Una nación, para ser considerada como tal, debe de alcanzar un nivel de madurez suficiente que le otorgue la capacidad necesaria para mostrar que la sociedad a la que alberga ha sabido sortear en el presente los problemas derivados de un pasado adverso. Para alcanzar dicha mayoría de edad habrá necesitado de una unión de intereses y pareceres suficientemente recia como para luchar por sus derechos, nacida fruto de años de reflexión, rectificación, análisis de lo ocurrido, de conocimiento mutuo y reconstrucción nacional. Todo este largo y complicado proceso deberá llevarlo a cabo a pesar de la presumible actitud de rechazo y absoluta negación por parte de aquellos que en su día hicieron pedazos los anhelos independentistas de la nación en ciernes, reacción ésta, por otro lado, comprensible y sólo explicable desde el miedo y la intolerancia.
En nuestro caso, el planteamiento de construcción de la nación vasca, cuando no reconocimiento dada su irrefutable existencia, arrastra consigo algunas dudas de vital importancia. Entendiendo nación como unión de los miembros de una sociedad bajo unos criterios comunes, su aplicación, la del concepto de nación, es efectiva hasta cierto punto en cuanto a lo que nos atañe.
Existe una base de elementos comunes, como son la lengua, las tradiciones, las costumbres o la cultura en general, sobre la que podrían asentarse los principios independentistas de la sociedad vasca. Sin embargo prácticamente todos y cada uno de esos elementos son fuente constante de conflictos, capaces de alargar en el tiempo el problema vasco hasta límites exasperantes.
Si bien se constata una unión de base, la sociedad vasca en un alto porcentaje no parece ser consciente de ello, sujeta como vive a unas necesidades consumistas irreales y unos planes de futuro perpetuamente hipotecados.
Las dudas surgen desde el momento en el que debemos definir territorialmente a Euskal Herria, decidiendo a quién debemos incluir o excluir y por qué.
Así, Iparralde por haber sido separado de su hermano transpirenaico, por ese regusto afrancesado que nos queda tras realizar una visita a alguno de sus pequeños núcleos urbanos, no suele ser considerado como parte inseparable de Euskal Herria.
En Iparralde la historia vivida ha dado como resultado lo que hoy conocemos como Lapurdi, Behe Nafarroa y Zuberoa, donde el turismo se agolpa en la costa mientras el interior se vacía y desaparece entre cuestionables reminiscencias folklóricas. Iparralde, tanto desde el punto de vista territorial como cultural y lingüístico, es parte integrante de Euskal Herria. Como muestra, mencionar que algunos de los más destacados escritores vascos nacieron y ejercieron su labor en Iparralde, y si estos son actualmente considerados como hitos dentro de la historia de la literatura vasca es porque tras este dato se oculta uno de esos elementos comunes que nos identifica como pueblo único, tanto si somos ciudadanos de Bizkaia, Zuberoa o Araba.
La ruptura, no obstante, no ha sido sólo cuestión de fronteras físicas, sino también psicológicas y de conciencia. Las primeras son fáciles de derribar, las segundas son el resultado de una evolución social, fuertemente arraigada en el subconsciente vasco, que en consecuencia sólo podrán ser superados desde el mutuo reconocimiento y voluntad de reconstrucción.
La madurez necesaria para levantar una nación llegará en el preciso instante en que asumamos que nuestros aspectos identitarios no pueden seguir siendo tema de conflicto constante. Llegará en el momento en que comprobemos qué es lo que tenemos en la actualidad, o lo que sería lo mismo, qué es lo que nos han dejado, y comencemos a reconstruir ese marco territorial, cultural, político y social que nos corresponde.