El año de 1200 representa para el estado vasco de Navarra una situación clave. El Estado que habían creado los vascones entre el Adour y el Sistema Ibérico, alrededor del año 1000, tras salir airosos de su enfrentamiento contra los pueblos germanos del entorno, francos y visigodos, había alcanzado una solidez incuestionable. No obstante, un nuevo peligro aparecerá en sus inmediaciones, resultado del surgimiento de Castilla y Aragón, dos estados fuertemente expansionistas. 1200 señala el ataque más decisivo que experimentará el Estado vasco, generándole una permanente fragilidad, al arrebatarle unos territorios que se revelarán en adelante particularmente dinámicos, lo que hoy conocemos como CAV.
A lo largo del siglo precedente Castilla se había apoderado de las tierras situadas entre el Ebro y el Sistema Ibérico, igualmente vinculadas al área vascónica. No es una cuestión baladí. Que en las inmediaciones de Atapuerca, cercana a Burgos, haya una población –Agés- cuyos habitantes sean conocidos como “navarros”, no parece que sea resultado de la presencia esporádica de un rey transeúnte en la zona. Llama la atención, al respecto, que tales navarros hoy se refieran a unos hechos que transcurrieron hace casi un milenio.
A raíz del Arbitraje de Londres -1177- en el que los reyes Sancho VI el Sabio de Navarra y Alfonso VIII de Castilla aceptaron como juez al inglés Enrique II Plantagenet, los representantes navarros explicaban que Castilla se había apoderado de Navarra de manera artera, pero el rey García Ramírez el Restaurador la había recuperado, gracias a la manifiesta fidelidad de los naturales. Un acto colectivo que, salvando las distancias, hoy designaríamos como autodeterminación. Entre los territorios liberados encontramos todos los occidentales de Navarra, al norte del Ebro. Estos territorios, Alava, Guipúzcoa y Duranguesado, fueron el objeto de la conquista de Castilla en 1200. Los reyes navarros no dejaron de reivindicarlos como pertenecientes al estado vasco y los castellanos reconocieron su tropelía desde el principio, empezando por el mismo Alfonso VIII en uno de sus testamentos. Incluso en fecha muy posterior correspondiente al tratado de Libourne -1366- el castellano Pedro I reconocía al rey Carlos II de Navarra el derecho a recuperar tales territorios, que fueron liberados por el navarro temporalmente.
Tras la conquista de 1200, el rey Alfonso VIII de Castilla se dedicó a asegurarla ganándose la voluntad de los habitantes locales. La supuesta fundación de villas, sobre poblaciones ya existentes (Ordizia, Agurain, Kanpezu, Hondarribia, Tolosa…), a las que concedía una carta-puebla, a lo largo de la frontera abierta con el resto del territorio navarro, aún independiente, no tiene otro significado. De esta manera aparecieron los fueros municipales de tantas poblaciones que hoy muchos consideran como otorgados en tal momento.
Hay una serie de circunstancias que contradicen esta pretensión. La mayor parte de los citados fueros municipales de tantas localidades alavesas, guipuzcoanas y aun vizcaínas son anteriores (Laguardia, 1164; Donostia, 1180; Vitoria-Gasteiz, 1181; etc.). Esos fueros se inscriben en la tradición puramente navarra y pirenaica, y enlazan con los de Jaca y Estella, difundidos por tantas poblaciones. Los fueros municipales castellanos, en cambio, se acomodan al modelo de Sepúlveda. En Castilla no se concederán fueros de población, sino en la zona de expansión que va del río Duero hacia el Sistema Central, pensando únicamente en un fortalecimiento de una frontera en peligro frente a los musulmanes. En el área de Navarra se tendrá siempre en cuenta, además, la necesidad de favorecer el poblamiento y el desarrollo económico, insistiendo, por lo demás, en los derechos individuales y colectivos; de esta manera los fueros implicarán el reconocimiento de la sociedad civil, en tanto que columna del Estado. De hecho, no es posible desligar los Fueros municipales del Fuero General.
