En noviembre de 2003 leí con provecho el libro de Anna Politkóvskaya «Una guerra sucia. Una reportera en Chechenia», de la editorial RBA, cuya lectura recomiendo vivamente en estos momentos de rabia por la muerte de una profesional del periodismo de las que, desgraciadamente, van quedando cada vez menos. Anna trabajaba para el bisemanario moscovita «Nóvaya Gazeta», uno de los pocos medios independientes que aún quedan en Rusia, pese a la voluntad de Vladimir Putin de acabar con todos ellos e instaurar un brutal régimen de control de la prensa.
No recuerdo cómo topé con aquel libro, pero desde que lo leí tengo ideas muy diferentes de lo que ocurre en Chechenia y, por extensión, en toda la región del Cáucaso, de las que difunden habitualmente los medios masivos de comunicación. Siendo Anna rusa como era, ofrece una visión de las actividades de las fuerzas de su país en Chechenia que ponen la carne de gallina. Las llamadas fuerzas «federales» (FSB, servicios secretos rusos) son el centro de sus denuncias de torturas, ejecuciones sumarias, campos de prisioneros ilegales y demás formas de actuación de un imperio como el ruso, incapaz de reconocer que el Cáucaso no le pertenece, que su presencia en la zona es fruto del colonialismo más rastrero y de que debe retirar de una vez sus sucias manos del lugar, comenzando por la martirizada Chechenia. Ni los zares, ni el régimen soviético, ni la actual Rusia de Putin van a conseguir dominar a los pueblos caucásicos. Se trata de una guerra perdida de antemano, por mucho que en Moscú se empeñen en decir lo contrario.
Asímismo, el gobierno títere checheno fue objeto de las denuncias de «Nóvaya Gazeta» gracias a los trabajos de Anna, que con motivo de su intento de mediación en el secuestro del colegio de Beslán fue envenenada para impedir su intervención. Una intervención que tal vez hubiese salvado muchas vidas, pero que sin duda hubiera impedido la utilización de la «razón de estado» por parte de Putin y sus generales. Por supuesto que Anna Politkóvskaya también critica en sus reportajes periodisticos algunos métodos y actuaciones de la guerrilla nacional chechena, pero ese es el deber de todo periodista independiente, velar por la veracidad de los hechos narrados y denunciar todo aquello que vaya en contra de los derechos humanos más básicos, lo haga quien lo haga, incluida la parte más débil.
Cuando alguien como Anna es asesinada de esta forma, lo lógico es pensar en sus enemigos como responsables. Y la verdad es que eran muchos, y por lo que se ha visto ahora, demasiados. Empezando por el propio presidente ruso, y continuando por Kadírov y su familia mafiosa, el ejército ruso y los oficiales que se hacen ricos robando petróleo y minerales en Chechenia, el FSB y, en general, todos aquellos agentes que se niegan a una solución negociada para el conflicto checheno. Por otra parte es evidente que la guerrilla nacional no tenía ningún interés en hacer daño a Anna, porque ella se había convertido en uno de los pocos altavoces de los crímenes de estado cometidos por los rusos en el Cáucaso. Y en ese sentido, ayudaba a la causa independentista, aunque ella no lo fuera, dada su nacionalidad rusa.
Desde que Vladimir Putin accedió al poder en el año 2000, han sido 12 los periodistas muertos en circunstancias sospechosas. Y hasta ahora no existe ninguna investigación adecuada para aclarar lo ocurrido. Probablemente en el caso de Anna ocurra algo parecido, dadas las maneras de actuar de la presidencia rusa. Tan sólo una fuerte presión internacional puede lograr que algo se mueva en Rusia y que la muerte de Anna Politkóvskaya no sea en balde. Pero eso no son más que buenos deseos. Y es que con la muerte de Anna perdemos todos. Pierde ella, por supuesto, que no vivirá para contarlo, pierde el machacado pueblo checheno, pierde Rusia entera y pierde, en definitiva, la dignidad humana. Otra vez han ganado los de siempre. Esperemos que sea la última.