Perspectivas de futuro

Pretender adivinar el futuro es tarea a la que no debe dedicarse el historiador. No obstante, sí se encuentra dentro de nuestro alcance -como el de cualquier otra persona a quien preocupe el devenir de las sociedades humanas- plantear posibles alternativas que permitan afrontar adecuadamente los problemas a los que tengan que hacer frente las generaciones que nos han de seguir. Tales perspectivas pueden diseñarse analizando el desarrollo de los conflictos y situaciones problemáticas que nos han precedido y los que son presentes en el momento actual. Es cierto que no debe contemplarse el futuro, ni inmediato, ni más lejano, como lo hacen los economistas, a partir de la previsible evolución de gráficas que evolucionan casi de forma lógica. La experiencia histórica muestra que muchos acontecimientos de gran trascendencia han irrumpido en los procesos históricos de manera inesperada. A posteriori resulta fácil explicar lo sucedido, pero, la mayor parte de las veces, ni las personas más sensibles han sido capaces de prever hechos históricos que han marcado profundamente el rumbo de la Historia. Consciente, por tanto, de todas estas limitaciones, intentaré plantear diversas alternativas que podrían darse en el futuro, buscando que en el momento presente seamos capaces de preparar soluciones, incidiendo sobre situaciones que hoy no se nos muestran como auténticos problemas -al menos para nosotros- pero que a la larga pueden convertirse en situaciones graves, a las que no haya posibilidad de hacer frente, por haber desbordado nuestra capacidad de reacción.

Las dos generaciones que hemos vivido en Europa a partir del final de la hecatombe de la Segunda Guerra mundial percibimos la realidad de una manera apacible. El desarrollo material alcanzado en el conjunto de Europa ha permitido, quizás por primera vez, un bienestar en el que se han podido satisfacer necesidades materiales y humanas de un nivel que han hecho de la vida una ocasión casi siempre deseable; esto de una manera generalizada, hasta el punto de que la conflictividad social que en el pasado hizo de las sociedades europeas una realidad fracturada y enfrentada, ha dado paso al consenso social durante la segunda mitad del siglo XX. Es un hecho que hoy lo vemos claro; la revolución socialista dejo de tener sentido para la clase trabajadora a partir de los años cincuenta del pasado siglo. Pero ésta es una realidad únicamente válida para Europa y países avanzados; no para África, Suramérica y Asia. En el momento presente estas áreas presentan una situación diferente. En alguna parte se avanza en el desarrollo material, aunque -a decir verdad- con grandes sufrimientos para la mayoría de los grupos sociales que constituyen sus sociedades; tal parece ser la situación del Este asiático. Suramérica quiere buscar un camino particular, pero África parece no encontrar solución. ¡No nos podemos engañar! La mayor parte de la Humanidad se encuentra en una situación lastimosa, lejos del bienestar y estabilidad aparentes que caracterizan al mundo denominado desarrollado y es posible que a medio o más largo plazo, los problemas del Mundo convulsionen, igualmente, a esta parte de la Tierra que vive tranquila y confiada.

Voy a plantear tres ámbitos desde el que nosotros los navarros -Euskal Herria- deberíamos contemplar el Futuro. El primero de ellos es el más general y abarca el conjunto de la Tierra. El segundo de tales ámbitos está integrado por Europa y el tercero se corresponde con nuestro propio país y sus posibilidades actuales y a medio plazo. Lo cierto es que los tres nos afectan y deberán ser considerados con perspectiva integradora. Nos interesa intervenir en todos en la medida de nuestras posibilidades, buscando soluciones racionales; esto es, las que apunten en dirección a resolver los problemas de las sociedades humanas, superando los factores de conflictividad que han actuado tradicionalmente y parece que seguirán actuando en el futuro, con los graves problemas que afectan a tantas gentes en el mundo presente y los riesgos que los mismos hacen correr al conjunto de la Humanidad y su capacidad de supervivencia.

