista de nacimiento y por vocación.

La posición del Gobierno español en este asunto es tan frágil, que lo único que cabe preguntarse es cuánto tiempo va a tardar en reconocer la realidad tal cual es. No tiene ningún sentido resistirse a reconocer Kosovo con el argumento de que la decisión ha sido ilegal. Casi todos los procesos de independización son resultado de la decisión soberana unilateral de quien hasta aquel momento estaba sometido a otro Estado. Ninguna ley constitucional suele prever la autodeterminación de una parte del territorio, con la excepción de la antigua Unión Soviética. Excepcionalmente, como en la independencia de Eslovaquia, Chequia incluso aceptó con un cierto agrado la separación. Y, en el mejor de los casos, como en Kosovo, el proceso se produce democráticamente. Ante un acto de soberanía, especialmente si se proclama de manera pacífica y democrática, el derecho internacional no tiene otra posibilidad que tomar nota y poner color en el mapa del nuevo Estado. Así funcionan las cosas. Que ahora Moratinos compare la supuesta ilegalidad de la independencia de Kosovo con la guerra de Iraq sólo apunta al desastre -en este caso, al ridículo- de la política exterior española y, de paso, desde el punto de vista internacional, supone el reconocimiento explícito de que en España hay verdaderos problemas de cariz independentista. Así lo habrá entendido todo el mundo. Excusatio non petita, accusatio manifesta.

Y es que el Estado español y sus gobiernos tienen muchas dificultades para tratar de manera razonable este tipo de procesos. Ya ocurrió lo mismo en 1991 cuando se produjeron las independencias de las repúblicas bálticas, también insistiendo en que Lituania no era Catalunya. Pujol terció con aquella polémica frase, «Catalunya es Lituania, pero España no es la Unión Soviética», en el sentido de que Catalunya y Lituania tenían los mismos derechos, pero que los ejercían de manera distinta a causa de la naturaleza política de los respectivos estados. Tampoco España ha podido aprender del proceso de pacificación en Irlanda del Norte. Por supuesto que el conflicto en Irlanda del Norte no es «exactamente» igual que en el País Vasco, pero lo que es seguro es que el proyecto nacional español es distinto del británico. El gobierno de John Major, en 1993, sí reconoció el derecho a la autodeterminación de aquel territorio, momento en que se desencalló el proceso de paz, empezando con una política, ya con Toni Blair y su ministra Mo Mowland, de negociación con los presos del IRA. El Reino Unido puede sobrevivir tranquilamente a la pérdida de Irlanda del Norte, pero el proyecto nacional español no se sabe pensar, por ahora, sin sus colonias periféricas.

Todos los gobiernos españoles, sean del color que fueren, han mostrado su debilidad argumental tanto en el caso vasco como en el catalán. En el País Vasco, porque después de afirmar que sin violencia se podía hablar de todo, se negaba la posibilidad de hablar de nada con los que no eran violentos. El triste espectáculo, democráticamente hablando, del intento de forzar la suspensión de la conferencia que finalmente dio el lehendakari Ibarretxe en la Universidad de Stanford el pasado día 14, organizada por el prestigioso profesor Joan Ramon Resina y el Forum on Contemporary Europe, muestra hasta dónde llega y cuál es la naturaleza del nacionalismo español rampante que alimenta tal intransigencia. Que luego Moratinos censure los procesos unilaterales es de risa. Si cuando a los vascos, representados democráticamente por el lehendakari Ibarretxe, primero con su antiguo plan y ahora con su nueva propuesta de diálogo con España para un pacto basado en el derecho a decidir, se les cierra la puerta, ¿qué alternativa queda abierta que no sea la del unilateralismo de base radicalmente democrática? Y lo mismo en Catalunya. Si la promesa formal de Zapatero en las elecciones de hace cuatro años fue que se aceptaría el Estatut que aprobara el Parlament de Catalunya, ante su insultante incumplimiento, ¿qué otro camino dejan al soberanismo catalán que aspirar a una independencia unilateral, también de naturaleza democrática?

Sea como fuere, lo que me parece claro es que con la actual posición marginal de España con relación a Kosovo, la diplomacia española contribuye a internacionalizar el caso vasco y catalán, y a los que no somos unionistas, no nos queda más que agradecérselo. He dicho en muchas ocasiones que mi confianza en una futura independencia de Catalunya no nace tanto de la convicción que tienen los catalanes de conseguirla como del terror que observo en las filas del nacionalismo español, como si tal posibilidad fuera inminente. Habrá que estar preparados, no sea que la independencia nos pille por sorpresa.

Publicado por La Vanguardia-k argitaratua