La hospitalidad de los colonizadores

David Choquehuanca, ministro de relaciones exteriores de Bolivia, pide un trato humano para los 82 bolivianos presos en la jaula de oro del trasatlántico Sinfonía. Ante el anuncio de la puesta en vigor de la visa Schengen el 1 de Abril, miles de bolivianos que tenían la intención de emigrar en busca de trabajo se han lanzado a la aventura. El recibimiento que la Europa de los colonizadores les está dando es deplorable y humillante.

Mucho hubieran cambiado los tiempos si a Colón o a los pioneros del Mayflower les hubieran exigido una visa antes de invadir y expoliar América.

El drama humano que están viviendo estos emigrantes, que llegan a España en busca de trabajo (en estas fechas alrededor de 1000 bolivianos por día) tras hipotecar sus vidas, es sangrante. Primero son las cifras abusivas que han de abonar por sus pasajes. Una vez desembarcados han de enfrentarse al trato vejatorio y chulesco de la policía española en Barajas: les hacen cantar el viva mi patria Bolivia; les negaron médicos para niños enfermos a consecuencia del viaje y del largo retén; les obligan a firmar documentos de deportación sin permitirles examinarlos; «si logramos reconquistaros -les decía un sicario- al día siguiente pasáis a España».

Algunos han estado retenidos más de cinco días para ser de nuevo deportados. En estos últimos días han sido expulsados aproximadamente la mitad de los bolivianos desembarcados. «La gente española es muy mala -decía un emigrante-; nos han tratado peor que a asesinos».

Las agencias bolivianas, Planeta Tours, Jeep Tours y Goldy Tours, sabiendo todo esto, no ponen ningún obstáculo. El negocio es el negocio. Tres ejecutivos de LAB (LLoid Aéreo Boliviana), se aprovechan de la coyuntura y traman la estafa. Tras vender 1500 pasajes, el producto de la venta, 2.400.000 dólares, se ha volatilizado. Los viajeros se quedan en tierra y sin dinero. Algunos pasajeros ya han iniciado una huelga de hambre hasta recuperar sus dólares.

No voy a enumerar la cantidad de irregularidades (delitos) que en torno a esta movida de emigrantes bolivianos las empresas, las mafias e incluso muchos funcionarios (incluidos los de algunas embajadas), han protagonizado. El pagano siempre es el mismo: el humilde y desvalido indígena boliviano.

Otras formas, otras maneras de recibir al burguesito gringo (su invasor y colonizador) muestran ellos en su tierra. Visitando el altiplano y los valles peruanos, pude comprobar la solidaridad y la hospitalidad de aymarás y quechuas. Intimé con alguno de ellos y a pesar del profundo reproche que sus labios dibujaron contra el genocidio de la colonización, me ofreció la mano con elegancia. Pensé que no había perdido la esperanza de que su pueblo recuperara la dignidad y la compunción del invasor hispano y europeo.

Sabemos que el subdesarrollo del cono sur americano se forjó a merced a las potencias coloniales. Les rompimos todas sus estructuras socioeconómicas y les robamos el dominio de su tierra. No les permitimos más alternativas que el hambre, la miseria y la mendicidad. ¿Por qué de una vez por todas no se llaman las cosas por su nombre y llamamos holocausto al genocidio americano?

Deambulaba por una callejuela de Potosí, a los pies de Cerro rico. Allí todo eran rostros prematuramente apergaminados, niños famélicos y mineros desnutridos dentro de sus cuerpos envenenados.

Si arriban a nuestra opulenta sociedad o los esclavizamos -la permanente tentación del de arriba para subyugar al de abajo- o los echamos… Si invadimos su país o les explotamos o les robamos o les ahogamos sus iniciativas… ¿Qué han de hacer?

Ya sabemos hasta dónde llega la solidaridad europea. Salin Lanrani se lamenta: «la unión europea agoniza como entidad pública, incapaz de marcar una política exterior independiente de la línea que marca Washington». La misma insolidaridad, el mismo crudo y deshumanizado individualismo que impulsa una falsa modernidad.

Los europeos hemos contribuido a diseñar esos mapas del hambre y de la pobreza que crucifican a Sudamérica y África. Gran parte de nuestra riqueza procede de sus despojos. ¿Acaso no vienen a reclamar parte de lo es suyo?, sus minerales y materias primas, sus depósitos energéticos…

Por eso se me envenena el alma cuando ante el resurgimiento del orgullo indígena de algunos pueblos, algunos líderes de este mundo, o mejor del manicomio en que lo han convertido, ponen el grito en el templo de los valores sagrados de occidente.

Sin ir más lejos, -¡o malaventua la de su cercanía!- Aznar, uno de los tres canallas del espíritu de las Azores: «Los enemigos de Occidente… esos movimientos «liberadores» de América latina, se coordinan con el terrorismo islámico». Buena falta le hace oír esto al iluminado de Bush.

Aznar, tras su fracasado periplo académico por yanquilandia, se dedica ahora desde su bunker de la FAES a controlar a los sudamericanos, a ver si de esta manera pueden permanecer otros quinientos años con las venas rotas. Por otra parte, las desigualdades sociales son para la derecha elementos propios de la naturaleza humana. No creo que el espíritu de Schengen difiera un pelo de la filosofía de Aznar.

Pero aterricemos. Bolivia, según el BIV (Banco interamericano de desarrollo), es uno de los países americanos que utiliza las remesas de los emigrantes con más visión de futuro. Una forma de colaborar en su lucha contra el subdesarrollo.

La nueva visa exigida para los bolivianos es otro hito más en la intensa historia de ignominias que Europa, y en este caso el Estado español, han infligido al pueblo boliviano. Yo no soy ni político ni leguleyo, pero mi sentido de solidaridad y la vergüenza de mi conciencia me aseguran que han de existir otras soluciones más humanas, menos humillantes y sobre todo menos inicuas.

«¿Por qué -clama Frei Betto- causan tanto miedo los emigrantes? ¿Son terroristas en potencia? ¿Quien colonizó sus tierras y chupó sus riquezas minerales y naturales, dejando tras de sí un rastro de miseria y dolor? ¿Por qué Europa occidental mira a América latina a través de la óptica del prejuicio? ¿Por qué se movilizan tanto los europeos contra enfermedades, accidentes, violencias (terrorismo, guerras), pero se muestran indiferentes ante el principal agente de muerte precoz, el hambre?

Eso, ¿por qué? No creo que haya más que añadir.