Ámbito mundial

Abordando, por tanto, el ámbito mundial el problema más serio que tiene la Humanidad es llegar a una adecuada distribución de los recursos que permita la vida digna de tantos millones de gentes que viven en la precariedad y en condiciones infrahumanas. Hago tal afirmación desde la convicción de que la Humanidad tiene suficientes recursos para hacer frente a tal reto. La realidad presente es la del despilfarro que lleva consigo un sistema económico denominado neoliberalismo, espoliador del trabajo y de los recursos de los países pobres a quienes les son arrebatados. Es éste el principal factor de la conflictividad que convulsiona la Tierra. El Mundo desarrollado es visto como un tirano dispuesto a someter a los pobres de todo el planeta y destruir, sin contemplaciones, a quienes se resistan. De una manera más concreta, las instituciones económicas internacionales, F.M.I., Banco Mundial, O.M.C, etc., en manos de los ricos, rastrean la riqueza de los pobres hasta un límite que compromete la supervivencia de éstos. La negativa a atender la legítima aspiración a una vida adecuada genera revoluciones, emigración y graves tensiones culturales. Las agresiones militares de Estados Unidos de Norteamérica y la O.T.A.N. a quienes se resisten -Afganistán, Irak- las amenazas a Cuba, Venezuela, Corea, Irán, constituyen un punto de preocupación que hacen prever conflictos graves a medio plazo, comprometedores para la supervivencia de la propia Humanidad.

La emigración masiva hacia los países desarrollados, particularmente Europa, representa la muestra más contundente de la insatisfacción existente en la totalidad de sociedades que no pueden ver sus problemas materiales resueltos. A veces, tienden al-gunos a contemplar la emigración como un hecho enriquecedor desde el punto de vista humano. A decir verdad, únicamente desde una mirada inconsciente e idealizadora pue-de afirmarse tal. Especialmente cuando este hecho afecta a colectividades enteras que experimentan el rechazo del medio en el que arrastran su existencia, cuyos individuos se ven obligados a abandonarlo por otro en el que tampoco van a ser bien recibidos, aun-que, cuando menos, consigan los medios de vida a los que son acreedores. La emigra-ción puede ser un paliativo, pero no una solución, desde el momento que exige el des-arraigo masivo y no es resultado del necesario intercambio humano que puede tener lugar en el marco de sociedades estables. Ha podido ser impulsado por los dirigentes de una sociedad que propugna la libertad más absoluta para quienes tienen en sus manos los recursos financieros mundiales que juegan con el trabajo barato, lo mismo de los emigrantes, que con la deslocalización industrial, la otra cara de la moneda.

Solamente promoviendo el desarrollo y unas relaciones económicas justas se puede resolver un problema que adquiere dimensiones de catástrofe humanitaria. En el momento en que toda África reclama ser acogida por una Europa que le niega la existencia, los Estados europeos no ven otra solución que el bloqueo militar. Es una guerra esta perdida de antemano que, siguiendo las pautas actuales, puede llevar a un conflicto de dimensiones incalculables, no ya para África, sino para la propia Europa. A decir verdad, intentar diseñar el Futuro que se nos puede presentar en el espacio de dos décadas produce vértigo. La perspectiva de un conflicto generalizado -una auténtica guerra mundial sin paliativos de conflictos de baja intensidad- puede presentarse en cualquier momento. La capacidad destructiva que se encuentra en los posibles contendientes convierte a los conflictos del pasado siglo en juego de niños. Es por esto por lo que no se termina de entender la actitud de los dirigentes americanos, acostumbrados a actuar como si fueran una potencia no ya hegemónica, sino exclusiva, cuando no tienen capacidad para serlo. América no se encuentra en condiciones de imponer su ley, aunque sea la potencia de mayor poderío económico y militar a nivel mundial. El problema de las élites americanas lo constituye su propensión a dejarse arrastrar por la inmediatez de los hechos en sus análisis. En el Pasado, la hegemonía incontestada en recursos de todo tipo permitió a los americanos imponer sus puntos de vista, a pesar de que en muchas ocasiones sus previsiones fueron erróneas. Es esto cierto por lo que se refiere a la economía y al terreno de lo militar. Los americanos han sido siempre capaces de rectificar sus errores con poco coste. En el momento presente carecen de esa capacidad y los errores de apreciación les pasarán factura a medio plazo. Parece cierto lo que se dice, si contemplamos el conjunto de empresas en las que se ha embarcado la administración Bush en los últimos años. Es capaz de llegar a cualquier parte del Mundo, derribar a regímenes políticos fuertemente asentados como los talibanes de Afganistán o a Sadam Hussein, pero carece de la capacidad de estabilizar la situación de esos escenarios y termina enfangándose en aventuras que a la larga pueden ser graves para toda la Humanidad. De momento parecen rentables tales aventuras en la medida en que puede controlar petróleo u otros recursos fundamentales. La cuestión se centra, sin embargo, en la fuerza que tenga para consolidar sus empresas.

