Sin duda ambos, Monseñor. Y una sugerencia, quizás se pudiera completar tan patética y estrafalaria pose con sable de dorada empuñadura y cartuchera de charol… ¿Quizás la exhibición de las paradas militares proporcione a su ilustrísima un clímax, «una mística», que le niega la ingrata pastoral?
Dejaré de lado el bochorno, la náusea que el escándalo de semejante «parusía» pueda causar en su feligresía. Ni siquiera insistiré sobre la calidad de algunos de sus «distinguidos» acompañantes, en concreto y para entendernos, la «créme» del navarrismo o del neofranquismo. De eso ya nadie se extraña, siempre ha sido su ambiente natural.
Antes de enhebrar unas simples reflexiones, he esperado unos días. El tiempo necesario para sosegar la mala sangre que intoxicaba mi lengua.
Se me dirá, ¿a qué tanta extrañeza?, curas y uniformes, púrpuras y estrellas… Sin estos componentes no se escenifica un desfile. Así es, y sin embargo…
Nos queda la denuncia. El terrorismo ha causado sus víctimas, nadie lo niega, sr. Sebastián. Pero dese una vuelta por Euskalherría y pregunte por las secuelas de muerte y dolor que ha dejado la Benemérita. Aun así dudo que entienda «la alarma social» que produce un obispo con tricornio. Claro que lo más probable es que unos, las víctimas «del terrorismo», para usted sean hijos de Dios, y las de los tricornios, esbirros del diablo.
Desde el «in hoc signo vinces» de Constantino, el camino de la iglesia por la historia ha sido siniestro. Como otras muchas religiones, perdió el señuelo del mensaje prístino que hablaba de justicia, perdón, amor… La institución se transformó en una entidad opresora, belicosa y endiosada (dogmática). Impulsó guerras, cruzadas, inquisiciones, colonizaciones genocidas, etc. Fue la negra simbiosis de la espada y la cruz.
Aquellos que mantuvieron el espíritu del mensaje, fueron quemados, torturados, encarcelados, ignorados o expurgados (todavía quedan abundantes ejemplos).
Hoy las religiones, en la medida en que se han alejado de sus principios fundacionales, no sólo no aportan un motivo de luz y esperanza al mal del mundo; son parte consustancial de este mal. Están encastradas en los poderes fácticos. Conviven con los poderes establecidos y se benefician de él. Se ven incapaces de enfrentarse directamente al armamentismo e incluso se mofan del pacifismo interpretándolo como pura utopía. Su aportación a la resolución de la pobreza, del hambre o del reparto justo de la riqueza es puramente testimonial.
Evidentemente, hay instituciones religiosas «caritativas» que se dedican a consolar o parchear el dolor que los países ricos causamos en los desheredados. La pregunta es, si esta «loable» actitud sirve eficazmente para arrancarlos de la miseria. Cierto, reparten caridad; pero en ningún caso impulsan a estos pobres a la rebelión contra las causas de su profunda indigencia. Las «madre Teresa», serán almas buenas, dignas de todo merecimiento, pero a la postre no pasan de ser endebles argumentos para lavar la cara de las grandes instituciones a las que pertenecen.
Desenmascaremos, pues, a estos monseñores, patriarcas, ulemas y toda esa corte de aguerridos jerarcas que se dedican a sembrar la confrontación y el integrismo, cuando no el odio. Creeremos en la bondad y en la honestidad de sus palabras cuando les veamos en las cárceles por oponerse a la dictadura de los grandes imperios.
Creeríamos en su ilustrísima, sr. Sebastián, si en lugar de entregarse al jolgorio del tricornio le viéramos desgañitarse en otros menesteres (¿para cuando una manifestación de obispos contra las armas, contra la guerra…?). No resisto en citarle un sencillo poema de un colega suyo (no es más que un pequeño ejemplo), Enrique Angelelli, seguro que le suena… Estimo que puede prestarle una chispita de luz para ver hacia donde se dirigen otros tiros.
Porque hay muchas cosas por hacer,
casas dignas para tantos, que son tus hijos…
Hay que hacer y buscar fuentes de trabajo,
Porque no hay pan…