Hoy en día se reconoce que el citado Fuero General fue recopilado en el siglo XII, en tiempos de Sancho VI el Sabio, cuando los territorios que conquiste Castilla en 1200 formaban parte efectiva del Reino de Navarra. Este Fuero General constituye probablemente uno de los primeros códigos del denominado derecho consuetudinario –en otras palabras, no romano- promulgado en Europa occidental. Este hecho habla de la fuerte cohesión de la sociedad que obligó a su compilación y, de paso, al Estado que había generado, tan diferente de los que lo rodeaban. En el Fuero general se reconoce a todos los estratos sociales sus particulares derechos, que no son resultado de la imposición, sino del reconocimiento del papel de cada grupo. Es cierto que reconoce la realidad de grupos privilegiados, pero éstos se ven obligados a reconocer los derechos del conjunto de la colectividad, como un elemento esencial del mismo Estado. El Fuero General parece responder a una generalización de los municipales, aunque estos últimos presenten cierta especificidad, sin que exista contradicción, si se entiende la peculiaridad de la época histórica en la que nos encontramos. No debemos contemplar la misma con la racionalidad a la que estamos acostumbrados los observadores de los tiempos modernos.
Es el momento de hablar de otra faceta importante de este momento histórico. Durante la Alta Edad Media el Estado de los Vascos –Reino de Navarra- tuvo sus centros neurálgicos en los territorios más abiertos y de mejores tierras agrícolas de la vertiente sur pirenaica. Las tierras de la Llanada alavesa, las cuencas prepirenaicas de Pamplona y Lumbier y otras más al Sur, así como la Rioja Alta, eran los centros de poblamiento más importantes. El conjunto de zonas montañosas, lo mismo sean valles pirenaicos que las tierras atlánticas, carecen casi de población. Es la época medieval en que Europa se encuentra más encerrada sobre sí misma y la agricultura cerealera constituye la principal actividad económica, con la casi carencia total de comercio. Tras el año 1000 se inicia un lento cambio que hará aparecer la actividad mercantil y artesanal. Las regiones europeas empezarán a relacionarse gracias al desarrollo de tales actividades y surgirán nuevos centros económicos y ejes de comunicación. El eje atlántico quizás sea el más pujante y el Golfo de Vizcaya empezará a bullir de actividad. Las tierras de todos estos espacios intensifican su ocupación y la explotación agrícola acompañará al desarrollo de las nuevas empresas mercantiles y artesanales.
La conquista castellana tiene lugar en el momento en el que se está consolidando el citado proceso. A partir de este momento Vizcaya y Guipúzcoa ofrecen una dinamicidad que marcará la posterior Historia de Euskal Herria. Este desarrollo económico también tendrá lugar en los anteriores centros neurálgicos de Alava y el trozo de Navarra que queda independiente. El camino de Santiago constituye una línea de comunicación primordial e Iruñea proyectará su actividad hacia Europa y la Península. Su colegio de escribanos importa modelos de documentación que son pioneros en esta vertiente de los Pirineos. Que los comerciantes y marinos vascos son muy dinámicos lo ponen de relieve autores y hechos muy llamativos. Huizinga señala que se encuentran al lado de los judíos y los chinos en todos los puertos europeos. Se atribuye a los marinos vascos la primera utilización del timón de codaste, que sustituirá como instrumento de gobernación de la nave al remo tradicional que se colocaba en la popa de los barcos. Existe un precedente chino. El hecho es que tal sistema será conocido en Europa con la expresión “a la navarraisse”. Es relevante que se utilice en este caso la denominación política, nacional, del estado -Navarra-, para designar una realidad étnica -lo vasco-, dato que constituye una muestra de que internacionalmente se identificaba al Pueblo con su nacionalidad, con el Estado, a pesar de que por los avatares políticos muchos territorios del mismo habían salido de su marco.
Todos estos hechos nos hablan de una realidad humana, de una sociedad que fue frustrada por la actuación de dos Estados expansionistas –Francia y España- que han marcado con una huella de particular violencia a esta parte de Europa y, de modo particular, a un pueblo –el de Euskal Herria- que se esforzó por alcanzar una existencia libre y dedicada a actividades productivas, como son y han sido la agricultura, la pesca, la industria, el comercio… Castilla encontrará en los territorios que conquiste capacidades que dirigirá hacia la expansión militar: astilleros para construir sus flotas, comerciantes -consulado de Bilbao- para exportar sus lanas, pero nunca dejará a un lado su perspectiva expansionista; mire ésta hacia Al-Andalus, hacia América, o finalmente hacia Europa. Lo malo de tal expansionismo es su falta de creatividad. Únicamente le mueve el objetivo de la exacción y el propio beneficio que, finalmente, se ceba con las sociedades productoras –vascos, flamencos y otros-, quienes terminan por rechazar un Imperio basado en la violencia y el expolio.