Uno de los tics de los partidos políticos, que más insoportables me resultan, es tildar de radicales a los que observan fidelidad a sus principios fundacionales. Sin duda, lo que se lleva en política es la versatilidad y donde dice digo, digo Diego…
Porque para un servidor no resulta ni pizca de honesto, que por ejemplo, los jelkides en tiempos de comicios, sean más soberanistas que Sabino Arana y ya reasentados en sus poltronas se reintegren al habitual comadreo con los españolistas. Entonces se aúpan al paradigma de la ecuanimidad, y se ponen magistrales y éticos.
Es el momento en que, a los que mantenemos -en cualquier contingencia- que la única salida del conflicto es nuestro derecho urgente y soberano a decidir, nos tacharán sistemáticamente de radicales: «La izquierda radical».
Por otra parte, tanto PNV como PSOE -y no digamos las huestes del Sr. Sanz- deben de saber, que una gran parte de la que llaman «izquierda radical», lustros ha que en ningún caso se siente representada por ETA. Y hay más; tenemos la sospecha, cuando no la convicción, de que son precisamente ellos, quienes más se benefician de ella.
Es muy cómodo aventar y exorcizar radicalismos, cuando se ha abjurado de los propios principios. Ni PNV, ni PSOE (ahí está la historia, implacable, con sus enjuagues ideológicos) y qué decir de PP, están para alharacas éticas, aquí es bien sabido, el que no se sobra se rezuma…
Y sobre todo, es muy cómodo abonarse a cierta «aurea mediocristas». Eso les libera de cualquier política comprometida, les hospeda en el sistema y les «infla» de prebendas. Porque es la verdad, ¡Qué bien les va a los moderados jelkides la coyuntura! ¿Para qué más soberanía?
Y ahí está el quid de la cuestión, que la izquierda radical seguimos pensando que a Nabarra y al resto de Euskalerria, esta política «moderada» no tiene caminos. En unas cuantas décadas, Euskalerria se habría volatilizado. Sería la gran hazaña de los «nacionalistas demócratas, los demócratas del estado de derecho y ciudadanos del mundo y los demócratas de toda la vida…»
Reza un pasaje bíblico: «¡Ojalá seas frío o caliente, más como eres tibio, te arrojaré de mi boca!» Y es que cuando la moderación de los partidos, se encarna en el aburguesamiento, amancebamiento, conchabanza etc., que el pueblo se ate los cinchos.
Por otra parte, el concepto de radical es muy amplio. En ciertos casos peyorativo y en otros laudatorio.
Laudatorio es mantener la radicalidad contra todo tipo de violencia, la de ETA y la del estado. Pero ahí tenemos la lacra de la tortura. He leído las estremecedoras declaraciones de los últimos detenidos, supuestos miembros de ETA. Yo las creo. Los «moderados» callan. Son radicales -concepto peyorativo- en la aceptación de la legalidad y de las informaciones vigentes. Nuestra sociedad no está amenazada por estos brutos sádicos que ejecutan semejantes aberraciones, sino como decía Einstein, por los que las permiten y callan.
Desde una óptica de izquierdas, se ven otros radicalismos. Los de quienes se abonan radicalmente a la especulación del suelo, a la precariedad laboral, a las causas de la emigración, a la piratería del capital etc. Etc.
Es por lo que aconsejaría a nuestros políticos acomodados, insuperables burguesitos cuando se nos ponen éticos, es decir, peripatéticos cuando descienden al ágora, que midan sus palabras o que callen. Por supuesto que como decía Clemençau debe resultar más difícil manejar el silencio que la palabra.
Ignoro si tacharnos de radicales les supone algún tipo de catarsis o de relax para sus conciencias. En cualquier caso el resultado de su roma y cómoda rutina, tantos años, ya décadas con los mismos mensajes y las mismas caras, ahí está, «poco meneo»…
¿Nos permitirán alguna vez, a «los radicales», tomar las riendas, probar nuevos caminos, esparcir nuevos ideales? Lo dudo, al menos mientras el pueblo se ofusque tras sus cataratas. Pero bueno, aquí seguiremos en permanente vigía, por si casualmente San Juan baja el dedo.