Las potencias emergentes son muchas y parece que tienen capacidad, para plan-tar cara con eficacia a la potencia americana, que si no se encuentra en decadencia, no domina los escenarios mundiales con la claridad que en décadas anteriores. Ahí se en-cuentra China. Lo peor para América es su implicación en la lucha en contra del Mundo musulmán. A decir verdad, no parece muy capaz de plantear una alternativa real a Occi-dente. Carece de todo proyecto válido para la Humanidad. Constituye una simple reac-ción de rechazo hacia otra cultura que la ha ninguneado y pisoteado durante los dos úl-timos siglos, pero pretender convertir una religión en base de la organización social, económica y política, provoca la repulsión general de la Humanidad. Hago estas re-flexiones desde el respeto a que, creo, son acreedores las sensibilidades humanas en general, aunque no comparta los planteamientos religiosos. Me parece que en esta cues-tión de la religión la cultura occidental tampoco puede presumir de distanciamiento, ni en el Pasado, ni en la actualidad. En el Islamismo actual se ven rasgos que no concuer-dan con lo que tiene que ser una sociedad laica y desligada de lo trascendente. Estos elementos inhabilitan cualquier solución de tipo islámico completamente como instru-mento de organización social y política. Por el contrario la fanatización que se opera en ciertos sectores islámicos, puede ayudar a consolidar un instrumento de erosión y des-trucción de sus enemigos occidentales que es como para echarse a temblar.

Este es un escenario previsible que podría aparecer en el espacio de veinte años, e incluso antes. No tener en cuenta la potencialidad destructiva del Islamismo que en sus formas mas fanáticas amenaza al conjunto de la Humanidad, puede resultar suicida y sorprende la carencia de vigor de lo europeos ante América, a fin de impedir dejarse arrastrar a un enfrentamiento que puede acabar en la total destrucción de nuestra cultura. No hacemos nada con insistir en lo aberrante que se muestra esa opción. Lo peor que nos puede suceder es que nos dejemos llevar hacia un escenario de enfrentamiento por la repulsión que produce en nosotros las actitudes y valores que muchos islamistas de-fienden como algo irrenunciable para el Mundo en general. Aquí se pone de manifiesto que no resulta tan sencillo hablar de interculturalidad. Las percepciones de las diferentes culturas humanas pueden llegar a ser irreconciliables, en el caso de que se pretenda im-poner sistemas de valores que se consideran fundamentales.

