Navarra vista desde Catalunya

La perspectiva unánime que actualmente se ofrece de Navarra desde la prensa española resulta acorde con el pensamiento nacionalista dominante en la misma. No me resulta extraña, tampoco me asombra. Responde a esa lógica tan bien expresada por la frase: «lo más parecido a un español de izquierdas es un español de derechas».

Por el contrario me ha resultado sorprendente, penosamente sorprendente, la visión brindada de Navarra desde la prensa catalana, por AVUI sobre todo, tras la manifestación de «reconquista» del pasado sábado 17 de marzo.

Tal vez se trata de ingenuidad por mi parte, pero me cuesta comprender que periodistas, personas en general, con una visión democrática sobre los hechos nacionales, tanto de las realidades del Estado español como de las del resto de Europa y del mundo, tengan tal ceguera (¿ignorancia?) respecto a Navarra.

Según el planteamiento utilizado generalmente, ante la «cuestión vasca» no hay más que dos alternativas: la primera, la imperial, la de la imposición del ancestral unitarismo del Estado español; la segunda, la perspectiva «sabiniana» edulcorada y representada tradicionalmente por el PNV y, hoy también por EA y, en líneas generales, por la Izquierda Abertzale.

Si una sociedad como la que hoy ocupa el territorio de la actual Comunidad Foral de Navarra (CFN) no presenta veleidades «sabinianas» o «vascongadistas», queda automáticamente calificada como «española». Desde mi punto de vista, esta perspectiva constituye una burda simplificación.

Desde el conocimiento que permite la historia no manipulada por los intereses de los nacionalismos dominantes (español y francés), se puede llegar a una comprensión aceptable del proceso que ha conducido a la situación actual, aunque sea de modo sencillo.

Los testimonios sobre los vascones son múltiples y antiguos. Durante el Imperio romano tenían su soporte en las tierras del entorno del río Ebro, con Calagurris (actual Calahorra, en La Rioja) como uno de sus centros más importantes. Su principal ciudad fue Iruñea, la actual Pamplona, que debe su nombre en castellano a Pompeyo (Pompeiopolis, Pompei-iluna en versión vasca; Pamplona). Tras la caída del Imperio los vascones mantuvieron una organización social y política propia, a pesar de los conflictos con los vecinos «bárbaros» procedentes del Norte y del Este de Europa instalados tanto en la península Ibérica (visigodos) como al norte (francos). El frecuente «domuit vascones» de las crónicas visigóticas de Toledo expresa los esfuerzos de conquista, por una parte, y los de pertinaz resistencia, por otra.

La culminación de los esfuerzos de afirmación frente a ambos enemigos tiene lugar en 778 en la batalla de Orreaga / Roncesvalles contra el ejército de Carlomagno. Muy poco tiempo después surge a las crónicas la existencia del reino de Pamplona. Este reino se organiza en torno a los notables vascones que, tras la caída del Imperio romano, han mantenido una estructuración política propia basada en lo que algunos tratadistas denominan como «Derecho Pirenaico», contrapuesto tanto al Romano como al Germánico. Es un derecho basado en el uso y la costumbre y que tiene como soporte fundamental la casa («etxea») y la familia anexa; es un derecho en el que la persona, inscrita en la comunidad, participa en sus trabajos y decisiones.

El reino de Pamplona alcanzó su cenit territorial a comienzos del siglo XI bajo Sancho III el Mayor («rey de los vascos» según crónicas musulmanas de la época), pero su organización política en clave «moderna» tuvo lugar a mediados del XII, bajo Sancho VI el Sabio. La concepción política del reino pasa de ser «personal», del rey, a ser territorial, con una administración sofisticada y eficaz y, significativamente, se produce con el cambio de nombre: pasa de «reino de Pamplona» a «reino de Navarra». En aquella época los territorios y poblaciones de La Rioja, Bizkaia, Araba y la actual Gipuzkoa eran parte del reino.

Castilla ocupó La Rioja y Bizkaia, salvo el Duranguesado, a lo largo del siglo XII, y en 1200 el Duranguesado, Araba y el actual territorio de Gipuzkoa. Durante los siglos siguientes el reino restante se extendía por ambas vertientes del Pirineo hasta que la parte ibérica, la más extensa e importante demográficamente, fue ocupada y conquistada para Castilla por Fernando el Católico en 1512. La parte aquitana continuó independiente hasta 1620, en que Luis XIII de Francia la incorporó a dicho Estado.

