Reflexiones tras la resaca

Tras los acontecimientos políticos acaecidos en la última temporada en la CFN quisiera plantear, a quienes tengan la paciencia de leer este texto, las tres reflexiones siguientes:

Primera reflexión:

Como estaba cantado, en el caso de la CFN ha prevalecido el interés Nacional (así con mayúscula) y estratégico de los españoles sobre cualquier otra consideración de orden táctico (electoral o administrativo). El problema de la estabilidad de su nación, en la que nos incluyen sin remisión posible, y de su Estado, por lo menos tal y como ellos lo conciben, tiene como eslabones más débiles a los Países Catalanes y a Vasconia.

Los estrategas de España conocen perfectamente que el llamado «problema vasco» es, en su raíz, la «cuestión navarra». La conquista de Navarra planea todavía como una etapa abierta, como una cuestión no resuelta definitivamente por su Estado. Aun permanece como una sociedad no asimilada. Y la temen.

Mal que bien pueden contemporizar con las veleidades «independentistas» de una ERC sin rumbo claro y, mucho mejor por supuesto, con todos aquellos cuya misión es «cautivar a España», dentro de ella, también por supuesto. Con quien no pueden contemporizar es con una Navarra, máxima expresión política de los vascos, como Estado independiente en Europa. Conocen la potencialidad que este planteamiento conlleva y saben que el despertar de esa conciencia en toda Navarra conducirá a su emancipación.

Segunda:

Sufro cuando escucho a personas próximas (afectiva y políticamente) que desde la actual CAV se «compadecen» de los «pobrecitos navarricos», cuando no simplemente «pasan» de ellos (que se lo guisen y se lo coman solicos). Parece que Navarra no va con ellos, que es otra galaxia.

Este planteamiento me parece irresponsable en la mente de cualquier persona que sienta realmente a Vasconia y considere a Euskal Herria como su patria, de cualquier bizkaitarra discípulo de Arana Goiri. Aunque ellos opinen que Navarra es, simplemente, un «herrialde» más.

Cuando nuestras potencias ocupantes conocen perfectamente el alcance de la «cuestión navarra» parece imperdonable la ignorancia que manifiestan en su casi totalidad quienes pretenden constituir la actual «clase política vasca». La verdad es que, muchas veces, el escucharles me genera malestar y me rebelo cuando oigo aquiescencias propias a las afirmaciones españolas de que «los vascos nunca habéis sido independientes», o que «nunca habéis tenido un Estado».

Quienes vemos a Navarra como la estructura política internacional futura de los vascos en Europa y el mundo en general, lo hacemos pensando en la necesidad que tenemos como pueblo, como sociedad, de un Estado independiente. Lo necesitamos para sobrevivir, mantener y recrear nuestro patrimonio, y de ser sujeto en el mundo con nombre y apellidos propios.

Sabemos que la cultura política de nuestra sociedad fue fraguada por haber sido un reino (Estado) independiente, y también que su existencia permitió el mantenimiento de señas de identidad tan importantes como el euskera. Si hoy en día hay una voluntad política de independencia en Euskal Herria es porque existe esa cultura política forjada por la existencia histórica del Estado propio y de sus retazos posteriores manifestados a través del «Sistema Foral». Arana Goiri bebió de esas fuentes, las asimiló en parte y las formuló políticamente, aunque de modo incompleto y descentrado, con gran mérito. Pienso que tan grande es el mismo que quienes reclamamos hoy el Estado navarro, posiblemente no lo haríamos de no haber existido previamente sus planteamientos.

Y tercera:

Me comentaban el pasado viernes 3 de agosto en Iruñea, desde posiciones de NaBai, que la decepción ante la postura del PsoE y de la situación creada, no tenía otra salida que la que supone alcanzar la «mayoría absoluta». Con todo el respeto y admiración que me merecen creo que su forma de plantear la presente situación exige una puntualización.

Efectivamente, necesitamos de una «mayoría absoluta», pero en el actual sistema político español, generado de la «transición», se han hecho las cosas de manera que esto sea imposible. Por debajo de lo que aparece hoy en día como «política» existe una base, una capa, en la que se expresa la correlación de fuerzas sociales real. Lo que se conoce hoy como «política» es un pálido reflejo de la misma. Esa realidad de las fuerzas sociales en conflicto y su utilización con mejor o peor fortuna y voluntad según sus protagonistas, definió la Constitución española de 1978. Y sigue evolucionando y actuando en el presente.

Es cierto que necesitamos alcanzar esa «mayoría absoluta». Es más, si supiéramos utilizar realmente la potencialidad social y política de nuestro pueblo, podríamos forzar a quienes nos controlan y dominan a cambiar esa otra «política» y sus (marcadas) reglas de juego. Pero para eso hay que hacer Política propia en un sentido profundo. Pienso que podemos alcanzar esa «mayoría» pero para ello hay que sentarse y analizar todas las posibilidades que nuestra sociedad presenta para erigirse en sujeto político y plantear la confrontación real en su nivel radical. Hay que debatir seria y democráticamente qué debemos hacer y cómo. Hay que definir una estrategia para salir de la crisis en la que estamos sumergidos. Sólo así creo que alcanzaremos esa «mayoría absoluta». Como lo ha sido y se está manifestando en tantos otros lugares de Europa, desde Montenegro hasta Escocia.

Como aportación, pienso que el objetivo de nuestra (re)constitución en Estado independiente es el objetivo estratégico básico para la elaboración de una política democrática a la altura a de las necesidades del momento presente. Espero que las antecedentes reflexiones «tras la resaca», contribuyan a la concreción de este debate.