Desde el punto de vista occidental nos hemos creído que nuestros sistemas de valores tienen validez universal. Deberíamos ser más modestos en este terreno, simplemente contemplando lo que ha sido valorado en el Mundo occidental por las generaciones que nos han precedido y, quizás, podríamos concluir que nuestros proclamados valores no son nada exterior a nuestro propio sistema cultural, que es necesario contemplar como un logro no tan diferente de los que se han producido en materia de avance tecnológico y material. Que quede claro que estimo irrenunciables dichos valores, tales el que proclama la igualdad esencial de todo individuo, el derecho de las colectividades a organizarse de manera democrática y todo lo que lleva aparejado el respeto a la diferencia y el conjunto de valores individuales y colectivos. Pido, no obstante, que se seamos conscientes de que en otros sistemas culturales esos valores no son asumidos, por existir imponderables de tipo social que impiden, por el momento, su asimilación. No sirve de nada aludir a la presencia en nuestro mundo de colectividades que viven desde hace generaciones junto a nosotros y todavía no se han impregnado de nuestros valores y modo de concebir la realidad. Este hecho es la mejor prueba de que hemos dado la oportunidad a muchas gentes extraeuropeas de vivir junto a nosotros, sin que se haya producido la intercomunicación que hubiera permitido la mutua asimilación. Por lo demás, entiendo que en muchos casos nuestros valores son más aparentes que reales y la sublimación que practicamos en ellos no ayuda en absoluto a que sean aceptados como norma universal.

Todos estos elementos nos deberían llevar a concluir en la necesidad de un cambio de actitud generalizada del Mundo occidental con las otras culturas con las que estamos destinados a entendernos, o -por el contrario- condenados al enfrentamiento más catastrófico. Es imperioso modificar el conjunto de relaciones económicas y materiales, que permita al conjunto de las culturas humanas ser partícipes del desarrollo occidental, abandonar la actitud arrogante que tradicionalmente ha desarrollado occidente en el tema de las relaciones internacionales y fomentar el intercambio cultural, con la mirada puesta en facilitar la comprensión de formas de ser diferentes y el debate e intercambio de valores que hoy aparecen enfrentados.

Ámbito europeo

Por lo que se refiere al ámbito europeo presenta unas peculiaridades en las que el papel de los navarros tiene mayores posibilidades de incidir. Dos aspectos hay en este ámbito que son de interés especial. Es el mundo de los Estados-nación contemporáneos que han impuesto a nuestra nación -Navarra- el marco político y organización socio-económica en vigor y es el Mundo que intenta reconvertirse en la Unidad europea. Por lo que se refiere a la primera de estas facetas, los Estados-nación aludidos han sido hasta 1945 los dueños del Mundo. Tienen de sí mismos una percepción que les lleva a considerarse como las únicas naciones que estaban destinadas a serlo desde el inicio de los tiempos y conciben el devenir histórico como un proceso que ha llevado a la realización de tal destino. Se contemplan como inamovibles, protagonistas de los únicos logros culturales y técnicos que deben ser estimados por la Humanidad y no aceptan, ni en el marco de Europa, ni fuera de ella, que se cuestione la percepción que ellas tienen de sí mismas, como si no hubiesen sido resultado de avatares históricos coyunturales. La pérdida de importancia en el marco mundial, que ellas habían dominado, les ha hecho ver que necesitan reestructurar su propio marco de relaciones, con el fin de poder seguir representando un papel en un Mundo con tantas nuevas potencias emergentes. La Unidad europea quiere ser tal marco. En definitiva es resultado de las limitaciones de que adolecen tales arrogantes Estados-nación. Esta unidad persigue básicamente la unidad económica y homogeneización de los marcos jurídicos; pero los principales protagonistas de la misma tienen un interés desmedido en impedir que cambien los marcos estatales. Es la fuerza de los hechos la que ha obligado a los cambios. Éstos, no obstante, no terminan de afianzar una unidad política por las resistencias que ejercen los citados Estados-nación en contra de la evolución natural de las fuerzas sociales y económicas europeas. Francia, Inglaterra, Italia, España…, pretenden hacer de la Unidad europea un club de Gobiernos, que permita a éstos controlar las fuerzas económicas como en una sociedad anónima. Los habitantes de la Unión europea no son para ellos otra cosa que las acciones respectivas de cada socio, que le facultan para poder exigir de la empresa los beneficios correspondientes a su capital. Por lo demás el peso específico que tienen ante los respectivos gobiernos los grupos socio-económicos fuertes ha llevado a que, cada vez en mayor medida, se oriente la Unión en la dirección de los planteamientos neoliberales, todo en detrimento de la ciudadanía; hasta el punto de que se habla de la Europa de los mercaderes.

