El síndrome feudal

La génesis de las naciones es muy plural. Generalmente, los pueblos se configuran, se organizan y construyen su patrimonio cultural. Es una dinámica liderada por caudillos unas veces; otras, fundamentalmente impulsada por un deseo soberanista, que reivindica la identidad singular de una comunidad. No son pocas las que han nacido urgidas y confeccionadas según los intereses estratégicos de los grandes imperios (algunos países árabes, Nigeria, etc.). En cualquier caso, son muy pocos los pueblos que, como Nabarra, no han visto alterado su status soberano por la imposición y agresión continuada de los grandes estados.

Quien hoy día no quiera aceptar que Nabarra fue cruelmente invadida o postergada (como explican Campión, Lacarra, Huici, toda la historiografía de una mínima seriedad científica) es porque acepta con todas sus consecuencias el derecho de conquista. Algo que, ya incluso en el siglo XVI, había condenado el teólogo y jurista Francisco de Vitoria: «No es lícita la guerra para aumentar el territorio».

Pero dejémonos de lindezas y preámbulos similares, porque a aquellos a quienes puede ir dirigidos les importa tanto como el viejo subsuelo de la plaza del Castillo.

Llevamos demasiado tiempo gobernados por la misma calaña de mangarranes. El caso es que no he visto otras alternativas, y mira que uno es madurito. Lo cierto es que Nabarra ha sido propiedad exclusiva de la derechona, española y antivasquista. Que a los bascos se nos ha tratado como a extranjeros en la propia casa. Y que con la excusa de la epidemia basca, eso sí, pagando las parias a la corona (moneda de cambio), Nabarra ha sido poco más que un feudo en manos de franquistas, papistas-opusdeístas y monárquicos trasnochados.

Y ahora que se jubila ETA (amén), les engancha la tiritona. Hacen votos y juramentos a su san Francisco Javier para que los bascos la vuelvan a armar. Porque eso les mantenía y les ponía. Y si llega la paz, temen que a ellos les llegue el llanto y crujir de dientes. Sabemos que si se tercia son capaces de programar atentados y cargárselos a ETA, a la kale borroka o al viejo Aitor. No sería la primera vez que se metió la fachenda en parecidos fregados. Lo hacían antes de la guerra, después, en la Transición, con tregua o si tregua. Sobran testimonios.

¿Cómo abandonar el feudo? ¿Cómo vivir en una Nabarra que ellos no puedan mangonear y ratear? Es lo que les altera hasta la insania, y les vuelve osados y peligrosos.

Un tejido industrial que se tambalea, pelotazos, cargos opulentos, chapuzas de hormigón, disparates arquitectónicos… ¿Y los servicios públicos, no están hechos unos zorros? ¿A quien echarán la culpa de todos los desbarajustes el día que los bascos ya no muerdan? Y sobre todo, ¿de que hablarán, caso de que sean capaces de mantener una mínima dialéctica?

Ya saldrá todo, tarde o temprano, y los que hayan cometido alguna fechoría, a Puerto de Santa María. Eso sí, con el mismo trato que allí dan a nuestros hermanos bascos. Claro que para entonces, como siempre, los más vivos ya habrán encontrado el dulce retiro en alguna isla paradisíaca. A los paganos de siempre nos quedará la satisfacción (no se nos suele conceder más que esa exigua venganza) de llamarles Gabrielito, Miguelito, Crucito o Jaimito… Si vuelan, la daría por buena. En la cosa de revanchas, ellos suelen ser más «eficientes»; para muestra las iniquidades del 36.

Es indignante que los que han utilizado el derecho de pernada en todos los campos de la administración donde sonaba el dinero o se negociaban competencias hablen de Nabarra como moneda de cambio. Madrid nos ha quitado lo que ha querido, cuando ha creído conveniente y como le ha apetecido. Es fácil comprobarlo. Basta simplemente con revisar nuestras competencias antes de 1842 y las actuales. No entiendo a qué viene sacar pecho cuando hablan tan pomposamente de nuestra singularidad. Si se tercia, éstos venderían hasta San Fermín.

¿Temen que los «bascos» lleguemos a tocar poder? Cuando quiera es hora. Ya es momento de que nos juzguen por nuestro servicio a Nabarra y no por la demonización que ellos han fabricado sobre nuestras espaldas.

Evidentemente, si está en nuestra mano y podemos acceder con la misma facilidad a los medios, contaremos la historia que ellos nunca nos contaron. Si alcanzamos una mínima cota de poder como para implantar una radio en euskera, lucharemos por ella. Tal vez aún lleguemos a tiempo de recuperar tanta aridez cultural. Si podemos cohesionar solidariamente a la sociedad nabarra (son demasiados los años que ellos han dedicado a sembrar odio), lo intentaremos. Pero no estamos dispuestos a que como ciudadanos y contribuyentes, tal vez más de los que ellos sospechan, nuestra representatividad y nuestra voz sean aminoradas y desdeñadas en los organismos representativos de la nación nabarra (toda Euskalherria). Quizás, el día en que nuestra palabra brote libre y sin cortapisas más de uno se estremezca viendo el espíritu de Euskalherria brotar impetuoso desde el más insospechado rincón de nuestra tierra.