Si hace años se cantaba que la respuesta estaba en el viento, la actual crisis que se ha vivido en Ucrania está motivada por la lucha de las elites políticas de aquel país, y sus aliados respectivos, por hacerse con el poder.
Si el mes de diciembre del 2004 significó la escenificación y materialización de la llamada «revolución naranja», los acontecimientos de estas semanas han mostrado que la misma fue un fracaso, o más aún, una maniobra teledirigida desde algunas cancillerías occidentales, que aprovechándose del descontento de un sector del pueblo ucraniano, intentó dirigir el futuro del país.
Muchos de los que en su día apoyaron aquellas protestas muestran su descontento con el rumbo que ha tomado el país, y parecen describir que aquellos que en su día decían representarles, no buscaban más que su propio beneficio. Los intentos del presidente Viktor Yushchenko por rentabilizar la llamada «revolución naranja» han acrecentado aún más esa separación con los sectores que impulsaron en las calles aquellas manifestaciones.
Las maniobras de estas semanas desde la presidencia ucraniana han merecido el calificativo de un evidente «intento de golpe de estado, incitado por algunos poderes occidentales», y ésta definición no proviene de las filas de sus adversarios políticos, sino que está sacada de un artículo publicado hace unas semanas en el británico The Guardian. En caso de haber logrado sus objetivos, Yushchenko mantendría parte de los poderes que ha ido perdiendo en beneficio de la Rada (parlamento) ucraniana. Por su parte los intereses de Occidente, tanto geopolíticos como económicos, estarían a salvo.
La característica de esta crisis constitucional es la materialización de un enfrentamiento entre las personalidades y los proyectos políticos de los dos principales líderes del país, el presidente Yushchenko y el primer ministro Viktor Yanukovych. La ausencia de otros dirigentes de cierto peso hace que la pugna por el poder está centrada en esos dos personajes.
Desde alguna prensa occidental se ha intentado presentar este conflicto como la prueba de la división del país entre los partidarios de Yushchenko, que serían los defensores de la alianza con Occidente, y los de Yanukovych, a los que se presenta como seguidores de Rusia. Además se lanzan avisos atemorizantes, advirtiendo de una posible partición del país. Sin embargo, los analistas locales no comparten esas posiciones, y atribuyen eso estereotipos a intereses de terceros. Un ejemplo claro lo encontramos en Donbass, donde su importante industrialización, y a pesar de encontrarse en la región teóricamente «partidaria de Rusia», chocaría con una presencia de industrias rusas que entrarían en directa competición. Además, una inversión grande de empresas rusas significaría también la desaparición de las industrias locales. Por todo ello, aún pudiendo mostrar una mayor afinidad hacia Moscú, los habitantes de esas regiones desean mantener su independencia.
Aún reconociendo las diferencias manifiestas entre las regiones, e incluso el acercamiento de los líderes hacia uno u otro actor extranjero, a nadie le interesa en estos momentos una partición del país, y es más, nadie estaría apostando por la misma. De ahí que se pueda entender las reacciones templadas que han manifestado Yanukovych y sus seguidores ante las maniobras pseudos golpistas del presidente.
El adelanto electoral no cambiará sustancialmente las cosas, ya que de confirmarse los resultados de las diferentes encuestas, la situación no variaría mucho. El Partido de las Regiones, liderado por el primer ministro y aliado con el Partido Socialista y el Partido Comunista, podría obtener en torno al 30%, el bloque Tymoshenko, que lidera la abanderada de la llamada «revolución naranja», Yulia Tymoshenko, se haría con el 25%, mientras que el partido del presidente Yushchenko, Nuestra Ucrania se situaría en torno al 10%. Finalmente queda la incógnita del recientemente formado Samooborona (Autodefensa) que incluye a dirigentes de diciembre del 2004 y del movimiento impulsor de aquellas protestas, Pora.
Las dudas que se albergan ante una supuesta alianza entre Tymoshenko y Nuestra Ucrania se ven reforzadas por el fracaso de la experiencia similar de hace varios meses, mientras que un triunfo del Partido de las Regiones colocaría al actual presidente en una delicada situación. La lucha por el poder no sólo enfrenta a los dos máximos dirigentes del país, sino que también, dentro de los defensores de la llamada «revolución naranja» ese pulso por hacerse con cotas de poder ha acabado dinamitando las expectativas que generaron en su momento entre algunos sectores de Ucrania.
Finalmente, conviene resaltar un aspecto que en muchas ocasiones pasa desapercibido en este complejo escenario, como es el peso que tienen los representantes de «los poderosos grupos industriales y financieros» del país, que a menudo son miembros del parlamento del país y firmes aliados de uno u otro bando político. Esa privilegiada posición les permite «interferir cuando sea necesario en los cambios políticos que se presenten», o incluso paralizarlos si ven que se entrecruzan con sus propios intereses. Como señala Anastasia Petrova, «la separación entre el poder político y el económico dista mucho en Ucrania de ser un objetivo cumplido».
De momento parece que la crisis se nos presenta cerrada, pero éste ha podido ser un cierre en falso, y en un futuro próximo podrían volver a afluir las circunstancias que han provocado la misma. Y es que en Ucrania, como en otras partes, estamos hablando de quién acaba haciéndose con el poder.
* TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)