El abandono de las armas por parte de E.T.A., he ahí la piedra filosofal, la madre del cordero, el «Deus ex machina», el nuevo amanecer, todo… Y Euskalherría seguramente recuperaría la serenidad, la armonía espiritual perdida, el dominio de su destino e identidad. ¿No son estas las expectativas que estos nuevos alquimistas de la política del reino nos están vendiendo? Ahora nuestros prados rebosarán bucólico silencio. Y derribaremos las almenas de nuestros pueblos y ciudades. Y nuestros ayuntamientos serán un oasis, y las tertulias de los medios, ágapes.
Evidentemente, cualquier adiós a las armas es una buena noticia. Aún más evidente si el abandono de las armas y de las hostilidades se diera en ambos contendientes. Pero sabemos que eso no será así. Siempre están los que tienen derecho a armarse y los que están obligados a desarmarse. Las guerras y los crímenes de Estado son legales; los de las insurgencias, actos terroristas.
En todo caso, bienvenido sea este ansiado desarme.
Otra cosa es enlazar desarme y paz. Desarme y autodeterminación. Desarme y respeto a la dinámica de un pueblo. Las instituciones, ya se sabe, son reacias a la libertad y a las libres decisiones.
En nuestra infancia y parte de nuestra juventud, no estaba E.T.A.; estaba el franquismo que torturaba, reprimía, mataba con absoluta impunidad. ¿De quien era la paz? Evidentemente, de los incondicionales del dictador. Era su paz, en cuyo contexto se incluía la honra y la dignidad de los vencedores, la impunidad para el cohecho, el desprecio y aplastamiento de cualquier soplo de libertad, la arrogancia o en su caso el endiosamiento. Y el oro, eso sí. Y aún pedían los muy indecentes el oro de Moscú. ¡Cómo no van a sentir nostalgia del acomplejado dictador!
Hoy, ante este presunto hervor de treguas y negociaciones nos preguntamos, ¿si realmente caminamos hacia la paz, de que paz estamos hablando? ¿Es la «pax romana»? ¿la paz impuesta por vencedores a vencidos? ¿Estamos en condiciones de arribar a un estado de concordia libremente pactado y consensuado por todas las partes?
Euskalherría ha debido aceptar a lo largo de su historia muchas paces. La paz tras la invasión de Nabarra, tan humillante. Nos colaron el Convenio de Bergara, vergonzosa escenificación de la traición a un pueblo. ¿Acaso las secuelas de la trágica paz franquista, todavía hoy descarnadas y nunca cerradas, no están latentes en el actual conflicto? Lo cierto es que nunca el pueblo basco pudo tragar de buen grado una paz fundada en el saqueo y las trapacerías de las cortes castellanas o madrileñas.
Vamos a imaginarnos, pues, el añorado escenario. E.T.A. abandona las armas; sensacional; las rotativas explotarían de puro frenesí. Habría, es de suponer, un acercamiento de los presos. Sospecho que las controversias y soflamas de muchos tertulianos capitalinos pujarían entre el paroxismo, el arrebato patriótico y la incitación al parte de guerra. Cabría esperar que este ardor guerrero, en un tiempo prudencial, languideciera en aras del aburrimiento y de la más pura inanición, aunque nunca se sabe. ¿Y luego qué?
¿Podremos andar «haciendo camino al andar»? También pensábamos que había fenecido el franquismo y comenzamos a caminar. Craso error. Ahí seguían en pie, o agazapadas, pero «alerta», ¡bien alerta! (era su enardecido slogan), todas las hordas de las instituciones franquistas con su espíritu íntegro y enrabietado. Y el T.O.P., hoy la Audiencia Nacional, un tribunal eminentemente político, mantenido y estructurado para acotar la insurgencia basca.
¿Es que alguien pudo creerse que el fascio más agresivo y chulo de Europa, de la noche a la mañana se transformaría en demócrata de toda la vida? ¡Y así nos fue! No en vano, el espíritu del franquismo o el del imperio (¿dónde reside la diferencia?) se encarnó en el artículo 8º e impregnó de caqui toda la intocable «Carta magna». Y pensemos que el militar, como indica el subcomandante Marcos, «no se da por satisfecho hasta que destruye a su oponente; no derrotarlo, sino desaparecerlo, acabarlo, aniquilarlo». Aún tendremos que estar los bascos contentos por seguir en pie tras una larga historia de amargas vicisitudes.
