Y un sitio para cada cosa. Eso es un aforismo popular para indicar el orden que debe respetar cualquier lugar en que se archiven, o simplemente se guarden, «cosas». «Cosas» en el sentido antes indicado son normalmente objetos materiales, pero se puede aplicar perfectamente también a situaciones o eventos, es decir a cuestiones que suceden, existen en el tiempo y en el espacio, pero que no son objetos materiales.
En este sentido tenemos sucesos recientemente ocurridos y que se han concretado en unas «maniobras militares» del ejército español en tierra vasca. Estos acontecimientos realizados con un gran despliegue de medios y de símbolos (uniformes, banderas etc.) han provocado diversas reacciones. Por un lado los ayuntamientos afectados han protestado por no tener su consentimiento para llevarlas a cabo. Por otro, el gobierno de Gazteiz las ha considerado «inoportunas». Un sector importante de la población ha mostrado su descontento e, incluso, su oposición.
Da la sensación de que vivimos en un país que no es consciente de su realidad. Desde que a finales del siglo XII y, sobre todo, desde comienzos del XVI en que la mayor parte del reino navarro fue conquistado y ocupado por las tropas de Castilla, en ningún momento hemos dejado de tener «por encima», más o menos explícitamente según coyunturas históricas, en nuestra vertiente ibérica el peso o la larga sombra del ejército español y del francés en la aquitana. Esto constituye un hecho que es necesario poner en su sitio en el momento de realizar cualquier análisis de nuestra realidad social, económica y política.
No se pueden olvidar, durante la etapa posterior a la conquista, en los siglos XVII y XVIII, las múltiples situaciones en que se manifestó con virulencia, como fue en la construcción de la Ciudadela de Pamplona, para la que se reclutó violentamente mano de obra autóctona con el fin de realizar una defensa militar española destinada a serlo frente a los naturales del país. En este sentido en Catalunya se ofrece una situación paralela con la construcción de la ciudadela de Montjuich, frente a la propia población de Barcelona.
Lo fue también en el siglo XIX, bien explícitamente, durante las guerras carlistas; lo fue así, así mismo, en la etapa que comenzó con la rebelión de 1936 y siguió con la dictadura del general Franco. En otras ocasiones ha podido parecer que se suavizaba e incluso se disfrazaba de «democracia» a partir de la mal llamada «transición» tras su muerte.
En esa etapa se consideró a Navarra (evidentemente la Navarra provincia española desde 1841 y no toda Navarra como expresión política de Vasconia) como «cuestión de Estado» y se urdieron todas las artimañas posibles para desgajar la parte sur de nuestro país en dos trozos: CFN y CAV. Esta es una estrategia militar en el pleno sentido de la palabra. ¡Y parece que no nos hemos dado cuenta! O, por lo menos, los que se definen como «agentes políticos» actúan como si no se hubieran dado.
Pienso que en ningún momento la ocupación militar ha dejado de estar vigente, por lo que más que extrañarnos de unas maniobras militares concretas deberíamos actuar siendo conscientes de todas las consecuencias que entrañan los hechos antes reseñados.
Y como colofón tenemos las declaraciones del presidente del gobierno español, señor Rodríguez Zapatero, en las que afirma, con énfasis, que cualquier «proceso» debe darse en una situación de «total ausencia de violencia». Estamos de acuerdo con esas palabras, pero ¿dónde deberían estar, o mejor no estar, para que ese proceso tuviera lugar, real y democráticamente, el ejército español, las fuerzas de «orden público» etc.? Por eso decimos «las cosas en su sitio», sin olvidar el «un sitio para cada cosa». En España tienen cuarteles suficientes para acuartelarlos, valga la redundancia.