«Desde hace 514 años fuimos excluidos del poder político, de la toma de decisiones, de la actividad económica y de la educación. Esto facilitó que los que gobernaron manejaran el país contando con mano barata o gratuita. Los sectores oligarcas nunca permitieron que los indígenas se alfabetizaran». Son palabras de Evo Morales.
No es fácil precisar si la sementera del Che Guevara ha influido en este estallido del orgullo, de la palabra y la conciencia indígena. Lo que sí sabemos es que el resurgimiento boliviano, netamente democrático, está haciendo tambalear en América latina los ejes del neoliberalismo y las políticas de la globalización.
No tuvo problemas EEUU para controlar o erradicar la insurgencia guerrillera. Ahora es distinto; hoy el indígena mira frente a frente y retador a los «q`aras» (blancos, indianos e incluso criollos). Ha reconquistado su antigua espiritualidad, que es integradora, armonizadora, equilibrada, y sobre todo un auténtico rito reivindicativo de su patrimonio, su tierra y sus símbolos, entre otros la coca.
Esta decisión de alcanzar sus objetivos es inexorable: «sabemos que insistir en la dignidad nos puede llevar a lugares de mucho dolor (quizás a la muerte). Pero es mejor ese dolor que la vergüenza de ser indignos» (CIDOB; confederación de pueblos indígenas de Bolivia). Carlos Eduardo Medina, en la cumbre iberoamericana, ante la inmutable mueca de Aznar y de su compinche Fox, enfatizaba: «La muerte no es tanto como el olvido y la miseria en nuestra tierra».
Hoy los pueblos quechua, aymará, guaranís, etc., esperan ilusionados «el Pachakutiq»: el nuevo amanecer.
Todo indica, que los aborígenes intentan diseñar una nueva ideología que en un futuro les permita la reconstrucción de nuevos estados nacionales.
Evidentemente, esta concienciación tiene sus inspiradores. Son, sin duda, los líderes surgidos desde los sindicatos, plantaciones de coca y la minería.
Han recuperado la memoria. Se estremecen cuando reviven la masacre de millones de hijos de su pueblo en Cerro Rico, a manos del sistema encomendero español. Y se rebelan cuando el colonizador les enajenó sus minas y todas sus tierras y los esclavizó o les expulsó de los fértiles valles, hasta las frías y áridas rocas del altiplano.
El hecho es que actualmente 615.000 niños y niñas se acuestan en Bolivia sin haber comido nada nutritivo durante el día. Una cuarta parte de los niños menores de tres años padece desnutrición crónica, lo que explica la alta tasa de mortalidad infantil. Solamente el 12% de las familias alcanzan el mínimo diario de las 2.200 calorías. Son estadísticas que hablan por sí solas. Es el dramático contraste de este pueblo tan rico y tan pobre.
De ahí el grito de un indígena campesino: «los pueblos indígenas morimos de miseria, siendo los propietarios originarios de las tierras, bosques y de los recursos renovables y no renovables».
Es este despertar de las conciencias contra la dominación colonial lo que ha empeñado la palabra del nuevo presidente ante sus electores. Es la promesa-juramento de las nacionalizaciones lo que pone en juego, más que la honestidad de un presidente, la dignidad de un pueblo.
Difícil tarea. No es sólo bregar contra Repsol Petrobras, Total, Panamerican, Shell, Britsh Gas… Eso puede ser lo más aparatoso o mediático (no olvidemos que detrás están los grandes bancos y financieras).
No es sólo capitalizar los fondos de pensiones en manos del BBV o de la aseguradora suiza Zurcí, o enfrentarse a los buitres gringos del ALCA. Los tertulianos del imperio más «progres» admiten que tal vez en el fondo no sea tan injusto, pero que ofenden las formas. No quiero ni mencionar a la fachenda -la católica COPE está que revienta- para quien sería urgente recristianizar y volver de nuevo sumisos a estos indómitos indígenas. Resulta, y trato de suavizar mi sentimientos, como poco, obsceno. Tras cinco siglos de genocidio, miseria y explotación que les ha ofrecido «la madre patria», ¿no es cruel cinismo exigirles formas, cuando reclaman lo que se les ha arrebatado? ¿Acaso el colonialismo español y sus empresas han ido por esos mundo esgrimiendo alguna exquisitez de formas? Pregunten en Latinoamérica; pregunten.
