Como muchos saben, el término “folklore” fue utilizado por primera vez en la revista Atheneum (Londres, 1846), en un artículo escrito por el arqueólogo británico William Thoms, y desde entonces ha sido incorporado al vocabulario universal. De las voces inglesas “Folk” y “lore”, que significan pueblo y saber, respectivamente, este hoy por hoy conocido vocablo se refiere a todas aquellas tradiciones y manifestaciones que conforman el cuadro cultural de un país o región, es decir, todo aquello que puede enmarcarse en el saber de un pueblo. Este concepto ha sido ampliamente utilizado por antropólogos, arqueólogos, musicólogos e infinidad de investigadores del contexto social e histórico del hombre, y como otros términos conocidos, tuvo su momento cuando se consolidó, hacia el siglo XIX, dentro del contexto cultural europeo de la época. El desarrollo de la expresión folklore fue de gran utilidad para la investigación en el área de la música, no olvidemos que este vocablo desde sus inicios centró la atención de los investigadores en las manifestaciones musicales, más específicamente en la canción popular. Pero como toda expresión conceptual fue creada para un momento histórico determinado y se adaptaba a una situación específica en la Europa decimonónica en la que se comenzaba a hacer distinción entre lo rural y lo urbano. No es de extrañarse que hoy por hoy todavía se le llame folklorismo a todo aquello que salga del ámbito cultural urbano y que desde la intelectualidad se vea esa cultura con cierto desdén. Es error común de musicólogos y otros investigadores estudiar lo rural con criterio de superioridad.
En los últimos años he visto cómo algunos musicólogos hablan de la consolidación de un término con características similares, pero más demarcado al ámbito musical, y que refiere a las manifestaciones mestizas actuales dentro del contexto de la globalización: “world music”. Esta es una terminología que tiene origen en las iniciativas de los empresarios discográficos del mundo anglosajón, que se interesaron en promover la música que les era ajena a los productos nacionales denominándole música del mundo. Como categoría fue incluida hacia 1987 por una estrategia de marketing de algunos sellos independientes londinenses; el objetivo de la campaña era suministrar una plataforma de ventas reconocible para producciones procedentes de culturas musicales de todo el mundo. Más adelante se fue incluyendo este término en festivales de música internacional, y otros eventos. El concepto fue calando hasta que se podía incluir cualquier estilo con aires étnicos, rurales o locales, que se presentara en una plataforma legible para la tribuna internacional, dentro de la categoría world music. Hoy por hoy el termino forma parte de discusiones de altura entre los estudiosos de la música y es bien controversial por ser hijo legítimo de la globalización, y como tal, es acusado de pretender estandarizar las sonoridades de las diversas partes del mundo a favor de lo que piden los oídos del público de las grandes potencias. Una vez más vemos cómo, a través de una terminología, el pensamiento se orienta a la ilusoria pretensión de comparar la gran urbe con las manifestaciones rurales y creer que los que estamos en la ciudad tenemos en nuestras manos la verdad; esta vez en un marco global.
En los dos casos planteados anteriormente es visible que las manifestaciones más típicas y tradicionales, incluso en el ámbito intelectual, son diferenciadas de la cultura urbana, y se pretende fragmentar el acervo de la cultura popular, creando una frontera entre el saber de las localidades ya sean urbanas o rurales. Es interesante hacerse la pregunta: ¿las manifestaciones culturales urbanas, incluso las más académicas, tienen su origen en el puro intelecto citadino? Es obvio que no. Hasta los más grandes genios de la música clásica fueron inspirados por lo tradicional. La tradición es en sí misma una inagotable fuente de materia prima para elaborar el conocimiento. A simple vista pareciera que la inclusión de los términos folklore y world music en el vocabulario del hombre contemporáneo pretenden exaltar la tradición, pero hay que observar un poco más allá para detectar la trampa intelectual en la que se quiere absorber la tradición desde la visión cosmopolita. Yo no digo que esté mal la fusión, que de hecho es la pauta a seguir de los músicos de hoy, todo lo contrario, estoy completamente a favor de los que fusionan responsablemente e informan a sus escuchas de la procedencia de sus experimentos, pero está visto que ese no es el caso de la mayoría de los productos de actualidad incluidos en la world music. Es muy común revisar las carátulas de estos discos mestizos y encontrar informaciones vagas sobre lo que hacen, cuando no nulas o erradas. De hecho, hoy en día la industria cultural no se centra en el saber popular, por el contrario, todos los focos se dirigen a la imagen publicitaria que se diseña para el marketing del artista ¿No es esta una posición irrespetuosa de lo tradicional? ¿No se obvia de esta forma la genuina necesidad humana de saber de sí mismo y sus orígenes para favorecer los intereses de la industria?
En nuestro país surge una situación similar a las dos anteriores planteadas en este artículo, no proveniente del mundo intelectual, si no de la cultura radial. Se ha introducido a través de la radio el concepto neofolklore para definir aquellas manifestaciones musicales de autores urbanos que fusionan su música con las tradiciones venezolanas. Esto evidentemente obedece al contexto socio-político y legislativo de la Ley de responsabilidad social en la radio y la televisión que ha sido puesta en vigencia recientemente en Venezuela. El hecho de que esta ley exija la participación de artistas venezolanos en radio y la inclusión de música tradicional en un porcentaje importante, ha derivado en que los empresarios de medios deban establecer estrategias para no perder el corte de la emisora y al mismo tiempo poder cumplir con los parámetros establecidos por la ley. De esta forma, englobaron en la categoría de neofolklore a aquellos artistas que mantenían un estilo urbano y fusionaban con elementos de la tradición. Esto con el objeto de radiar su música, la cual llena ese espacio que ellos necesitan cubrir. Lo dicho ha desencadenado una ola de manifestaciones urbanas (muchas de ellas improvisadas y vagas en el conocimiento de las tradiciones) que hacen eco de lo que viene pasando desde hace veinte años en el mundo entero, en el marco de la world music.
El significado de música folklórica designa aquellas manifestaciones que se transmiten por tradición oral, es decir, que carecen de notación escrita, y se aprenden de oído; han sido compuestas en su mayoría por individuos que permanecen en el anonimato o cuyo nombre no se recuerda, y obedecen a la vida cotidiana, religiosa y social de una localidad. Es curioso que se le llame neofolklore a una categoría que designa a un grupo de artistas urbanos que hacen reediciones o fusiones de la música tradicional (sólo en algunos casos folklórica) con elementos propios de la música más difundida o comercial en las urbes. Mi apreciación no se dirige a los artistas que hacen nuevas y válidas propuestas, si no a la forma en la que manejamos cultural, comercial e intelectualmente nuestra visión del arte. Entender el arte es incluso más importante que difundirlo, y esa no es la actitud que nos muestra la industria cultural, por el contrario, se adapta a las situaciones históricas para buscar la forma de vender discos y shows. Quiero dejar claro que el hecho de las ventas no es criticable, lo que puede ser objeto de cuestión es vender sin comprender lo que vendes y sin imaginar las consecuencias que puede tener esa posición para la cultura popular. En todo caso lo que estamos afectando es nada más y nada menos que nuestro acervo cultural, postura nada extraordinaria para el hombre de nuestros días, que prefiere quedarse sin ecosistema en aras de la sociedad de consumo y la producción masiva.