Navarra constituye la máxima expresión política lograda por los vascos a lo largo de su historia. No dicen verdad quienes afirman que «los vascos nunca han tenido un Estado». Claro que lo hemos tenido y ha sido, precisamente, el reino de Navarra, estado europeo independiente y de igual rango que la Corona de Aragón, Francia, Inglaterra, Castilla o Escocia.

El actual sistema foral de los distintos territorios que actualmente forman Vasconia es el resto del sistema estatal navarro minorado y asimilado tras largos y duros procesos de conquista, ocupación y asimilación, pero sigue siendo, en potencia, el germen del futuro Estado vasco en Europa. Los navarros nunca hemos renunciado voluntariamente al mismo. La Navarra que seguía manteniendo tal nombre dentro de la Monarquía española fue reino diferenciado y con Cortes propias hasta 1841, cuando, tras la derrota en la Primera Guerra Carlista, se forzó la (mal) llamada «Ley Paccionada de 1841». Fue una Ley para los vencidos. En ella Navarra dejó de ser «reino» y pasó a ser «provincia» y perdió la mayor parte de sus instituciones propias, comenzando por las Cortes que ejercían realmente el poder legislativo en la Navarra que controlaban.

Navarra se convirtió en una provincia «foral», semejante en cierto modo a lo que, desde la «normalización» política que impuso Enrique IV de Castilla, ya eran las Provincias Vascongadas tras las «Guerras de Bandos». No obstante en las profundas relaciones que se establecen durante la Primera Guerra carlista y posteriormente entre los órganos políticos de todos los territorios vascos peninsulares, es la Diputación de Navarra quien lidera los proyectos.

Los españoles siempre han considerado Navarra como una «cuestión de Estado». Desde su conquista principal en 1512 hasta la actualidad más rabiosa. El desarrollo de la Primera Guerra Carlista en el territorio de la actual CFN supuso un enorme desgaste demográfico y económico. Quedó una sociedad inerme, diezmada por la guerra y el exilio. La frontera del territorio en que se hablaba euskera retrocedió rápidamente, en beneficio del castellano, en más de 40 Km en pocos años. El proceso aculturizador provocado por las autoridades españolas fue efectivo desde el punto de vista lingüístico. No tanto desde la perspectiva política propia, que ha seguido considerando mayoritariamente la realidad de la existencia de un reino independiente y conquistado como algo perdido y deseable de recuperar.

La «memoria histórica» de haber sido conquistados se mantiene en la sociedad de la actual Comunidad Foral Navarra. Pero la propaganda oficial del Estado aprovechó, todo hay que decirlo, algunos grandes errores políticos que en la llamada «transición» exhibieron muchos partidos «nacionalistas vascos», que pretendieron «incorporar», «absorber», a Navarra en la Comunidad Autónoma del País Vasco (CAV). De ahí se ha seguido, en parte, la tesis que contrapone «Navarra» y «País Vasco» o a «vascos» con «navarros». Y bien sabemos que una mentira repetida con insistencia acaba pasando por verdad.

La sociedad de la CFN mantiene una clara conciencia política diferenciada con relación a la del resto del Estado español, a pesar de la disolución que ha sufrido por la fortísima presión de los sucesivos sistemas educativos y de los medios de propaganda, en cuanto a su lengua originaria, cultura y modos de vida propios en general. La sociedad de la CAV, en cambio, la que presenta una mayor penetración «nacionalista vasca», mantiene un alto nivel de conciencia en los aspectos lingüístico-culturales, pero un desolador desconocimiento de su realidad histórica.

En cualquier caso considerar el Régimen Foral como un privilegio o una antigualla y, por consiguiente, manifestarse opuesto al mismo, es solidarizarse con el modelo unitarista del Estado español y oponerse a un germen de auoestima, de emancipación y de democracia que con respecto al mismo debe de lograr Euskal Herria. Mantener la dicotomía de «vascos» y «navarros» no consigue más que hacer el juego a los intereses del nacionalismo español dominante.

En este artículo he pretendido aclarar algunas de las cuestiones básicas que actualmente se plantean en Vasconia y que son sistemáticamente tergiversadas por los medios de comunicación españoles. Especialmente, la existencia de una perspectiva propia, que no pasa ni por el «nacionalismo vasco» en su versión sabiniana, ni por el nacionalismo español. No sé si habré logrado proporcionar un atisbo de claridad entre tantas tinieblas, pero me alegraré si así fuere.

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