El universalista de Benicàssim

Las declaraciones de José Luis Morán, director del Festival Internacional de Benicàssim (País Valenciano), al periódico Avui son tan grotescas que no merecen ningún tipo de comentario. Pero diré algunas cosas porque la impotencia intelectual no justifica la estupidez. Cuando la periodista le pregunta si se ha planteado traer grupos que canten en catalán -ya que Benicàssim es una ciudad de los Países Catalanes y en el FIB, además, participan grupos de diferentes países-, Morán responde que no y explica las razones: «no creo en nacionalismos, creo más en aquellos que muestran su cultura de una manera más masiva para que llegue a más gente. Entiendo a los que defienden sus raíces y lo respeto, pero no lo comparto. Prefiero apoyar a los que cantan en castellano que a los que cantan en euskara, catalán o gallego. No se trata de reducir, sino de tender a un mundo en el que podamos comunicarnos mejor y no mirarnos tanto a nosotros mismos». Y luego, desnudando su inconsciente con el término boicot, añade: «Pero más que boicotear cualquier cultura, lo que buscamos es apoyar la comunicación masiva, llegar al máximo de público».

Es toda una declaración de principios, no hay duda, y más tratándose de alguien cercano al PSOE. Contratar a un grupo que cante en español o en francés es cosmopolitismo, contratar a uno que lo haga en catalán o en vasco es nacionalismo. Lo es porque un grupo catalán o vasco debería cantar en español en lugar de mirarse el ombligo usando un idioma excluyente. Morán es un nacional-universalista, un hombre superior, uno de esos prodigios que la naturaleza crea de vez en cuando y que lógicamente no tienen patria porque su patria es el cosmos. Piensa -aunque oculta ese pensamiento- que hay lenguas y culturas superiores y lenguas y culturas inferiores. ¿No le recuerda al lector cierta ideología centroeuropea este punto de vista? La lengua y la cultura de los catalanes, de los vascos y de los gallegos serían lenguas y culturas inferiores y la lengua y la cultura española, que son las de José Luis Morán, serían una lengua y una cultura superiores. Por consiguiente, ¿quién, salvo un loco, un provinciano o un retrógrado, se atrevería a imponer desde un escenario unas canciones que son por sí mismas la expresión musical de una inferioridad manifiesta? Por suerte, hay niveles. Y el nivel lo marca la lengua española, que, como sabemos, es la lengua que los pueblos abiertos, simpáticos y comunicativos adoptan libérrimamente al mismo tiempo que se avergüenzan de la propia. José Luis Morán, además, está en contra de los nacionalismos. De todos menos del suyo. Cosa que lo emparenta con tres grandes iconos de la universalidad: José María Aznar («Yo no soy un nacionalista español, yo sólo soy un español convencido»), José Bono («Soy español y creo en mi país. Yo no soy nacionalista») y Rodrigo Rato («Yo no soy nacionalista español, yo soy español»).

Dice Morán que «no se trata de reducir, sino de comunicarnos mejor». Y, claro, para comunicarnos mejor es preciso reducir el número de lenguas y culturas y dejar tan sólo unas pocas entre las cuales, mira por donde, está la suya. Es decir, que, según el director del Festival Internacional de Benicàssim, el involucionista no es el que quiere reducir a media docena las seis mil lenguas del planeta, sino el que intenta salvaguardarlas todas. Pobre Morán, se sirve de las palabras para esconder su ideología sin dar-se cuenta de que no hay delator más inclemente que el lenguaje.