No tiene nada de extraño que aumente el escepticismo de los europeos ante la dirección que se empeñan en imponer los dirigentes. En su día fue el chovinista De Gaulle – exaltador de la Grandeur de la France- quien impuso la Europa de las patrias y frenó la integración política; en el momento actual el fraude de una Constitución descafeinada, que se limita a dar carta legal a la situación presente, sin ofrecer alternativa. Europa aparece como deseable, aunque muchos quieren algo más de lo que ofrece en el momento presente, objetivo que es posible y al que se resisten los dirigentes políticos y élites económicas. No es suficiente con que se mantenga como gran potencia en el terreno económico. Esta situación puede satisfacer a esas élites, pero la ciudadanía entiende que se intenta hacer recaer sobre ella la mayor parte de los costes del desarrollo económico. En lo político Europa debe resolver el conflicto permanente de la nacionalidad. Me estoy refiriendo, naturalmente a Europa occidental. La Europa del Este y central se encuentra en camino franco de resolución de esta cuestión. Bien es cierto que ha sido de manera bastante traumática, aunque no sea sino por la desintegración del bloque soviético. En todo caso, los europeos del Este parecen los hermanos pobres, a los que se mira con arrogancia desde el Oeste y esta situación tiene que cambiar. Su status socio-económico ha sufrido un fuerte deterioro desde la desaparición del sistema soviético, frente a lo que parecía se les ofrecía desde el otro lado de Europa.

El meollo de la cuestión europea se encuentra en el Oeste, particularmente en los Estados-nación a los que se ha aludido más arriba. Parece que no van a ser capaces de evitar lo que ha sucedido a otros, como es la modificación del marco estatal que se impuso con la llegada de la Edad Contemporánea. La resistencia es pertinaz especialmente en Francia y España. Una visión distorsionada de su realidad histórica les lleva a contemplarse como realidades tan firmes como el Sol que sale todos los días en contradicción flagrante con los principios que dicen defender de la capacidad de decisión individual y colectiva. Lo grave de la cuestión es la posibilidad de que a medio plazo se generen situaciones de conflictividad fuertes que nos lleven a escenarios de enfrentamiento abierto. A decir verdad, no es improbable que se abata sobre Europa una crisis que termine con la apacibilidad de los más de sesenta años que han seguido al final de la Segunda Guerra mundial. De aparecer tal escenario, la frustración de la ciudadanía europea ante la dirección neoliberal de la economía y la de los pueblos que se sienten subyugados por los chovinistas Estados-nación, se convertirían en factores de conflictividad que no hace presagiar nada bueno. La solución, desde luego, se encuentra en que se atiendan las expectativas de la ciudadanía en materia social y los Estados citados renuncien a su chovinismo. Desde esta perspectiva será más fácil a Europa plantear una política exterior más realista, dirigida a colaborar con el resto del Mundo en la resolución de los problemas serios de la Humanidad y se olvide de la política presente de intervenciones militares sin perspectiva -de monaguillo de Estados Unidos- más propias del pasado que de un futuro de acuerdos con el resto de la Humanidad. No tengo ninguna certeza de que se imponga la sensatez, por lo que, verdaderamente, me da miedo mirar hacia el futuro.

