Banalizar la belleza

Hoy, día siete del séptimo mes del año séptimo del tercer milenio de la era cristiana, en la capital más occidental de Europa, Lisboa, desde donde «se ve el nuevo mundo», se va a proceder a un ridículo espectáculo disfrazado de cultural. Se pretende proclamar las siete nuevas maravillas del mundo moderno. Lo único gracioso es la elección de la fecha y su simbología. Un concurso que inició el rico cineasta suizo Bernard Weber mediante la New 7wonders Foundation pretendiendo que la población mundial vote por Internet y teléfonos-hucha. Visto el demagógico cariz que adquiría, UNESCO que inicialmente aprobaba la campaña, acertadamente, se ha desvinculado de este festival.

En el pasado el erúdito fenicio Filon de Byblos, en ocasiones denominado de Alejandría describió, hacia el año 165 aC, una recopilación reducida a las siete construcciones más importantes por su belleza y representatividad de épocas precedentes denominándolas Maravillas de la Antigüedad. No llegaron a existir simultáneamente y algunas de las cuales han sido conocidas por relatos históricos creándose una mitología artística. En la actualidad de aquel mítico legado sólo permanece la Gran Pirámide de Giza en Egipto (2600-2500 aC).

Las obras que para necesidades de todo tipo ha creado el ser humano a lo largo de la historia son un repertorio casi infinito, entre las que destacan por su valor excepcional las 851 que constituyen en la actualidad la Lista del Patrimonio Cultural de la Humanidad. Recopilación lo suficientemente amplia para completar el fervor colectivo por el arte edificado sin necesidad de una clasificación meritoria.

Este listado de obras magistrales es muy amplio, tanto por su naturaleza específica, como extenso por su emplazamiento, diverso por sus dimensiones, desigual por el grado de conservación o distinto por su conocimiento que impiden, ya inicialmente, cualquier pretensión de comparación. No es lo mismo comprender los vestigios de un elemento monumental, el esplendor de un palacio, la evocación histórica de un recinto, el mito religioso de un templo, el simbolismo de una construcción, el ingenio y la audacia constructiva, la precisión de un elemento industrial, etc.

El tiempo presente sitúa algunas de estas magnas creaciones en un contexto muy diverso del original, no solo físico de entorno urbano, ambiental, sino social, su accesibilidad, el uso actual o su autenticidad tectónica, circunstancias ineludibles que producen lecturas distorsionadas y por tanto desiguales e injustas.

Una herencia artística de esta envergadura no puede fomentar la competitividad y la discriminación; no es el absurdo desafío entre rascacielos para ser el más alto. Debería, en cambio, promover la divulgación, apreciación de lugares y culturas que no son las propias de forma equiparable mediante la educación y los medios de comunicación. Una consideración global del patrimonio arqueológico, arquitectónico y urbanístico mundial nos hace comprender que la historia de la humanidad se ha desarrollado en los diversos continentes en períodos, en ocasiones contemporáneos, con recursos constructivos y repertorio artístico propio que significaban en cada época la máxima expresión de belleza y una referencia de idiosincrasia.

La inmensa mayoría de las personas a las que se les pide un voto de exaltación patriótico no están en las debidas condiciones perceptivo sensitivas para opinar; no conocen más que unas simples imágenes sin una valoración contextual. Esta es una peligrosa tendencia, absolutamente anticientífica, de hacer votar ante cualquier propuesta de modo irreflexivo por una foto o maqueta para, política y perversamente, proclamar que ha sido opinión de la mayoría. Opinión es ejercer la razón, no la impresión, el mero y efímero estímulo visual. Una imagen es una referencia rotundamente simplista donde no se perciben texturas ni se experimentan sensaciones. No existe el enfrentamiento, la relación de cordialidad, entre el sujeto, como receptor de emociones y el objeto como poseedor de virtudes. Cuantas personas cuando han visitado un lugar del que sólo habían visto una fotografía exclaman inmediatamente ¡si es más…y añaden un parámetro de medida, de lo que creía o parecía.

Si este despropósito arraiga socialmente las consecuencias para los elementos favorecidos pueden ser nefastas. La comercialización de un bien cultural, la «turistización», es el mayor peligro para el patrimonio monumental. La adecuación de un edificio o espacio para atraer turistas implica deformaciones importantes tanto del elemento en si mismo como de su entorno. La llegada indiscriminada de multitudes de visitantes, sin ninguna preparación previa de la biografía del objetivo, ansiosos por fotografiar y ver fugazmente, «conquistar», el monumento galardonado significará la alteración de las condiciones de contextos inherentes al mismo, espacialidad, silencio, temperatura, olor, tejido social tradicional, creando necesidades nuevas que deforman su perímetro conceptual, aparcamientos, servicios, tiendas, señalización. Esto no debe significar una discriminación social pero es exigible un cierto control de los impactos que se pueden generar.

Dos lamentables y conocidos ejemplos son significativos. La continuación de las obras del templo de la Sagrada Familia, en Barcelona iniciadas en 1901, a partir del fallecimiento de Gaudí en 1926 sin su dirección personal ni una documentación rigurosa y con un lenguaje interpretativo, continuista, similar, es una enorme estafa cultural. Otro, las lamentables manipulaciones en el Puente-Transbordador Bizkaia, sobre la Ría de Bilbao, de 1893, extraña y sospechosamente declarado en unas deplorables condiciones el 13 de julio de 2006, Patrimonio de la Humanidad. Este bien cultural debería figurar en la List of World Heritage in Danger. (Lista del Patrimonio Mundial en Peligro

Este festejo del día de San Fermín es una mera operación mercantil innecesaria e impresentable. Someter los bienes culturales de la humanidad, los monumentos, a un concurso es, intrínsecamente, una frivolidad que pretende banalizar la belleza como una mercancía. Esta tergiversación sensacionalista de la cultura es una invocación a la torpeza, el fanatismo local y la simplificación, socialmente burlona, culturalmente injusta y artísticamente infame.

Ni siete, ni setenta veces siete.