Ésta es la cuestión. ¿Quién nos garantiza que en esta nueva coyuntura que al parecer se está gestando vayan a modificarse los parámetros que sistemáticamente nos ha marcado el estado español? Porque el integrismo hispano ahí sigue (milicos, jueces, fuerzas del orden, ideólogos y pesebreros, mitras y báculos) vociferando, amenazando y de alguna forma maniatándonos.
Se habla de una mesa de partidos y ya se condiciona su libre dinámica: «no se aceptarán resultados por mayoría; sólo por consenso». ¿Puede decir esto quien ostenta la vitola oficial de demócrata? Es decir, si no se integran mis propuestas, gusten o no, no me siento en esa mesa. Ya veremos por dónde despuntan el resto de las formaciones políticas. ¡Bonita forma de cortar las alas a la palabra! Ciertamente, si se habla con esa altivez es en virtud del poder fáctico que cubre las espaldas de los partidos que cortan el bacalao. Pero mientras tanto hay algo muy crudo y muy evidente, y es que existe una minoría, que sí esta avasallando a una mayoría, por escasa que se pretenda.
De todos modos hay suficientes indicios para barruntar el talante y los mejunjes de estas mesas. ¿Habrá algún CIU por estas latitudes que, en los momentos álgidos, se nos amanezca tan sonriente, tan flojo de cincho y tan cantamañanas? Tratándose de políticos mejor no acercar las manos al fuego en aras de su credibilidad. Son ellos, cito de nuevo al subcomandante Marcos, «quienes han cultivado con verdadero fervor que la política provoque hastío y apatía en la gran mayoría».
Noah Chomsky constata que hoy «los pueblos desbordan a los gobiernos», y «que los gobiernos ya no controlan a los pueblos como antes». No seré yo quien contradiga a tan ilustre pensador, aunque abrigue serias dudas. Tal vez los años han oxidado nuestras esperanzas. Es posible que estén fermentando unos gérmenes de renovación social y anti-neoliberal que de momento no alcanzo a vislumbrar, aunque los añoro desde lo más profundo de mi entretela. Quizás esa apatía que percibo en mi entorno sea inconsistente y engañosa. «¡Hala bedi!». Todo nos va hacer falta en estos decisivos momentos. Se insiste repetidamente en que la movida que se prevé en Euskalherría es demasiado crucial como para dejarla en manos de los políticos. Por eso cualquier indicio de compromiso desarrollado en la base social (pongamos por ej. el paso adelante de U.G.T y L.A.B) nos ilusiona y nos torna expectantes. Si ha de haber cambios significativos tendrán que ser consensuados e impulsados a requerimientos del pueblo.
Esto conlleva una tarea seria y honesta por parte de los políticos, que implica como mínimo dos quehaceres. Primero: explicar sin ambages, con honestidad y con destreza pedagógica, todos los términos del conflicto. Segundo: no actuar a espaldas del pueblo. De no hacerlo así, sus actuaciones, tarde o temprano, derivarían hacia una traumática desconfianza y desesperación. Esto sí podría enquistar el drama del conflicto y el odio en las distintas sensibilidades sociales, hasta un estado letal, para un proceso de resolución.
Y sin embargo, a pesar de todos los pesares, son tiempos de esperanza que quisiera iluminar con el mensaje del subcomandante Marcos. Fue el mensaje emitido, tras pedir humildemente perdón a Euskalherría por algunas declaraciones suyas. ¿Que alguien las indujo? Sin duda. Sabemos que fueron algunos malintencionados «prohombres» harto conocidos por estas latitudes. «Tal vez algún día, dándole oportunidad a la palabra, se encuentren los caminos al mañana de independencia, democracia, libertad y justicia que el pueblo vasco y todos los pueblos del mundo se merecen».