Navarra -Euskal-Herria

Pasemos, finalmente, al tercero de los ámbitos que nos ocupan; el de Navarra

-Euskal Herria-. Hemos alcanzado un punto en el momento presente que nos obliga a reflexionar y proponer un cambio radical en nuestra manera de actuar, si queremos alcanzar los objetivos de la recuperación de la soberanía, que representaría la oportunidad de dar solución a la situación conflictiva en que se halla nuestro pueblo desde hace siglos.

Si digo que nos encontramos en un momento clave, es, porque pienso que es la hora de plantear escenarios de actuación que rompan la manera de funcionar en política que hemos utilizado hasta el día de hoy. Este cambio es una exigencia del contexto en el que nos encontramos. Durante más de dos siglos los soberanistas hemos buscado el enfrentamiento directo con nuestro secular enemigo. No tiene nada de extraño; en definitiva ha sido el sistema que han utilizado todos los disidentes a nivel mundial y, desde luego, europeos. El último de los episodios revolucionarios de Europa occidental fue el Mayo del 68. Aquí ya quedó de manifiesto que los contestatarios europeos no estaban por la labor de revoluciones violentas, simplemente, porque lo que se ponía en juego era de mucho valor; un bienestar socio-económico que, aunque podía verse como opresivo para el individuo, al convertirlo en hombre unidimensional, no dejaba de ofrecer satisfacciones más que fundamentales que convierten la vida de los europeos en algo muy deseable. Los enfrentamientos abiertos han desaparecido de la perspectiva europea. Los últimos episodios de lucha armada masiva son los desarrollados por el I.R.A. irlandés y nuestra E.T.A.. Representan el final de la tradición revolucionaria europea, dado que otros episodios en Alemania e Italia no han pasado de ser testimoniales. La lucha armada desarrollada por irlandeses y vascos prolonga en el tiempo una realidad que había quedado obsoleta en Europa occidental, al alcanzarse el consenso social conseguido gracias al Estado de Bienestar. Solamente la pervivencia de situaciones de colonialismo, en el que dos naciones han visto cuestionada su entidad nacional y su libertad como Estado, explican el mantenimiento de este sistema. En cualquier caso, debe insistirse en la situación de precariedad económica que se ha mantenido en Irlanda y la brutalidad de la represión española en contra del pueblo navarro, que ha alcanzado el paroxismo con la dictadura de Franco y prosigue de manera menos patente, pero más selectiva, en el momento presente.

La razón que en el Pasado llevó a lo que se denominada enfrentamiento abierto fue la situación de precariedad que vivió nuestra sociedad. Es este un hecho incuestionable. En cualquier caso, el bienestar económico que empezó a ser una realidad en nuestro País a partir de los años sesenta obliga a cambiar de perspectiva. No luchamos ya por la supervivencia material, como fue una realidad para nuestros antecesores; ahora tenemos la perspectiva de encontrar una puesto en el concierto nacional de Europa, persiguiendo conseguir una sociedad que viva de una manera apacible, con una calidad de vida que nos permita unas relaciones humanas enriquecedoras y creativas, siendo los dueños de nuestros destinos como pueblo y sin que ninguna otra nación nos obligue a identificarnos con ellos y, desde luego, que no nos contemplen como una vaca lechera a la que se puede ordeñar porque la consideran de su propiedad, como han venido haciendo y pretenden seguir en ello España y Francia.

