Algunos de los debates que últimamente se disputan en Euskadi me recuerdan al comportamiento del asno de Buridan. Quizás, algún lector considere de muy mal gusto comparar lo que está sucediendo en la Comunidad Autónoma Vasca con la conducta de un burro, pues lo propio de los asnos es cometer burradas, aunque rara vez un burro las cometa de forma autónoma e independiente. Por lo general, da coces cuando lo importunan; si no, es un animal la mar de tranquilo y apacible. ¿Como Euskadi? A saber.
Puede que, también, haya alguien que considere que lo que sugiero es que el escenario, tanto político como social de Euskadi, es el de la permanente burrada, ocasionada por las coces, no de burros de cuatro patas, sino de todos aquellos bípedos pensantes, mayormente políticos, que de alguna manera intentan apropiarse del país, como si de una finca agropecuaria se tratase.
Tentación pecaminosa y totalitaria que afecta por igual a todos los contendientes que consideran que son los herederos naturales y directos de la progenie de Aitor o de Pelayo, que nunca se sabe. La verdad es que el determinismo histórico sienta mal a cualquiera.
Está bien. Deshagamos el equívoco de la fuente. Jean Buridan fue un famoso filósofo francés del siglo XIV, rector por dos veces de la universidad de Paris y que enunció un dilema (?) que lleva su nombre, según el cual «un asno hambriento, situado a igual distancia de dos montones de heno, sería incapaz de decidirse por uno de ellos, y moriría de hambre».
Y, ahora sí, aceptemos comparar sin complejos a Euskadi con un burro -bueno, si gusta más puede denominarse onagro o asno filósofo-, situado en la encrucijada de dos caminos y mirando harto confuso a los valores esenciales que le ofrecen desde todas las trincheras políticas habidas y por haber, autóctonas y bárbaras, nacionalistas vascos y nacionalistas españoles, y todo el abanico de opciones que se quieran terciar en el ofrecimiento.
El pobre rucio, situado ante tamaño horizonte disyuntivo, debe de considerar en su imaginario asnino que las gentes, que le hacen este tipo de trampantojos, no se portan nada bien con él. Desde luego, no son realistas ni, tampoco, pragmáticas. Y ya no digamos listas e inteligentes. Parece que no saben lo que hacen, como decía aquel iluminado, y no por las bombillas de la Ilustración, precisamente.
Se ignora que a los animales, al igual que a los humanos, les cuesta una meninge decidirse entre dos valores esenciales y bondadosos al mismo tiempo; y, mucho más, entre dos opciones malas, que en esto consiste un dilema.
Desde luego, elegir entre dos opciones, cualquiera de ellas estupenda, es doloroso, porque toda elección implica un abandono. Pero en esta vida hay que elegir alguna vez, y no estar una y otra vez instalados en la percha de la incertidumbre y de la perplejidad. Y, menos aún, en política. Puede que marear una perdiz tenga hasta cierto encanto; en marear a un jumento no lo hay.
El pollino es incapaz de comprender por qué no le colocan un solo montoncito de heno o de avena. Es algo inconcebible. Porque, una vez que se lo coma, volverá a tener más hambre y pedirá que le coloquen otro montón de heno o de avena o de alfalfa, que a él mientras pueda alimentarse bien le importan poco tales remilgos alimentarios. Pues el asunto es comer. ¡Y son tantos meses y tantos lustros ya los que no ha probado bocado!
A la fecha, este asno de Euskadi presenta ahora mismo un cuadro clínico de pena. No puede sentirse más desquiciado y desorientado. También famélico. Pues lleva mucho tiempo aguantando sin comer, postrado ante la disyuntiva que le plantean quienes, de alguna manera, son sus alimentadores profesionales. Al paso inmovilista que van éstos, seguro que un día cualquiera el pobre pollino se nos muere por inanición. En este país de Asnópolis donde malvive, no hacen más que ponerle delante de su hocico cestos disyuntivos. O política o paz, fuero o estatuto, independencia o Europa, Constitución o plan de Ibarretxe, España o Cestona. Una situación así acabará con el asno visitando al psiquiatra.
La verdad es que se necesita mucho egoísmo, no sé si ilustrado, para seguir mareando a este pobre burro pidiéndole que se autodetermine o se independice; en definitiva, ofreciéndole alforjas estatutarias o constitucionales, más Estado o más Nación. ¿No es posible ofrecerle tan solo un cesto sin más, y mañana ya veremos?
Porque, desengañémonos: El burro no se va a inclinar por ninguno de estos capazos, mientras se le ofrezcan ambos delante de su hocico. Si no lo hizo el asno de Buridán, que era filósofo y además francés, ¿por qué lo ha de hacer este asno de Euskadi?
A nuestro buen burro se le está condenando a malvivir entre disyuntivas, que son las que, una y otra vez, no sólo tensan la dialéctica, sino la pragmática del presente.
Así que para unos tiempos irracionales en los que vivimos, seamos razonables y pidamos lo real posible, poniendo al burro delante de un solo cesto. Cuando el burro se haya tragado su contenido, ya se comprobará si le ha sentado bien, o, por el contrario, le ha producido una diarrea estupenda. Pero, al menos, conoceremos de verdad qué es lo que le sienta bien y qué es lo que le sienta mal.
De momento, está claro que lo que le sienta fatal es la parálisis actual que padece, producto sin duda de tantos cestos alternativos que le ofrecen para llenar su estómago.