¿A dónde vas Donostia?

Son estas unas reflexiones surgidas tras la lectura del conjunto de «Proyectos estratégicos» propuestos por el Ayuntamiento de Donostia y buzoneado con profusión por la ciudad (80.000 ejemplares, según consta en el mismo)

Desconozco quién o quiénes pueden asesorar al Ayuntamiento donostiarra en estos asuntos, pero lo que si quedan claras son, por lo menos, dos cuestiones: la primera que parecen ignorar temas tan decisivos en el entorno donostiarra como el del «paisaje», un elemento definitorio fundamental de nuestra ciudad, y la segunda, su aparente sometimiento a los intereses de la construcción masiva y sin referencia al lugar concreto en el que se propone. En muchas ocasiones ambas van tan unidas que es imposible su deslinde. Esto hace suponer que la primera limitación, la paisajística, se produce por su subordinación a la segunda, la «constructiva».

El primer elemento, clamoroso de por sí, lo constituye el proyecto de «Puerto deportivo» en pleno Paseo Nuevo, ocupando la zona del antiguo «Rompeolas». Semejante dislate paisajístico sólo encuentra equivalente en el proyecto de «Puerto exterior» de Pasaia en Jaizkibel, promovido por la Diputación de Gipuzkoa al servicio, en mi opinión, de intereses cuando menos raros. Con el agravante de la ubicación urbana del donostiarra. Al margen de los beneficios relacionados con el sector de la construcción en ambos y el de un determinado tipo de turismo, además, en el Donostia, mi limitada mente no acierta a entender de dónde pueden proceder tan disparatados proyectos.

Muy próximo a este desaguisado se encuentra otro de los proyectos «estrella»: la «Pasarela de Mompás». El terreno ya no es urbano, pertenece a un entorno, como es el del monte Ulía, periubano pero todavía lo suficientemente agreste como para no ser recomendable desde el punto de vista paisajístico una intervención del calibre propuesto. Siempre ha habido senderos que desde la Zurriola conducen, con más o menos dificultades, a la punta de Mompás. Una cosa es acondicionarlos, mantenerlos accesibles y permitir un tránsito peatonal de tipo «excursionista», con anchura de un metro aproximadamente y con posibles «ayudas», pequeños puentes por ejemplo, en tramos que presenten dificultades y otra, muy distinta, construir una «autopista» con una «anchura mínima de 5 metros». Por mucho que la intenten revestir de «respetuosa y ecológica», es lo que es: una autopista que va distorsionar por completo la zona. Y además con la propuesta de una escultura, como si no bastara la propia belleza de las rocas de Mompás donde rompen las olas del Mar de Bizkaia.

Otro proyecto, en mi opinión grave y de supeditación a los intereses del ladrillo, lo constituye el de Morlans. Este barrio presenta una ubicación muy especial y una urbanización realizada «a salto de mata», pero tiene su encanto y un relativo entronque en el paisaje formado por el Parque de Aiete y el vecino, y ya desfigurado, Puio. El «proyecto» consiste en una urbanización estándar, sin personalidad, y que igual que en Morlans podría ubicarse en Pernambuco o en Melbourne. El Morlans actual puede mejorar mucho, pero pienso que debe ser con respeto a su fisonomía, a su personalidad actual.

Pienso, también, que son muy peligrosas las intervenciones sobre tramos fluviales («Parque fluvial del Urumea»), sobre todo en zonas todavía no urbanizadas. El río se puede transformar en «canal» y perder gran parte de su riqueza como biotopo, además del, de nuevo, drástico cambio paisajístico.

Como consuelo he comprobado que los nefastos preproyectos recientemente propuestos para Sagüés han desaparecido de las previsiones del Ayuntamiento donostiarra.

Es evidente que, por su propia constitución e historia, las ciudades son organismos centrados en las personas y que están diseñadas pensando en sus necesidades e intereses No obstante, como reflexión general planteo que muchos de los proyectos previstos tienen una visión antropocéntrica, sí, pero puesta en la persona como elemento consumidor o admirador del consumo. La mayor parte de los donostiarras no tendrán capacidad adquisitiva para tener un barco ni un lugar en el famoso «Puerto deportivo», pero se vende la idea de que eso contribuirá a que Donostia sea una ciudad «con gancho», aunque pierda uno de sus más maravillosos paisajes y espectáculos como son las olas batiendo en el Paseo Nuevo.

En estos proyectos, tal vez demasiado «faraónicos», no se plantea la belleza intrínseca de un paisaje, su goce estético, tan sólo si «sirven para algo», si tienen una utilidad mensurable en términos crematísticos (turismo consumidor, por ejemplo). Y si cuentan con la escultura de un creador de renombre, mejor. Se olvida el disfrute personal de la sensación del momento, en cada época del año o con cada situación: sol, lluvia, atardecer, luna llena, etc. y los recuerdos y añoranzas que cada uno puede asociar al mismo.

Prefiero no entrar en este comentario en los debates sobre «ecociudades» o «ciudades bioclimáticas» en cuyas ofertas normalmente se incluye de todo menos sostenibilidad real y planteamientos verdaderamente ecológicos. Creo que deben ser objeto se debates serios, técnicos y ciudadanos, en los que prevalezca el interés común; aunque me temo que seguiremos, por desgracia, en manos de ladrilleros y cementeros.

Puede haber personas que ante las presentes reflexiones piensen que estoy propugnando una visión estática y contraria al «progreso». Creo que son personas que confunden «progreso» con «crecimiento económico»; que, en muchas ocasiones será económico, pero, en la mayor parte, ni tan siquiera «crecimiento» y menos «progreso». Las ciudades deben evolucionar y para ello hay que urbanizar, pero hay muchas formas de hacerlo y la más simple es que se haga bien o se haga mal. Y en Donostia, según los planes presentados en el folleto citado, parece que se va a hacer muy mal.

Como reflexión general creo que Donostia carece de un proyecto amplio de lo que queremos que sea como ciudad de futuro. Ya sabemos que se plantea como «capital cultural», con sus festival de Cine y de Jazz, su Quincena Musical etc. Pero hace falta algo más. Una ciudad debe ofrecer una perspectiva propia que integre su historia, su cultura particular y la participación en la de su entorno, como puede ser en nuestro caso en la de la Costa Cantábrica y, sobre todo, en la del país del que forma parte: Euskal Herria, Vasconia, Navarra, tanto da, y de su proyección hacia el futuro. Una visión que ponga en valor e integre orgánicamente los elementos geográficos, paisajísticos y culturales de que dispone.