A decir verdad, la brutalidad española y francesa llevan a muchos a la conclusión de que no hay otro camino que el enfrentamiento directo. Pienso que ya es hora de valorar lo que se ha conseguido por el mismo; sufrimiento y más sufrimiento…, por la sencilla razón de que nuestra colectividad no está por la labor; es mucho lo que se arriesga y el balance es desolador. La pertinacia de quienes se obstinan en esta dirección ha significado el factor más distorsionante a la hora de marcar una política coherente al conjunto de las fuerzas soberanistas. Es el momento de la liquidación, sin paliativos. Cuanto antes resolvamos este problema, más pronto nos encontraremos en condiciones de diseñar una estrategia adecuada a nuestros objetivos. No obstante -y como se suele, decir a fuer de sinceros- no ha sido este el único fallo de nuestra acción política. La actitud pragmática que han adoptado otros tampoco ha favorecido esos objetivos. Aceptar, sin más, el marco que imponen las potencias dominantes tampoco resuelve los problemas. Podemos sentirnos más o menos satisfechos, pero nuestros problemas seguirán vigentes. Cada vez es más evidente la resistencia de España y Francia a satisfacer nuestras aspiraciones. Da lo mismo que unos se proclamen descaradamente fascistas y otros afirmen tener superado el Nacionalismo ¡Qué simpáticos éstos no nacionalistas españoles! ¡Cómo se emocionan cuando España gana el campeonato del Mundo de baloncesto o la Copa Davis! Y, ¿a qué juegan esos basketas que afirman haber superado tal problema? Quizás hayan superado el problema, lo que no han superado es el complejo de inferioridad que sienten ante las grandes autoridades culturales meseteñas, cuyo horizonte no rebasa el Escorial.

Verdaderamente tenemos planteados una serie de problemas que debemos afrontar con mucha reflexión y actitud abierta. Es imprescindible, en primer lugar, que afinemos nuestra conciencia histórica que, desde mi punto de vista, confunde a una gran cantidad de navarros -vascos- e impide hacer un proyecto de futuro asumible por todos. ¿Por qué siguen algunos empeñados en que Nabarralde constituye un grupo de nostálgicos que se limitan a mirar el pasado con mirada romántica? Disponer de una perspectiva histórica correcta es imprescindible para que el conjunto de nuestra sociedad adopte mayoritariamente un plan de acción adecuado. Cuando muchos soberanistas siguen pensando que el problema del País se encuentra en la Comunidad Foral de Navarra ¿Son conscientes de que la perspectiva bizcaitarra, obra más que del propio Sabino Arana, de quienes se reclaman sus herederos, es igualmente castrante y que no responde a las necesidades de Euskal Herria? A veces pienso que es lo mismo un pseudo-navarrista de U.P.N. o del P.S.N., o de Izquierda Unida, que un vizcaino cómodo con su C.A.V. ¡Si coinciden plenamente en mantener el actual status! A todos éstos -y a quienes nos acusan de pretender modificar un discurso asentado y de no mirar al futuro- les respondo ¡Hacer el favor de mirar a Francia y a cualquier Estado que se precie! Os encontrareis con que los estudios históricos referentes a la identidad nacional tienen la atención más grande en las instituciones culturales y políticas en general y esto es cierto igualmente por lo que se refiere a España ¿Por qué, pues, tanta prevención a que fijemos nuestra conciencia histórica? Estoy cierto, que el día en que seamos capaces de encontrarnos todos en la Navarra histórica, el Estado que fueron capaces de crear los vascones dando paso a nuestra nación -Euskal Herria- resultará mucho más fácil superar los obstáculos con que hemos tropezado para entender que los navarros del Pirineo, los del valle del Ebro y lo del Cantábrico formamos parte de la misma colectividad. El problema se encuentra en que muchos tienen la perspectiva histórica que aprendieron en los manuales franquistas y no son conscientes de que informa su percepción de la realidad como un hecho tan incontestable como el Sol al amanecer.

Pienso finalmente que es hora de reconducir nuestra práctica política, superando las actitudes partidarias que nos llevan a identificar los intereses personales con los de la colectividad. Es importante el trabajo político del día a día, pero no perdamos la perspectiva de que no se resolverán nuestros problemas, sino cuando alcancemos la independencia. A medio plazo, parece que es difícil. Nuestros adversarios se muestran fuertes, pero les ha de llegar su hora. Sería también deseable que accediésemos a través de un proceso de maduración que evite situaciones de conflicto abierto y traumático. Lo tenemos difícil, pero si desde este momento trabajamos con habilidad todo es posible.

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