Bolivia, tras toda una historia de descapitalización y de entreguismo a las transnacionales, tiene las arcas vacías y una deuda externa insostenible. Esto dificulta enormemente la capacidad del nuevo gobierno para reconstruir un tejido de asistencia y servicios sociales tercemundista: sanidad, educación (grave tasa de analfabetismo sobre todo en las mujeres), pensiones, etc.
Otro problema bien grave es la propia estructura del estado. Un ejército de cipayos, manipulado por los gringos, con amplio historial golpista, que ha de cargar en su conciencia, si la tiene, innumerables muertes de indígenas.
La policía boliviana, que ha de afrontar una seria injerencia de los partidos políticos, es un cuerpo con escasos recursos mal administrados y donde la corrupción y «la mordida «es generalizada. Su precaria formación intelectual y moral explica su facilidad para la violación de los derechos humanos. Sus jefes compadrean con los políticos en los palacios oficiales, mientras los grados inferiores reciben sueldos de miseria. No obstante un gran sector de esta policía de base tiene origen indígena. Tal vez esto pueda explicar algunos recientes enfrentamientos con las FFAA, con el resultado de muerte para varios policías.
Y está la judicatura, trufada de funcionarios envilecidos y prevaricadores.
Urge una profunda reforma agraria donde los latifundios en manos de «la ilustre nobleza» criolla duermen baldíos ante las pupilas hambrientas de las comunidades aborígenes desheredadas. Una de las lacras de la colonización, fue erradicar el espíritu comunitario en la explotación de la tierra. No lo consiguió del todo, como nos ha recordado el líder cocalero: «Vengo de Orinoca (Oruro), donde no hay propiedad privada, hay una zona agrícola de la comunidad, llamada Hylu».
¿Es esto comunismo o el espíritu ancestral de un pueblo abatido por la civilización cristiana? A ver si va a resultar que se anticiparon durante varios siglos al propio Marx. A ver si va resultar que aun siendo una praxis comunista, supieron humanizarla y racionalizarla mejor que Occidente.
No debemos olvidar tampoco la presión de los González Sancho Lozada y otros viejos dirigentes que ahora permanecen agazapados pero inmersos en sucias tramas. ¿Quién duda que no sean ellos quien estén, por ejemplo, tras «La confederación de Chóferes de Bolivia» (¿tratarán de remedar a Pinochet?) retando al gobierno. Y mantengámosnos en vigilia, que no duermen, que no van a cesar en el diseño de nuevos conflictos. No podemos ignorar que para estos depravados caciques, el síndrome de poder les crea un «mono» insoportable.
Ésta es la Bolivia que han encontrado Evo Morales, Felipe Quispe y los demás luchadores bolivianos. Y esta es sin duda la Bolivia que habrán de empujar los pueblos libres y solidarios.
«Yo sólo creo en la fuerza de los pueblos -decía Evo Morales-. A veces los grandes dirigentes se pierden en discusiones burocráticas y no tienen en cuenta al pueblo. Hay que escuchar lo que estos tiene que decir».
«Desfacer entuertos», y qué entuertos. No lo tiene fácil Evo Morales. Y no porque le falte la comprensión y la entrega de su pueblo.
No va a ser una bagatela estructurar, limpiar y oxigenar la propia casa. Con ser peliagudo, no va a ser lo peor. Me temo -ya han empezado- que los grandes chamanes mediáticos de la ceremonia de la confusión han puesto en marcha el rito de la intoxicación y del emponzoñamiento. Analizarán con lupa hasta la humilde indumentaria del sencillo cocalero. Descontextualizarán su palabra o sus actuaciones. Ya conocemos a estas multinacionales de la desinformación y a sus patrocinadores. El Banco Mundial y el Fondo Monetario se pronunciarán con esa dicción tan ética y perversa, que tan sangrante resulta para los gobiernos del subdesarrollo. En fin, preparémonos para escuchar infamias, calumnias y pornografía política.
Los que, con otra conciencia, asistimos esperanzados ante esta lenta resurrección del pueblo andino, esperemos que el buen Evo pueda ir ofreciéndonos auténticas conquistas sociales para su pueblo. Nuestra solidaridad está con su mensaje, con su, al día de hoy, bizarra honestidad y con su palabra:
«Si antes nos mataron con balas y mentiras, ahora combatiremos con la verdad».